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Yurei: los fantasmas de la inmigración japonesa a México

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Afiche del documental Yurei.

Yurei (Fantasmas) es memoria, silencios, nostalgia y secretos. El documental dirigido por la cineasta mexicana Sumie García Hirata bucea en la historia de la inmigración japonesa a México, marcada por vivencias no transmitidas, ocultas por sus protagonistas a sus descendientes.

Una historia signada, como en Estados Unidos o Perú, por la Segunda Guerra Mundial.

“El término Yurei representa a esos fantasmas del pasado, las historias que no se han contado, los recuerdos silenciados que han perdurado a través de generaciones y que acechan el presente”, dice Sumie.

“Muchos de estos momentos dolorosos no se hablaron abiertamente, como una especie de secretos colectivos, algo que se quedó enterrado, pero que sigue afectando a la identidad de las personas”, añade.

No todos los silencios, sin embargo, son negativos. También hay “memorias gratas de los antepasados de los participantes (cuyos testimonios recoge la obra) que se expresan a través de tradiciones culturales y familiares. En el documental, intentamos romper esos silencios, darle voz a las experiencias amplias de los nikkei en México”.

Un repaso a la historia

Si hablamos de historia, una voz autorizada es la de la antropóloga mexicana Dahil Melgar Tísoc, autora de varios trabajos sobre la inmigración japonesa a su país y que se encargó de la investigación que hizo posible la materialización de Yurei.

Dahil revela que durante la guerra 13 países latinoamericanos ejecutaron “políticas atroces en contra de japoneses y sus descendientes”.

En uno de ellos, México, hubo “proscripciones de derechos de propiedad, posesión y manejo de capital, limitaciones de movilidad, políticas de vigilancia, la prohibición de residir a menos de 100 km. de cualquier costa del Pacífico y 200 km. de la frontera entre México y Estados Unidos, y, finalmente, órdenes de concentración inmediata en las ciudades autorizadas (la mayoría de ellas en el centro del país)”.

Como consecuencia de las medidas represivas, muchas familias japonesas perdieron sus casas y negocios, quedando literalmente a la intemperie.

Si bien algunas lograron capear el temporal gracias a sus lazos con círculos de poder locales, la mayor parte tuvo que acopiar sus escasos recursos y compartir techo con otros japoneses en espacios saturados o mudarse a haciendas “facilitadas por el Comité de ayuda mutua de la colonia japonesa”.

La primera de ellas fue El Batán, sita en la Ciudad de México y propiedad del arquitecto japonés Tatsugoro Matsumoto. Más adelante, se compraron de manera exprofesa para alojar a los desplazados Castro Urdiales, en Jalisco, y Temixco, en Morelos.

Dahil explica que los ocupantes de las mencionadas haciendas podían salir de estas durante el día, lo que las diferenciaba de los campos de concentración en Estados Unidos. No obstante, “para muchas familias era la única opción que tenían para protegerse del clima antijaponés de la época, pero sobre todo de garantizar un techo y su autosubsistencia alimentaria a través del trabajo agrícola colectivo”.

Víctimas inocentes de una guerra que se desarrollaba al otro lado del océano y con la que no tenían nada que ver, estigmatizados únicamente por haber nacido en el país “enemigo”, los inmigrantes enterraron los recuerdos del destierro y los abusos, voltearon la página y decidieron seguir adelante sin mirar hacia atrás.

Como resultado de su mutismo, las generaciones posteriores crecieron sin conocer el pasado de su comunidad.

Sin embargo, hubo experiencias que sí se transmitieron y que moldearon o dejaron huellas en sus descendientes. En Yurei, los nikkei dicen que “las experiencias se heredan” o “me impacta ser nieta de una picture bride (mujer que se casaba con un issei al que solo conocía por fotografía y que luego viajaba al país al que él había migrado)”.

Las mujeres desempeñaron un rol fundamental en la preservación.

“Durante las entrevistas encontramos que en muchos casos la transmisión en boca en boca de la historia familiar fue a través de las mujeres. Creo que en muchos casos, y no solo en familias nikkei, el sentido de comunidad y familia es tejido por las mujeres”, dice la directora del documental.

Uno de los nikkei entrevistados afirma que “la memoria y la nostalgia juegan un papel importante en la identidad, una nostalgia que se hereda y construye”.

Sumie explica: “La nostalgia permea las memorias de los descendientes, como una suerte de herencia emocional. Aunque la mayoría de las personas que entrevistamos no vivieron directamente las experiencias de migración o el periodo de la guerra, llevan consigo el peso de esos recuerdos transmitidos por sus abuelxs, padres o madres”.

“Es una nostalgia que no necesariamente proviene de lo vivido, sino de sentimientos, memorias difusas e intuiciones. Esa nostalgia ayuda a construir una identidad, porque a menudo es lo que conecta a las generaciones actuales con su pasado. Es una memoria compartida, una especie de legado emocional que da forma a cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos relacionamos con nuestra historia”, agrega.

Ahora bien, la memoria no es un dispositivo electrónico que graba fielmente los hechos. El pasado que nos narramos es el que recordamos, no necesariamente el que fue. Las historias que nos contamos son elásticas, variables, relatos que sufren pequeñas o grandes alteraciones a medida que avanza el tiempo.

“A través de mi trabajo en el cine y las artes visuales, he explorado la memoria y diferentes elementos que la componen. Uno de los aspectos es la manera en la que recordamos memorias específicas: cuando recuerdas algo, recuerdas la última vez que pensaste en esa memoria y no recordamos el momento en sí. Así, a través del tiempo, todo se convierte en el recuerdo del recuerdo del recuerdo del momento que buscamos mantener. En esta repetición, es natural que ocurran cambios. Por esto, nunca recordamos los hechos tal como sucedieron, están filtrados a través del prisma de nuestras emociones, nuestras experiencias, y lo que hemos escuchado de otros”, dice.

En el documental, “trato de mostrar esa reconstrucción creativa de la memoria. Para muchos nikkei, el pasado de sus antepasados está lleno de huecos y silencios, pero esos vacíos se llenan con historias que se han heredado de manera emocional e imaginativa, lo que permite que se mantenga viva una conexión con ese pasado, aunque no sea del todo exacto o lineal”.

La memoria es un cimiento de la identidad, un tema que aborda Yurei a través de sus participantes, uno de los cuales habla de la “teatralidad de la identidad”, que empuja a las personas a amoldarse a las etiquetas que la sociedad les coloca por sus apellidos, fisonomía u origen étnico. Algo así como que por tener antepasados japoneses tienes que ser karateka.

Yurei rompe lanzas por la flexibilidad y la autonomía individual, por manifestarte como te nazca o desees, sin que tu etnia sea una camisa de fuerza.

“El documental es una reflexión e invitación empática para que todxs pensemos en las expectativas que sentimos de representar una identidad específica. Al apuntar hacia la teatralidad de la identidad, si bien el documental habla de ciertos elementos de la nikkeidad, me gustaría pensar que cualquier audiencia se puede sentir identificada con la idea de disfrazarse de las identidades que suponemos”, comenta Sumie.

“La identidad no es algo fijo, sino algo que constantemente construimos y adaptamos, y espero que al reflexionar sobre lo que buscamos representar, haya la libertad de hacerlo por voluntad propia y no por estereotipos o imposiciones sociales”, concluye.

Lo que no se puede decir en palabras

Yurei no es un documental al uso, un relato clásico en el que los testimonios se suceden de manera lineal. Las historias sin narradores o aliñadas con nuevos ingredientes en cada evocación, las lagunas cubiertas por la imaginación, los recuerdos difuminados, invitaban a otras formas expresivas que se hallaron, por ejemplo, en el arte japonés.

Dahil explica que “la narración, además de ser un hilado de las geografías del recuerdo, debía sumar el papel de los silencios y las geografías del olvido. Estas habían estado presentes en las narraciones del pasado, cuyos detalles se desdibujaban con el paso del tiempo, pero también en la poética de lo material, como en la patina de polvo o las huellas de humedad que habían borrado los rasgos de un objeto, el rostro de las personas presentes en fotografías familiares, o los nombres escritos en kanji en las lápidas”.

“El proceso mismo de estar en estas múltiples geografías y escuchar las experiencias de varias personas de la comunidad nos exigió problematizar como equipo si debíamos articular estas memorias en un relato abierto, formado por múltiples entrevistas o respetar el lenguaje mismo de la memoria en su abstracción, el peso del silencio y del olvido y sus sutiles guiños y gestos”, añade.

Así las cosas, eligieron “presentar la historia entre aquello que puede decirse con palabras y aquello que es inenarrable, para lo cual utilizamos otros lenguajes como la danza (noh, butoh, rural y festiva), el paisaje, las geografías del recuerdo, los artefactos y los lugares en los que se simboliza esta historia”.

Fotograma de Yurei.

El proyecto nació a partir de charlas que Sumie y Dahil comenzaron a tener en 2019 sobre la historia de la inmigración japonesa a México y el desarrollo de la comunidad.

Entre 2019 y 2020 ambas, juntos a miembros del equipo que elaboró el documental, realizaron viajes de exploración por el país norteamericano.

“Para mí era importante iniciar el recorrido visual y narrativo en la frontera sur, en el Soconusco (en Chiapas), donde comenzó la historia de las migraciones japonesas a México en 1897. Y, a partir de ahí, ahondar en la contraparte fronteriza de este origen, al norte del país, en Ensenada-Tijuana, donde se habían asentado japoneses entre las décadas de 1920-1930, atraídos por el auge pesquero, el desarrollo comercial-turístico promovido por la ley seca estadounidense y la siempre compleja relación entre México y Estados Unidos”, recuerda Dahil.

En sus viajes, gracias a organizaciones como la Asociación México Japonesa de Chiapas y la Asociación Japonesa en Ensenada, y personas como Kiyoko Nishikawa (Ensenada), Yoshio Cruz Nakamura (Tapachula), Miguel Nakamura (Escuintla) y Martin Nomura (Acacoyagua), recogieron testimonios, tuvieron acceso a fotos y objetos familiares antiguos, y visitaron cementerios que albergan los restos de los pioneros así como las viviendas y los comercios de los primeros inmigrantes japoneses.

Sumie García Hirata (de pie, segunda desde la derecha) y Dahil Melgar Tísoc (de pie, tercera desde la derecha), con miembros de la Asociación México Japonesa de Chiapas (archivo de Dahil Melgar Tísoc).    

Para cerrar hablando de historia, Dahil nos ilustra acerca del primer proyecto oficial de migración japonesa a América Latina, en 1897, que tuvo a México como destino: la colonia Enomoto.

“Llamada así por el su promotor, el vizconde Takeaki Enomoto, consistió en la migración de 36 varones japoneses que se asentaron entre los actuales municipios de Escuintla y Acacoyagua, atraídos bajo la promesa de una tierra propia y las riquezas que auguraba una época marcada por la fiebre cafetalera y el éxito de otros proyectos de colonización agrícola extranjera impulsados por el porfiriato (periodo durante el cual México fue gobernado por Porfirio Díaz)”, explica.

La iniciativa naufragó “por el paludismo, la fiebre amarilla, la inexperiencia en el aprovechamiento del cultivo del café (para los japoneses un grano más que desconocido) y el hambre. Al cierre de la colonia Enomoto solo permanecerían en la región 16 migrantes japoneses que formarían familias con mujeres mexicanas, diversificarían su economía a través de otros cultivos, ganado, servicios”, agrega.

Pese al revés, la migración japonesa a México no se detuvo y en 1903 arribó un segundogrupo de issei, un nuevo hito de una poderosa historia de más de 125 años que el documental Yurei ilumina con rigor, arte y sensibilidad.  


Tráiler: Yurei

 

© 2025 Enrique Higa Sakuda

Dahil Melgar documentales cineastas películas inmigración mexicanos-japoneses Segunda Guerra Mundial
Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español. Es coeditor y redactor de la revista Kaikan de la Asociación Peruano Japonesa.

Última actualización en julio de 2024

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