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El pequeño inmigrante — Parte 3: Jauja

*Continuación de la parte 2, la siguiente historia es contada por el padre del autor, Masao Nakachi, desde una narración en primera persona.....

Por fin había llegado a Jauja. Me recibió un hermoso cielo azul surcado por escasas nubes blancas y una agradable brisa suave y fresca. La ciudad de Lima, casi siempre gris, bañada de tristeza, había quedado atrás. Vine decidido a internarme en el sanatorio de Jauja pues el trabajo arduo y el clima húmedo de Lima parecían haber afectado mi salud. Esperaba poder pasar por lo menos un mes descansando en el balcón, mirando las montañas y el incomparable paisaje que rodeaba a Jauja. Quería sentirme como uno de los personajes que había leído en “La montaña mágica”, de Thomas Mann, viendo el cielo azul y sintiendo el viento seco y frío en mi rostro; soñando, libre de preocupaciones.

Varias veces toqué la puerta del sanatorio tratando de que me recibieran. Las monjitas no me admitían porque no estaba enfermo. Era joven y terco, no me daba por vencido. Conmovidas, o tal vez cansadas por mi insistencia, me dejaron quedar como “topiquero” o ayudante del tópico. Casi todos los pacientes tenían algún grado de tuberculosis pulmonar. Ser tísico era como ser leproso en todo el mundo. Rehuían de ellos y los aislaban. Pero en Jauja todos eran iguales. Había príncipes y princesas, ministros, condes, ricos y pobres. Todos venían por el clima curativo de Jauja.

Al principio tenía algo de temor de contagiarme. Con el pasar de los días, mis temores se fueron desvaneciendo. Todo el día estaba ocupado atendiendo a los pacientes. La mayoría se mantenían callados. Con algunos podía conversar y reír un poco. Me decían que el primer paciente había sido un ministro de China. Escuchaba, fascinado de los pacientes lo que me contaban acerca de Francia, Inglaterra y otros lugares que no recuerdo. Yo me sentía feliz.

Durante la semana me enviaban, a veces, a Huancayo, a hacer algunos recados. Pronto, por mi carácter jovial y simpático, me hice de varios amigos con los que solía pasar mis ratos libres.

Kiyomi Morimoto Mori cuando estaba en Huancayo

Mis días de salida eran los domingos e iba a Huancayo. Me ponía mi terno nuevo, mi sombrero de filtro y mis lentes que me hacían parecer un intelectual, en caso me topara con Kiyomi y su familia. Me habían dicho que una guapa japonesita solía pasear con su familia en la Plaza Central Huamanmarca. Me ilusionaba poder encontrarme con Kiyomi. En realidad, esperaba verla pasar, aunque sea de lejitos (como decían en la sierra).

Un día la vi y quise saludarla. Me miró como reconociéndome y esbozó una tímida sonrisa. Su madre, muy contrariada, la jalaba del brazo y apuraba el paso abriéndose camino entre la multitud de paseantes, vendedores ambulantes y niños.

No me di por vencido. Todos los domingos, al atardecer, me paraba en la esquina frente a su casa. Durante el día, la familia nunca cerraba el portón de la casona donde vivían. Siempre quedaba abierto hasta tarde, especialmente los domingos.

Veían a la gente pasar. Algunos solo saludaban, otros se asomaban y hacían comentarios banales. Unos pocos se detenían para contarles las noticias de la ciudad. A veces, podía ver a Kiyomi ir y venir en el patio.

Una vecina solía ir a visitarlas con la excusa de haber cocinado mucho mote (maíz serrano). Les traía un gran tazón para todos y se quedaba un buen rato “chismeando”. Ella siempre me veía parado frente a la casa . Creo que simpatizaba conmigo pues todo el tiempo les contaba del paisano que había venido de Lima y trabajaba con las monjitas en Jauja. Al oírla, la madre y las hermanas se sentían muy contrariadas, aunque trataban de disimularlo.

Su madre empezó a cerrar temprano el portón los domingos. Sin embargo, Kiyomi subía al balcón con la excusa de cerrar los ventanales, pues todas las tardes el viento soplaba muy fuerte y podía afectar la salud de su madre. Desde allí podía verme por unos instantes. Yo le devolvía la mirada con tristeza en los ojos. Al llegar la noche tenía que volver a Jauja. Y , lentamente, me alejaba calle abajo.

Cuando empezó la guerra con Japón, los japoneses en Huancayo no sufrimos tanto como nuestros paisanos en Lima. La mayoría de nosotros había venido a Huancayo por razones de salud. El padre de Kiyomi, dejando su trabajo de maestro y de director de una escuela japonesa en Vilcahuaura, cerca de Lima, había llevado a la mamá de Kiyomi a Huancayo para recuperarse de una enfermedad del pulmón. Kiyomi trabajaba en la casa de la familia Murayama, en Miraflores, y tuvo que dejarla para cuidar a su madre.

En todo el tiempo de la guerra hubo saqueos, maltratos y deportaciones en la capital. Los colegios japoneses fueron confiscados por el gobierno. El colegio Lima Nikko se convirtió en un colegio nacional. Gran parte del terreno de la escuela Jishuryo pasó a manos de un militar. Muchos perdieron sus negocios y sus propiedades. Fue una época muy dolorosa, dura y triste.

El padre de Kiyomi había empezado a enseñar japonés en Huancayo, pero fue llamado a Lima para ser deportado. Debido a un afortunado error en la lectura de su apellido (en la lista estaba como Senda, en vez de Chida), tuvo tiempo de esconderse en la casa de un amigo en Lima. Se quedó allí hasta que la policía dejó de vigilar su casa en Huancayo. Fueron muchos meses.

Cuando el padre regresó a Huancayo y se enteró de mi interés por Kiyomi. No me acept ó. Me sentí muy triste y decepcionado. Aunque era un hombre de buen corazón, fue duro conmigo. Le preocupaba mi falta de trabajo seguro y mi origen okinawense. En ese tiempo no eran aceptables las relaciones con las oraciones adicionales en rojo los de Okinawa. P asó mucho tiempo hasta que, finalmente, un día me permitió entrar al patio. Sentados bajo el sol serrano, conversamos largamente. Podía ver a Kiyomi atisbar ansiosamente por una de las ventanas.

Renuncié al trabajo en el sanatorio de Jauja. El señor Yamashita, que ya había hecho dinero, quiso retirarse y me traspasó su restaurante cerca de la Plaza Central. Trabajé duro y me fue bien. Chida sensei, el papá de Kiyomi, entonces, aceptó que me casara con ella. Fue lo mejor que me pudo pasar en mi vida.

Ilustración: Mercedes Nakachi Morimoto

Nació mi primera hija, Carmen, en medio de los tiempos duros, falleciendo lamentablemente a los pocos meses de nacida. Luego vinieron Graciela, Mercedes, Jorge y Luis. A pesar de que muchas veces teníamos que dejarlos solos en casa debido al trabajo, crecieron sanos, alegres, y juguetones. Cuando Graciela tenía cuatro años y se acercaba a la edad de ir al colegio, decidí regresar a Lima, donde los niños podían tener una mejor educación.

Fui a Lima para preparar nuestro regreso a la capital. Conseguí que un primo me permitiera tener a mi familia en un cuarto en la azotea. No podíamos bajar ni teníamos acceso al resto de la casa. No nos quedamos mucho tiempo. Nos mudamos a un cuarto en Surquillo, en un callejón “de un solo caño”. Era un barrio populoso y peligroso, especialmente para mis hijos, pero no podía costear otro y estaba cerca del cafetín donde estaba trabajando. Fue duro por un tiempo.

Un día, Kiyomi me dijo que había un trabajo de cocinero en la escuela primaria Jishuryo. Al principio, me negué por la sensación de incertidumbre acerca del tipo de trabajo, pero ella siguió insistiendo. Ofrecían, no solo el trabajo, sino también alojamiento para la familia. Estaba localizado en Lince, que era un barrio más seguro. Decidimos ir.

Una noche, Kiyomi, cargando a Chabuquita , que acababa de nacer, y de la mano con mis cuatro hijos, llegamos a Jishuryo, donde nos esperaba Víctor, el cuidador y portero de la escuela.

Después de atravesar un largo y oscuro corredor, nos recibió el silencio de los patios y salones vacíos. Solo se oía el susurrar de los árboles movidos por el viento. Llegamos a un cuarto vagamente iluminado por una gastada bombilla que me dejaba ver los cansados rostros de Kiyomi y mis hijos dormidos en nuestro nuevo hogar.

 

© 2023 Graciela Nakachi

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Acerca del Autor

Nació en Huancayo, Perú. A los cuatro años sus padres decidieron radicar en Lima. Estudió en la Escuela Primaria Japonesa Jishuryo y en el colegio secundario “María Alvarado”. Becada por el Randolph-Macon Woman’s College en Virginia (USA), obtuvo el grado de Bachelor of Arts (BA) con mención en Biología. Estudió Medicina Humana y Pediatría en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) e hizo una Maestría en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Fellow en Pediatría en la Universidad de Kobe, Japón, trabajó como pediatra en el Policlínico y en la Clínica Centenario Peruano Japonesa. Fue pediatra intensivista en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) y jefe del Departamento de Emergencias y Áreas Críticas en el Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN) en Lima. Es Profesora Principal de la Facultad de Medicina de la UNMSM. Aficionada a la lectura, música y pintura.

Última actualización en diciembre de 2023

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