Recuerdo que cuando era niña prefería las milanesas con puré a la comida japonesa, que mi madre preparaba diariamente, junto al omisoshiru que tomaba religiosamente mi padre y que nosotras, sus hijas, nos negábamos a tomarlo diariamente. Tal vez porque estábamos hartas de tomarlo siempre, o era una manera elegante de protestar. Ellos fueron quienes me inculcaron a no dejar nada en el plato y a agradecer la comida a diario.
En aquella época, comer comida japonesa sólo se limitaba al seno de las familias japonesas. Era impensable que un ar…