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De dekasegi a eterno turista

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Gracias a la fotografía, ha descubierto un Japón que ha aprendido a apreciar. (Foto: archivo de Shigueru Sakuda)

En 2024 no solo se conmemoraron 125 años del inicio de la inmigración japonesa al Perú. Con menos tribuna, también se recordó el camino inverso seguido por los descendientes de los issei: el 35 aniversario de la migración de nikkei peruanos a Japón.

En 1989, el Perú parecía caer por un tobogán hacia la catástrofe. Una pesadilla con los ojos abiertos: una brutal crisis económica que diluía los salarios y catapultaba los precios; ataques de un grupo extremista que propagaba el terror como fuego a través de coches bomba, voladuras de torres eléctricas, matanzas, etc.; un pesimismo generalizado sobre el futuro del país, prisioneros en un laberinto de tinieblas.

El desastre invitaba a la estampida y miles de peruanos de origen japonés comenzaron a irse a Japón: desde personas de mediana edad con comercios precarios que en la cincuentena resetearon sus vidas para arrancar de cero hasta adolescentes que ni bien concluían el colegio volaban al país de sus antepasados.

Japón no solo era un refugio antidesastres, sino también un apetecible destino para levantar desde sus cimientos una vida próspera, pues ofrecía salarios inimaginables en el Perú de entonces.

Todo hacía atractivo a Japón. Además de trabajo a raudales y bien pagado, era un paraíso de seguridad comparado con el Perú convulso de la década de 1980 donde la vida pendía de un hilo.

Japón, eso sí, era un lugar de paso. Todos (o casi) iban con la idea de trabajar unos años, ahorrar y luego retornar al Perú para poner un negocio o seguir estudios superiores.

¿Qué ocurrió con ellos? Algunos cumplieron sus objetivos y regresaron al Perú, pero muchos se quedaron en Japón, donde forman parte de la comunidad hispanohablante más grande del país asiático.

Ya no son dekasegi, sino inmigrantes. Japón es su presente y su futuro; el Perú, el pasado.

Sin embargo, hay excepciones: gente que planea regresar al Perú. Japón, donde llevan tres décadas o más viviendo, continúa siendo una parada, no su destino final.

Uno de ellos es Shigueru Sakuda. Aterrizó en Japón en 1989 cuando tenía 27 años. El sansei solo espera que le llegue la edad de jubilación para despedirse del país donde ha vivido más de la mitad de su vida y establecerse, de manera definitiva, en su tierra de origen. 
 

No muy joven, tampoco viejo

En el medio, en una fábrica, con excompañeros de trabajo. (Foto: archivo de Shigueru Sakuda)

Shigueru llegó a una edad óptima a Japón. Era joven, con lo cual su cuerpo estaba preparado para aguantar el fuerte trabajo en las fábricas de autopartes, sus extenuantes y largas jornadas.

Pero no era un mocoso, un chico de 17 o 18 años que perdía la cabeza al ganar más dinero del que había visto jamás y que lo dilapidaba en coches del año o fiestas, en vez de invertir en su futuro, en su formación.

Ni tan joven, ni viejo. Pisó Japón en el momento justo, y por eso cree que se adaptó rápidamente al país.

“Al comienzo se llega con la intención de juntar okane, eran otros tiempos en donde la dureza se imponía sobre la delicadeza actual”, dice.

“De hecho vivir con seguridad en Japón, opuesto al terrorismo en Perú, lograba hacer llevadera la vida en Japón”, agrega.

Shigueru hizo vida de dekasegi, trabajando y acopiando dinero con el propósito de hacer negocio. “Los altos salarios de antes te permitían ahorrar para lograr lo que quisieses”, recuerda.

“Yo emprendí varias veces y me fue mal”, cuenta. Sin embargo, a pesar de los traspiés, no pierde la esperanza de invertir con éxito. Su apuesta por el futuro se mantiene intacta. “Aún creo que lo puedo hacer”, dice. “A muchos les ha ido muy bien”.
 

Otro Japón

Cuando su hijo —que nació en Japón y fue llevado de niño al Perú— ingresó a una universidad peruana, Shigueru cambió de plan.

Como una institución de estudios superiores exigía un mayor desembolso económico, el sansei tenía que remesar más dinero. Así las cosas, renunció al Perú.

Incluso borró cualquier posibilidad de regresar a su país de vacaciones, pues podía poner en riesgo su plaza laboral, un lujo impensable con un hijo universitario.

Ahora bien, esto que podría haber sido un martillazo, un naufragio anímico ante la certeza de que el resto de su vida transcurriría en una isla lejos de su patria, lo tranquilizó.

De un plumazo eliminó la incertidumbre que agobia a muchos peruanos en Japón (¿regreso al Perú? ¿Sí, no? ¿Cuándo? ¿El próximo año?). Sin el peso de lo incierto, se relajó y comenzó a hacer fotos.

En la sala de eventos Tiara Green Palace, en la prefectura de Gunma.

Gracias a la fotografía, su mirada sobre Japón se transformó. Ya no era solo el país en el que estaba para hacer plata, un enclave de fábricas que se tragaban casi todos sus días, dejándole apenas espacio para el descanso, sino también una tierra rica en cultura, en atractivos arquitectónicos, en paisajes naturales que quitan el aliento por su belleza, revalorados ante su ahora entrenado ojo.

“Antes trabajaba para ahorrar. Después, con la afición por la fotografía, descubrí este Japón tan querido por los turistas”, complementa.

“Me gusta Japón ya que lo veo con los ojos de un eterno turista”, apuntala.

¿Eterno turista? Parece un oxímoron, pero tiene sentido para alguien que desde que sustituyó la mirada cansada —y probablemente harta— del dekasegi por la entusiasta y ávida de descubrimientos del turista aprendió a apreciar Japón.

Dicho esto, ¿cómo es posible ser turista en un país en el que se lleva 36 años viviendo? Pues porque el término integración no existe en el vocabulario de Shigueru. “Integrarse a la sociedad japonesa no es prioridad para mí, me bastan los pocos pero grandes amigos japoneses que tengo”, aclara.

Con respecto al idioma, revela: “Nada que ver con el nihongo, pero también soy malo con cualquier idioma”.

Pero Japón le da lo que necesita: un salario y escenarios para hacer fotos. No quiere más.

Sin embargo, aunque dice que Japón le gusta, el peruano residente en la ciudad de Aikawa añade: “Muy bonito para visitar, muy malo para vivir. Me quedo con lo bonito”.

¿Por qué es malo para vivir?

Por “trabajar en fábrica con horas extras, y si no las tienes, pues tener dos trabajos para pagar los gastos de los hijos, sin tiempo para ellos”, responde.

“Si vives en una gran ciudad, peores son los gastos”, subraya.

Japón te puede ahogar con los costos que acarrea vivir en un país caro. A ello hay que sumarle que el exceso de trabajo para poder llegar a fin de mes recorta horas con los seres queridos.  

No obstante, aún así, para Shigueru Japón ofrece segundas oportunidades. Cada vez que emprendió sin fortuna, pudo recuperarse.

“En Japón, aún teniendo deudas, las puedes pagar trabajando y con disciplina para poder encaminarte de nuevo”, apunta.

Identidad peruana más que nikkeidad

Shigueru Sakuda, una presencia habitual como fotógrafo en las actividades de la comunidad peruana en Japón.

Muchísimos nikkei que en Perú se consideraban “nihonjin” se dieron cuenta en Japón, donde los trataban como a cualquier otro extranjero, de que eran peruanos.

Japón, entonces, paradójicamente los acercó al Perú.

Vivir en Japón ha fortalecido la peruanidad de Shigueru. “Es obvio que en Japón la identidad peruana supera a la nikeidad”, dice. Acto seguido, matiza: “Mas siempre tengo ese filtro nikkei heredado dentro”.

Un peruano “en Japón es como un provinciano que vive en Lima y lo pasa en clubes departamentales con sus costumbres”, explica.

Él, en Japón, asiste a actividades peruanas y le encantan la marinera y la música andina, entre otras expresiones artísticas de su país. En esos eventos, apunta, “no ves nikkei por ningún lado”.

El regreso y la vejez

Con su hijo ya grande e independiente, Shigueru no se siente atado a Japón. Puede volver a su país, pero quiere aprovechar los cerca de dos años que le restan como parte de la población económicamente activa para seguir juntando plata y regresar al Perú como jubilado.

Su decisión de volver a instalarse en el Perú a partir de los 65 años obedece a razones puramente crematísticas. Debido a que es un trabajador contratado, su pensión mensual como jubilado será muy baja. Y en el Perú, donde el costo de vida es inferior al de Japón, ese dinero alcanzará para más.

Ahora, si fuera un trabajador fijo o estable, su jubilación sería mayor y tendría lo suficiente para vivir en Japón. En ese caso, ya no estaría tan seguro de retornar a su país. “Ya es para pensarlo en donde pasar la vejez”, admite.

A Shigueru Sakuda lo moviliza el pragmatismo. No hay espacio para el sentimentalismo o la nostalgia. Afronta las cosas con realismo y serenidad, sin lamentos ni alucinaciones sobre futuros imposibles. Lo que hay es lo que hay y punto. Así es la vida y solo existe una opción: seguir adelante.

 

© 2025 Enrique Higa Sakuda

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Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español. Es coeditor y redactor de la revista Kaikan de la Asociación Peruano Japonesa.

Última actualización en julio de 2024

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