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Jinsei no aki (El otoño de la vida)

Es el Año del Conejo y en octubre cumplo mis sesenta años, mis abuelos okinawenses dirían que voy a celebrar mi tushibi1, es mi año y se debe hacer según nuestra costumbre. Es un año distinto, hace poco leí que a partir de los sesenta años hay que dar gracias por estar vivo, en todos los anteriores siempre era de cuidado, decían que había que estar atentos a cualquier cosa mala que podría ocurrir en tu año, así lo decían los abuelos.

Mis abuelos

Los años de juventud son de vivir el momento, uno es impaciente, de inmediato quiere vivir lo siguiente en su vida, mientras que ahora me veo mirando hacia atrás. Estoy viviendo el otoño de mi vida y mis dolores me lo notifican, estas rodillas me lo recuerdan, es un dolor físico, pero los peores son los del alma, cada recuerdo viene como un flashback, son esas hojas secas que van cayendo en mi otoño, cada una con un recuerdo, jinsei no aki, el otoño de la vida.

Cuando tenía seis años, vino un familiar que habló con mi mamá, ella lloró en silencio, a partir de ese momento, mis hermanas y yo fuimos mudos testigos de correteos en casa, limpiando, haciendo espacio, moviendo cajas de cerveza de la tienda, de tapar todos los espejos, compras… ese día regresó la oba, la abuela, pero en un ataúd, era la primera vez que la muerte asomaba en mi vida.

Sacaron la tapa del féretro, colocaron botellas de agua, galletas, una serie de cosas más, en un momento todos estaban concentrados en enhebrar hilos en las agujas para colocarlos en la solapa del traje de la oba, preparativos para su último viaje al otro lado, llevando omiyage, los regalos para los familiares difuntos.

Lágrimas, caras desencajadas empezaron a desfilar, algunas me eran familiares, otras nunca las había visto, nuestro comedor se convirtió en velatorio, entre penumbras, con solo la iluminación de unas lámparas, eran como soldados haciendo la guardia. 

Luego de darle el último adiós, al regreso del camposanto, en una mesa blanca estaba la foto de la oba, todos colocaban osenko, el incienso japonés, era solo una varita, ese humo se elevaba hasta el cielo, como haciendo un camino para ella. Después de tanta melancolía, de a poco dio paso a los recuerdos bonitos, a las sonrisas, las anécdotas, durante 49 días, cada semana recibimos la compañía de familiares y amigos, decían que la oba estaría con nosotros hasta ese último día, ese día 49, donde le compartimos nuestro desayuno, almuerzo y cena.

La oba ya iba a estar en el butsudan (altar donde se veneran a los muertos)con el oji, el abuelo, ahora cada vez que quemamos incienso, ellos vienen, creamos un camino formado por el humo.

Poco a poco regresamos a la rutina de antes, los que venían semana a semana ya no estaban, es cuando recién sentimos que nos faltaba la oba, me costó mucho tiempo comprender que en realidad sí estaba. Cada vez que estaba triste, que tenía un problema en el colegio, podía ir al butsudan, ahí estaba con el oji, para pedirles que me ayudaran. Sin embargo, esto duró muy poco, mi tío que era el hermano mayor de mi papá, el chonan2, se llevó el butsudan. Algunos años después, mi tío falleció, su esposa, mi tía, le prohibió la entrada a su casa a mi papá, por un desacuerdo en cuanto a la propiedad de nuestra casa.

Mi papá

De esa manera, mi papá hasta el día que nos dejó no pudo poner osenko a sus padres ni a mi tío en el butsudan, fueron treinta años en los que nunca dejó de ir al cementerio por el Día del Padre, Día de la Madre, Día de los Muertos y el obon de Okinawa. Antes de que falleciera, mi papá, emocionado, dijo que su hermano había venido a recogerlo y acompañarle, al fin podría estar con ellos. Shoganai, que le vamos a hacer, algo que no pudimos cambiar.

Teníamos una bodega en un barrio popular cerca del centro de la ciudad, en Lima, Perú. En nuestro país se refiere a aquellos negocios donde se venden productos de primera necesidad, además de bebidas, incluidas las alcohólicas, teníamos un salón al fondo, donde las personas bebían. Las personas reaccionan de manera diferente al alcohol, algunos son muy agradables, llamaban a mi papá ‘Chino’ con cariño, pero el alcohol convertía a esa misma palabra, con otro tono, a veces en desprecio y racismo. Felizmente, había más de los que le tenían afecto.

De chico veía que mi padre era humillado muchas veces, nunca decía nada, él era más bien callado, solo escuchaba, con el tiempo pude ver que también lo fueron mis abuelos, mis tíos, los japoneses en general; me daba mucha rabia, pensaba que todos eran cobardes. Tuvieron que pasar muchos años para comprender: kuchi wa wazawai no moto: la boca causa problemas y ellos no los buscaban en un país que los acogió.

Aunque papá no lo decía, pensaba que no era bueno el convivir en ese ambiente, especialmente para mamá y mis hermanas, las personas ebrias no cuidan su lenguaje ni sus actos. Un ambiente inundado con esa mezcla de olores de la cerveza que lanzaban al suelo, el humo de los cigarros, ese denso olor a amoniaco del urinario que estaba junto al salón, mientras más mesas estaban llenas de personas que levantaban el volumen de sus voces, más intenso se hacía ese hedor.

Tenía once años cuando papá empezó a salir, luego nos enteramos de que buscaba cambiar de rubro, lo que se convirtió en una alegría, íbamos a tener otro negocio, era un bazar, así les decían a los lugares que vendían ropa. Estaba en el Mercado Central, con los tanomoshi3 había conseguido financiarlo, mi papá iba pasar de vender abarrotes y bebidas alcohólicas, a vender camisas y corbatas. Ese era su sueño, todos íbamos a estar mejor, además pensaba que ganar dinero vendiendo bebidas alcohólicas no era bueno. Akusen mi ni tsukazu, el dinero malo no se quedará contigo.

Todo nuevo inicio no siempre resulta auspicioso, las ventas no ayudaban en el bazar, las cuentas venían y, felizmente, se decidió que la bodega no se cerrara hasta que se pueda estabilizar todo. Éramos niños y, felices, nos íbamos, lo nuevo siempre nos atrae. Mi mamá se quedaba sola en la bodega, años después nos confesó que se sentía muy triste estando sola, no gozaba de muy buena salud, por lo que ella abría por horas. Pensó qué más podía hacer para ayudar y fue cuando decidió preparar los sata andagi (sata de azúcar y andagi de frito), aquellos dulces okinawenses.

Mis padres

Con ellos las personas empezaron a venir, le decían bombitas japonesas, bolitas fritas, aquel dulce que estaba presente en todas los momentos felices, en oshogatsu (Año Nuevo), los tushibi, cambios de aro, matrimonio, bautizos, cualquier celebración en familia. Aunque nosotros le decíamos tempura redondo, otros le decían sata tempura, este postre okinawense fue el inicio de otros que mi mamá fue preparando para la tienda.

Ella abría a las seis de la tarde, las personas esperaban porque sabían que ella freía los sata andagi antes de abrir, recién hechos, calentitos, los de mi mamá eran crocantes por afuera y suaves por dentro, no perdían esa humedad, los suyos no eran aquellos con una redondez perfecta, más bien tenían cachitos, a veces hasta eran deformes. Con el tiempo, yo era el que buscaba los más feos, esos eran más crocantes, cuando los veías, parecía que te sonreían y los clientes también lo sabían, entendí que a veces la perfección se encuentra en lo imperfecto. Fueron años en los que mi mamá fue un respaldo para la economía del hogar. Natsukashi, la nostalgia de un recuerdo con cariño.

Son hojas que van cayendo en mi otoño, cada hoja trae recuerdos, algunos tristes, otras alegres. Vivencias y nostalgia. Intento recuperarlas antes de que llegue el invierno a mi vida, quizás no las pueda recordar cuando llegue ese momento, intento recoger la mayor cantidad de hojas ahora.

Notas:

1. Tushibi. Del uchinaguchi, idioma de Okinawa. Cumpleaños tradicional basado en el calendario chino de los doce animales, se celebra cada doce año, correspondiente a un animal.

2. Chonan. Primogénito, hijo mayor hombre.

3. Tanomoshi. Una forma de financiación, de crédito rotativo, basado en la ayuda mutua, originario de Japón, utilizado por los nikkei.

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Nuestro Comité Editorial seleccionó este artículo como una de sus historias favoritas de serie Creciendo como Nikkei en español. Aquí está su comentario.

Comentario de Harumi Nako Fuentes

¿Qué es crecer como nikkei y conectar con dicha herencia? No hay una respuesta unívoca. Para los descendientes de japoneses en todo el mundo dicha conexión con sus raíces es tan diversa y tan rica como lo muestran las historias recibidas en esta convocatoria. Estos relatos nos hablan de experiencias de niñez, de aprendizajes a través del arte, así como de búsquedas y redescubrimientos de lo que es la propia identidad.

En el caso de la historia elegida, “Jinsei no aki (el otoño de la vida)”, esta aborda episodios familiares donde se conjugan tradiciones y ritos, así como tristezas y esperanzas, en una narración íntima, pero en la que muchos pueden verse reflejados.

Al leer la historia provoca en efecto decir “natsukashii”, como dice el autor, quien en un ejercicio de no dejar en el olvido sus propias vivencias, las recuerda y las comparte con los lectores, a quienes nos atrapa con esa mirada nostálgica y emotiva. Llegar a los 60 años se convierte así más que en otoño, en una primavera en la que florecen recuerdos y evocaciones que alimentan con sus particularidades la historia y la memoria de la comunidad nikkei. 

 

© 2023 Roberto Oshiro Teruya

familias Perú
Sobre esta serie

Nuestro tema para la 12.° edición de Crónicas Nikkei —Creciendo como Nikkei: Conectando con nuestra Herencia— pidió a los participantes que reflexionaran sobre diversas preguntas, tales como: ¿a qué tipo de eventos de la comunidad nikkei has asistido?,¿qué tipo de historias de infancia tienes sobre la comida nikkei?, ¿cómo aprendiste japonés cuando eras niño?

Descubra a los Nikkei aceptó artículos desde junio a octubre del 2023 y la votaciónde las historias favoritas cerró el 30 de noviembre del 2023. Hemos recibido 14 historias (7 en inglés, 3 en español, 5 en portugués y 0 en japonés), provenientes de Brasil, Perú y los Estados Unidos, con uno presentado en varios idiomas.

¡Muchas gracias a todos los que enviaron sus historias para la serie Creciendo como Nikkei!

Hemos pedido a nuestro comité editorial que seleccionara sus historias favoritas. Nuestra comunidad Nima-kai también votó por las historias que disfrutaron. ¡Aquí están sus elegidas!

(*Las traducciones de las historias elegidas están actualmente en proceso.)

La Favorita del Comité Editorial

 
La elegida por Nima-Kai:

Para saber más sobre este proyecto de escritura >>


* Esta serie es presentado en asociación con: 

     

 

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Acerca del Autor

Roberto Oshiro Teruya es peruano de 53 años, de tercera generación (sansei); las familias de sus padres, Seijo Oshiro y Shizue Teruya, procedían de Tomigusuku y Yonabaru, respectivamente, ambos en Okinawa. Reside en Lima, la capital del Perú, y se dedica al comercio, en un local de venta de ropa en el centro de la ciudad. Está casado con la señora Jenny Nakasone y tienen dos hijos, Mayumi (23) y Akio (14). Su interés es seguir conservando las costumbres inculcadas por sus abuelos, como la comida, el butsudan y que sus hijos las sigan conservando.

Última actualización en junho de 2017

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