Vengo de realizar una gran muestra antológica el año pasado, “Sumballein”, que también tenía que ver con el Japón, la memoria de la cerámica, la parte física del material, el elemento cerámico, los objetos, y la rotura a través del fuego y la casualidad que hace que las piezas se rompan en el horno, en fin, y no sobrevivan. Y en mi caso, la persistencia y la necesidad de parchar las piezas y unirlas de nuevo y juntarlas con nuevas quemas. Me hace recordar a mis maestros japoneses que botaban las piezas rotas al río y no las querían usar más. Yo las escondía, las de ellos, se las escondía debajo de las piedras y venían y me gritaban, porque me decían que estaba robándome las piezas, que había que romperlas e integrarlas a la naturaleza para volver a hacer, buscar esa perfección. Yo les respondí alguna vez que me parecía que no había tal sentido de perfección o de imperfección, que todo era parte de una búsqueda. Veinte años después nos hemos encontrado con mi maestro y él guardó una de las copas que yo le guardé de su trabajo que debieron irse con el río y ser cascajo, y arena, en fin, y volver a ser parte de la naturaleza, y la tenía guardada como símbolo de ese comentario que yo le hice, y él… tenemos una gran relación. Esa muestra, “Sumballein”, fue muy importante por ese sentido también de recordar esa relación con el oficio, con el Japón, sin embargo diría yo que si tuviera que tener un libro o un material escrito, tendría que ser más técnico desde la perspectiva de la investigación del análisis estético, de la historia del arte, en fin. Los dos últimos trabajos, “Una Parábola Zen y Diez Pequeñas Historias”, en este Centro Cultural, y el anterior, “Sólo Nubes”, dedicada a mi padre, en el Centro Cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores, han sido muestras más gaseosas, más etéreas, más compactas, herméticas, muy personales en un sentido muy especial. Me he atrevido hacer cosas que no hubiera hecho en otro momento, escribir en esta muestra, dedicarle una canción cantada a mi padre en la otra. Y yo creo que hay un momento importante para mí, de darme cuenta que quizás necesito hacer las cosas que dejé de hacer. Uno va avanzando en la vida, va haciendo objetos, exposiciones, desarrollar planteamientos en el espacio, relacionarse con gente, ir, viajar, en fin, y de repente uno aumenta las cortezas, las caparazones del cangrejo, uno muda de piel pero siempre va aumentando, en algún momento quizás es importante dejar de lado tanta corteza, tanta caparazón, y comenzar de repente a contar lo más esencial. Ojalá que se pueda dar. Lo más difícil es mantenerse honesto, yo siempre digo qué difícil el siguiente movimiento, ahora siento el gran vacío, el espacio de neutralidad para volver a comenzar casi como desde cero y volver a empezar a tratar de decir cosas.