Las comunidades japonesas durante la etapa de globalización
Las oleadas de inmigrantes a partir del último tercio del siglo XX y durante las primeras dos décadas del presente fueron incentivadas por un intercambio intenso en el campos económico, por un lado, y en el educativo, por otro.
Como ya había señalado, la inversión japonesa fue el gran motor del flujo de migrantes en este periodo. Dentro de este campo es importante apuntar entre paréntesis que las industrias culturales japonesas empezaron a insertarse fuertemente en el exterior mediante programas televisivos y de caricaturas (posteriormente conocidas como anime, アニメ, durante el boom actual). Menciono lo anterior pues una serie en particular, Señorita Cometa en la década de 1970, marcó a toda una generación de televidentes en México y mostró a una familia de clase media japonesa mediante las aventuras de una señorita que llega de otro planeta para cuidar a dos pequeños traviesos.
Con respecto a las inversiones japonesas directas en México el Acuerdo de Asociación Económica México-Japón, signado por ambos gobiernos en 2004, potenció el flujo de ciudadanos en ambos sentidos. Para el año de 2021, más de 11 mil inmigrantes japoneses radican mayoritariamente en el Bajío de México, al trabajar para las grandes plantas automotrices niponas y las empresas de proveedurías y de servicios.
Por otro lado, la firma del Convenio de Intercambio de Estudiantes México- Japón, firmado por ambos gobiernos en 1971, incrementó el ingreso de estudiantes de ambas nacionalidades en sus universidades. Igualmente, los centros de estudios y de investigación sobre ambas culturas crecieron en los dos países. En este marco el escritor Kenzaburo Oe, ganador del Premio Nobel de Literatura años después, realizó una productiva estancia como profesor visitante en El Colegio de México en el año de 1976.
Entre algunos de los estudiosos y artistas que llegaron a México menciono a la arqueóloga Yoko Sugiura, los pintores Kishio Murata y Midori Suzuki, y el escultor Kiyoto Ota. Estos migrantes no sólo llegaron a México a estudiar sino que finalmente encontraron en este país espacios que les permitieron profundizar y desarrollar lo aprendido en sus campos de especialización. Sin duda alguna, existen diversas razones y circunstancias que han permitido que su estancia sea definitiva en México, y, aunque no se hayan naturalizado como ciudadanos mexicanos, se sienten y son parte integra de la cultura del país. Quizá no hay una razón precisa, pero tal vez, como sostiene el escultor Ota, “hay algo especial en México que hace que uno se quede”.
Otra inmigrante que se quedaría a vivir en México es la violinista Rie Watanabe. Siendo muy joven, Watanabe llegó a México en el año de 1986 para profundizar sus estudios en la academia de la famosa violinista Yuriko Kuronuma quien se había convertido en una de las más reconocidas a nivel internacional. Kuronuma vivió muchos años en México y escribió un libro, Carta desde México, que sigue vendiéndose en Japón. Además, en esa década, abrió la academia en el barrio de Coyoacán donde se prepararon muchos niños y jóvenes mexicanos en el manejo de ese instrumento musical. Watanabe desde ese entonces se quedó a vivir en México y actualmente radica San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Colabora activamente en las diversas escuelas de música de los pueblos indígenas de Chiapas y Oaxaca donde los niños y jóvenes se forman como intérpretes en las bandas de música que son parte indisociable de la cultura musical y de festejos de sus pueblos.
Otro inmigrante a destacar es Shozo Ogino. Egresado de la Universidad de Waseda, arribó a México en 1970. En esos primeros años, se dedicó a dar clases de japonés y posteriormente se hizo cargo del periódico Shukan Nichiboku. Esta publicación semanal, hacía el recuento de las noticias y las actividades de las comunidades de japoneses. Ogino no sólo se dedicó a realizar periodismo sino que investigó la vida y las circunstancias de los inmigrantes a lo largo y ancho de México, lo que le permitió conocer a fondo el país al que se integraron. Con este gran conocimiento de los inmigrantes publicó Cinco centurias a través del mar, libro de más de 500 páginas en el que detalla estas historias, ilustradas con cientos de fotografías. Ogino es el cronista oficial de la inmigración pero su conocimiento lo acredita como un historiador de México ya que los inmigrantes son parte integral de este país.
Los inmigrantes también han incursionado en la difusión de la cultura culinaria japonesa en México. Ellos fueron los que a partir de la década de 1970 dieron a conocer la comida japonesa en diversos restaurantes. Los nombres como Daruma, Daikoku, Harumi, Miyako, Taro, Nagaoka o Samurai en la ciudad de México y en otras ciudades empezaron a ser visitados por los comensales mexicanos. En esos años, el boom de la comida japonesa no había irrumpido por lo que las palabras sushi o yakimeshi difícilmente eran reconocidas. La popularidad de la comida japonesa en recientes tiempos ha permitido que esos platillos sean reconocidos en cualquier lugar de México, pero además que se consuman de una forma particular. El sushi con aguacate o frutas, el uso de condimentos picantes de la comida mexicana en la preparación de platillos japoneses ha obligado a cocinarlos de una manera distinta que los cocineros japoneses difícilmente hubieran imaginado.
Otro aspecto a destacar es el hecho de que las nuevas generaciones de descendientes de las primeras oleadas de inmigrantes japoneses se han introducido en la vida cotidiana de México bajo condiciones muy diferentes a las de sus ancestros. Muchos de estos jóvenes, egresados ya del Liceo Mexicano Japonés o de otras instituciones, difícilmente conocen a fondo la historia de los pioneros en México y las grandes dificultades que tuvieron que sortear para que ellos gocen de estudios y títulos universitarios. Las especialidades y profesiones son ya muy variadas y distintas a las de sus padres pues no necesariamente obedecen a las necesidades de los negocios familiares que levantaron sus ancestros. Ingenieros electrónicos, arquitectos, biólogos, artistas, expertos en mercadotecnia son algunas de las diversas profesiones de las que egresan, incluso, con posgrados en México o el extranjero.
De estas nuevas generaciones sólo menciono algunos ejemplos que nos pueden brindar luces sobre los intereses y actividades de estas generaciones. Yukari Hirasawa es egresada universitaria pero además estudió durante por muchos años la música japonesa y se ha convertido en instrumentista del koto. Akiko Iida se fue a perfeccionar a Japón en la prestigiosa escuela de arte Takarazuka. A su regreso a México, como actriz, bailarina, cantante y directora escénica ha montado obras de teatro y espectáculos donde combina de manera innovadora y creativa todos los saberes aprendidos de ambas culturas. Su actividad como artista abarca una gran diversidad de actividades pues ha actuado como actriz en el montaje de la película clásica mexicana La Banda del automóvil gris, hasta montar sus propias piezas teatrales y musicales con temas clásicos japoneses.
Por su parte Saburo Iida, quien se graduó en ingeniería electrónica, ahora es un músico innovador de ritmos modernos, mezclas y composiciones con influencias de diferentes países. En estos tres casos se ha enriquecido la cultura musical y teatral que practican y se observa una clara fusión de caminos que parecían encontrados para sus expresiones artísticas. La forma libre y heterodoxa en la interpretación del koto, en la mezcla de sonidos y de danzas japonesas retoma desde una perspectiva propia a los cánones clásicos japoneses establecidos.
No sólo estos artistas sino otros tanto miles de jóvenes nikkei mexicanos en otras áreas, son parte de ambas raíces culturales y profesionales bajo las cuales han crecido y se han formado. La dimensión cultural de su vida social se crea y recrea como el sushi que se adereza con salsa de chile chipotle que se ha enraizado en el paladar de los consumidores mexicanos. Esta dimensión cultural es fruto también de la historia de la inmigración japonesa en México de la que forman parte, una historia transnacionalizada pero a la vez arraigada en el país a lo largo de estos últimos 125 años.
El fotógrafo Seiji Shinohara, quien llegó a México en 1976, se ha dedicado a fotografiar, a lo ancho y largo de México, a esas tres generaciones de inmigrantes japoneses. Las fotos se encuentran en una serie de libros; en uno de ellos denominada “La Arrotilla” (arroz y tortilla), fotografió a los matrimonios entre ciudadanos de Japón y México como es su propio caso. En las bellas fotografías de Shinohara se traslucen los elementos en los que estos inmigrantes y descendientes de las civilizaciones del arroz y del maíz tejen su vida diaria.
Como otros inmigrantes que se interesaron en México justamente por la atracción que ejercían las civilizaciones del maíz que habían florecido antes de la conquista española, Shinji Hirai, egresado de la Universidad de Keio, realizó su primer viaje a México en 1994. En ese viaje visitó diversas zonas arqueológicas y con el propósito de profundizar sus estudios en antropología ingresó a la Universidad Autónoma Metropolitana en su programa de maestría y posteriormente de doctorado. Actualmente es profesor-investigador delCentro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología (CIESAS) en Monterrey. Además de sus actividades académicas en esa importante institución, motivado por descendientes de japoneses que vivían en esa región, puso en marcha el programa Raíces. Este proyecto comunitario busca investigar y preservar la historia de la migración japonesa e incentivar a que los descendientes se apropien de ella. Hirai en realidad ha quedado atrapado por la fascinación de las historias de los inmigrantes japoneses que trabajaron en esa región árida. Actualmente, al formar parte y estar enraizado en ambas culturas, su propio proceso identitario asume una nueva perspectiva, bajo nuevas circunstancias, como la de aquellos que llegaron hace más de un siglo.
"Aquí nació y creció mi espíritu", ha dicho el pintor Shinzaburo Takeda que vive en México desde 1963 y se instaló en Oaxaca en 1978. Este país le permitió descubrirse a sí mismo y convertirse en un japonés-oaxaqueño como sostiene. Pero además Takeda considera que su “corazón es de un color rojo ístmico”, refiriéndose a la identidad que le ha brindado la cultura oaxaqueña.
Si nos atenemos al corazón de Takeda, entonces a la identidad y al espíritu nikkei (tan genérica y homogeneizadora como es entendida esa palabra), tendríamos que buscarle un color y un aroma propios, dependiendo de la raíz y las circunstancias bajo las cuales el proceso de integración de los inmigrantes se ha desarrollado. El espíritu y la identidad niquei con “q” se nutren entonces de contenidos históricos específicos, particulares y vívidos, surgidos de las diversidades culturales mexicanas en las que la inmigración japonesa se ha enraizado en distintas regiones de México.
La obra, el trabajo, la dedicación y la historia de todos estos inmigrantes niquei y sus descendientes constituyen el cuerpo y el alma de las relaciones entre México y Japón. Sin los inmigrantes las relaciones y las inversiones japonesas, tan importantes en las últimas décadas, serían como lujosas armaduras, huecas y vacías de contenido.
© 2022 Sergio Hernández Galindo