Este es Arthur Makoto Kikuchi, mi abuelo. Nunca lo sabré, pero supongo que sus padres, Zenkichi y Hagino Kikuchi, que eran issei, sintieron la necesidad de darle un nombre americano pero lo llamaban por su nombre japonés, Makoto. El dilema de cómo llamar al primogénito en un nuevo país debe ser común en la experiencia de los inmigrantes: ¿cómo se carga con la presión de la asimilación y la comodidad de llamar a tu hijo en tu lengua materna?
En el momento del encarcelamiento forzoso durante la Segunda Guerra Mundial, Makoto tenía 29 años y ya había vivido una serie de políticas racistas dirigidas a los inmigrantes asiáticos y sus familias. Él y mi abuela, Miyoko (Mary) Migaki estuvieron casados menos de dos meses antes de su expulsión forzosa. Me pregunto cómo fue la boda, para ellos y para sus invitados. ¿Pudieron disfrutar del inari, el futomaki y el tsukemono a pesar de la preocupación? ¿Se sirvió incluso washoku (comida japonesa)?
En los días y semanas posteriores a Pearl Harbor, nuestra comunidad purgó todo lo japonés en un vano intento de no ser vinculados con el enemigo: reliquias familiares y fotografías quemadas, discos de 78 rpm hechos añicos, kimonos de seda destrozados; un borrado masivo de la cultura y la tradición. Y a pesar de eso, nos llevaron. Nuestras pertenencias no importaban, fue nuestro cabello oscuro, ojos almendrados y el sonido de nuestros nombres lo que decidió nuestro destino.
Zenkichi, el padre de Makoto, describe el miedo que tenía al salir de casa antes de su traslado: “Nos advirtieron unos vecinos amigos: tengan cuidado al salir, porque uno de los hombres se está jactando de matar al primer japonés que se le cruce en su camino, para vengar la muerte de su hijo en Pearl Harbor”.
El 5 de junio de 1942, nuestra familia fue sacada a la fuerza de nuestra casa en el Valle de Yakima, Washington, y fue llevada a vivir en establos de caballos toscamente transformados a partir de antiguos corrales de ganado en el Centro de Asamblea de Portland.
“...nos habían dicho que empacáramos nuestra ropa y otras cosas, lo mínimo que se pueda. Solo lo necesario para el uso inmediato y diario y que guardáramos todas nuestras cosas en un lugar privado bajo nuestro propio riesgo en el almacén designado por el gobierno. Así que simplemente empacamos nuestra ropa y otras pocas cosas indispensables, esperando la orden para abordar un tren que nos llevaría a algún lugar… Llegamos a Portland, Oregón, a la mañana siguiente y encontramos nuestro campamento temporal en el edificio de venta de ganado junto al río Columbia, con una cerca de alambre de púas alrededor y soldados vigilando con armas... Todos los edificios eran para ganado, por lo que olía mal por todas partes, incluso después de haber sido arreglados y limpiados... No había privacidad en los servicios de este campamento, los baños estaban todos abiertos a la vista del público…”

Después de Portland, fueron enviados al Campo de Concentración de Minidoka por tiempo indeterminado hasta que Zenkichi pudo encontrar trabajo de labor agrícola fuera de la zona de evacuación y, finalmente, pudo traer al resto de la familia.
“Mi esposa (Hagino) estaba tan contenta de vivir en libertad y no en el campo de concentración, que estaba custodiado por soldados armados y donde vivía de la ayuda del gobierno. Ella decía: “Es bueno comer la comida que el trabajo de mi propio esposo proporciona, me siento como una persona real”.

Mi abuelo luchó contra una profunda depresión durante gran parte de su vida adulta después de la guerra. En los peores momentos, se escondía detrás de la cama en la habitación posterior cuando alguien venía a la casa, temeroso de enfrentar el mundo exterior, mientras mi abuela manejaba la granja, criaba a los niños y mantenía unida a la familia.
Él era un hombre callado, pero le gustaba hacer bromas. Nos fastidiaba a mi hermano y a mí cuando éramos pequeños y nos decía: “tu ratón, tu sabueso”, lo cual resulta irónico, ya que este hermoso joven, este ciudadano estadounidense, era llamado ratón (y cosas peores), y era despojado de su dignidad y dejado con un vacío inconmensurable.
Estoy agradecido con mis padres por darme el segundo nombre Makoto en su honor. He vivido con el nombre Paul durante 47 años. Quiero vivir el resto de mis años en este mundo como Mako, porque yo puedo. Mi abuelo no pudo. Las presiones eran demasiado grandes y su nombre, Makoto, fue una de las cosas que tuvo que ser borrada para su sobrevivencia.
Saludos a ti, ojiichan Makoto, tu rata, tu sabueso.

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Nuestro Comité Editorial seleccionó este artículo como una de sus historias favoritas de serie Nombres Nikkei 2 en inglés. Aquí está el comentario.
Comentario de Kristen Nemoto Jay
Si bien todas las historias tenían sus propios mensajes únicos y maravillosos de resiliencia, amor sobre odio y perseverancia, la que más me llamó la atención fue “Mako” de Mako Kikuchi.
Su obra me llevó a un viaje a través de la historia de su familia, diseccionando partes que les han resultado desagradables, pero sin dejar de ser reflexivo y resiliente. El homenaje de Mako, antes conocido como Paul Kikuchi, a su abuelo Arthur Makoto Kikuchi, al llamarse a sí mismo “Mako” porque su abuelo “no podía”, me conmovió hasta las lágrimas. Su profunda conexión con quién es y su aceptación voluntaria de kuleana (palabra hawaiana que significa responsabilidad) sobre cómo continuar con el nombre de su familia, me han hecho destacar esta historia como mi favorita. Bien hecho.
© 2024 Mako Kikuchi
La Favorita de Nima-kai
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