Conocido en Latinoamérica como chapa, alias o inclusive mote es lo que ocasiones me ha brindado identidad porque, por increíble que parezca, me ha acompañado desde que tengo uso de razón y fue lo primero que dijo mi obaachan (abuela) al verme cuando nací: “¡Qué bonito mi chinito, igualito a mi otōsan (padre)!”. Desde aquel día hasta hoy el apodo de ‘Chino’ me ha identificado con familiares, amistades y desconocidos porque no tengo ninguna duda de que a los nikkei de Latinoamérica, como a los de alrededor del mundo, los ha seguido también este identificable apodo, ya que para todos somos el ‘Chino’.
Nací y fue como si mi hiiojiisan (bisabuelo) estuviese de regreso en casa con las increíbles y fascinantes historias que le relataba a mi madre cuando era niña sobre lo maravilloso que era Kumamoto, con sus imponentes volcanes rodeado de un vasto campo con pequeños cráteres en ebullición, entre los cuales él jugaba de niño con sus hermanos cruzando riachuelos y en ocasiones sintiendo el calor de las aguas termales. Relatos fascinantes de aquel enigmático lugar donde permanecería su padre Keita y su madre Suki, al igual que sus dos hermanos, los cuales ahora solo los rememoraba en sus inagotables y añorados recuerdos.
Porque fue en Yokohama, un martes 23 de enero de 1917, que él tomó la decisión de buscar nuevas oportunidades, llevando consigo la promesa de que pronto regresaría a casa. Pero el destino tenía preparado algo diferente para él, una vida larga y fascinante, ya que tuvo una familia que lo albergó con mucho amor y llenó cada vacío de su corazón con la compresión que solo uno puede hallar en la familia.
En varias ocasiones cuando era muy chico me pregunté a mí mismo por qué las personas me dicen ‘Chino’ y no por mi nombre, incluso personas que no conocía y jamás había visto me llamaban o saludaban de la misma manera.
Fue entonces que llegué a la conclusión de que pasaba algo raro: por qué a mí y no a los demás, como si llevase algo que con solo verme bastara para saber quién era. Fui creciendo y comencé a escuchar las historias fascinantes de mi hiiojiisan y fue entonces que poco a poco fui comprendiendo el porqué del ‘Chino’. Es así que, sin pérdida de tiempo, me puse manos a la obra e indagué entre fotos, documentos y relatos.
Llegado el momento entendí que para que hoy yo pueda estar escribiendo esta bella historia hubo alguien que navegó 15.500 km en un barco llamado Kiyo Maru durante tres meses, que tuvo el gran valor de no mirar atrás y dejar todo lo que tenía, como su familia y amigos, para enrumbarse a un nuevo país sin hablar el idioma y mucho menos saber si llegaría el momento de llamar al Perú como su nuevo hogar. Aun con todas esas interrogantes, tomó la decisión que cambiaría su vida.
De mi hiiojiisan
Mi hiiojiisan se fue tranquilo, con la tranquilidad que te da el saber que hiciste las cosas bien, que formaste una buena familia como también el saber que fuiste una persona honrada. Pero, sobre todo, que tendiste la mano a cada persona que necesitó de ti, cuyos principios y valores llevo siempre presente.
Hoy tenemos la dicha de tenerlo siempre con nosotros a través de la voz de mi madre, ya que ella canta la misma canción que le cantaba mi hiiojiisan a mi obaachan: Hato · Masako Haruguchi (はと · 春口雅子), canción con la cual mi madre nos despertaba para ir a la escuela y que me ha acompañado siempre y que continuará siendo el lazo de unión y amistad entre mi descendencia japonesa y peruana.
Arigato gozaimasu.
*Nikkunēmu significa ‘apodo’.
© 2024 Alvaro Moscoso
La Favorita de Nima-kai
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