El ministro responsable de la Legación de Japón en México, Miura Yoshiaki, seguramente leía en los periódicos sobre la próxima inauguración del parque japonés en la “aristocrática” y nueva zona del Country Club Churubusco, mientras estaba confinado en su residencia. El diplomático japonés estaba esperando, junto a sus colaboradores, su traslado a Estados Unidos dentro del programa de intercambio de prisioneros de guerra y funcionarios entre las potencias Aliadas y las del Eje.
La suspensión de las relaciones diplomáticas entre México y Japón después del ataque a Pearl Harbor el 6 de diciembre de 1941, generó un cambio radical de la percepción de ese país asiático por parte de los mexicanos. Ahora la propaganda y la prensa seguía de cerca el avance de Japón en la guerra del Pacífico convirtiéndolo en el nuevo enemigo. Lo anterior sumado a las políticas mexicanas de vigilancia y posteriormente concentración obligatoria para los japoneses residentes y sus familias (muchos de ellos con una larga residencia en el país, otros ya naturalizados mexicanos; incluso una gran cantidad ya habían nacido en el territorio nacional) provocó restricciones de movilidad dentro de la ciudad de México. Mientras el numeroso personal diplomático japonés se encontraba bajo estricta observación por la policía y por agentes del FBI, las persecuciones se extendían a la comunidad japonesa, las cuales fueron escalando cada vez más acusándolos de espionaje o de quintacolumnistas.
Mientras eso sucedía en la capital del país y a lo largo del territorio nacional, la inauguración de la nueva atracción turística en la ciudad de México estaba programada para el 14 de febrero de 1942. Diversas inserciones aparecían en los periódicos promocionando ese magno evento con el matiz de que era un parque “Oriental” (Imagen 1). inspirando por la civilización “chinocoreana” omitiendo que en realidad estaba basada en los paisajes y arquitectura tradicional japonesa. Los promotores de la empresa inmobiliaria encabezada por Gabriel Martínez Montero promovían el referido lugar de entretenimiento que incluía un jardín, la ciudad infantil, un laberinto y una casa modelo que sería el ejemplo de las viviendas que construirían en la nueva zona urbana de la ciudad de México.
Mientras Miura y su personal el 11 y 12 de febrero, celebraran el aniversario de la fundación del Imperio japonés que databa del año 600 A.C. El Excélsior cubrió una nota que al ritmo de “música de jazz, ricos licores y exquisitas viandas” festejaban airadamente el personal diplomático.1 Algo era claro, ninguno de ellos estarían invitados o inclusive cualquier japonés radicado en la Ciudad de México. El día llegó y el jefe del departamento central del Distrito Federal, Javier Rojo Gómez, junto a una docena de funcionarios, inauguró a la una y media de la tarde el “parque japonés” – como lo refería ahora las notas de prensa- y en su alocución elogió a los empresarios que en breve tiempo habían transformado a esos terrenos en un “orgullo” a de la capital a pesar de las condiciones que enfrenta el mundo por la guerra mundial y que hacía de “México más grande, más bello y más atrayente”.2
El predio contaba una pagoda de tres pisos, un pequeño laguito, puentes y otras instalaciones “orientales”; además de la ya referida casa modelo y la ciudad de los niños, además de un laberinto (Imagen 3) Tiempo después se le conoció como el “parque de la pagoda”, el edificio fue objeto de vandalismo e incendiado en 1974.
Ya en 1980 en el marco de la visita de Estado del primer ministro Ohira Masayoshi, a México y para celebrar su presencia en la ciudad se le cambió oficialmente su nombre en honor al distinguido político japonés, el cual fue remodelado y reinaugurado el 30 de julio de 1981 ( Imagen 4). No obstante, después fue objeto de desatención por parte de la delegación Coyoacán del entonces Distrito Federal.
En el 2015, bajo la iniciativa de la Embajada de Japón y con fondos donados por la Asociación Mexicana Japonesa (AMJ), con la participación de los colonos de Country Club Churubusco se restauró ( Imagen 5) y se reinauguró con la presencia de Ohira Tomonori, nieto del ex primer ministro, del entonces embajador de Japón en México, Yamada Akira y de Toda Makoto presidente en turno de la AMJ.3
Hoy día el parque es un enclave un tanto escondido en la ciudad de México. Se ha convertido en un lugar favorito para las sesiones fotográficas de las quinceañeras o un espacio para descansar y caminar para los curiosos e incluyendo a los nuevos “fans” de la cultura popular japonesa que les gusta apreciar los Torii (鳥居), es decir, las puertas japonesas con tonalidades rojiza y con detalles de color negro que se pueden apreciar y abundan en los diferentes templos shintoistas a lo largo de Japón. Quizá salvo los vecinos de la zona y los interesados en la historia de la comunidad japonesa en la ciudad de México, es prácticamente desconocido el hecho que fue inaugurado sin la presencia de ningún japonés ya que todos estaban confinados y vigilados en el inicio de la guerra del Pacífico.
Notas:
1. “Celebran los japoneses con buenos vinos un Aniversario”, Excélsior, 13 de febrero de 1942, p.1
2. Se Inaugura el Parque japonés”, Excélsior, 15 de febrero de 1942, p.
3. Carlos Villasana y Ruth Gómez, “Un Padecito de Japón en México”, El Universal, 17 de junio de 2016, (recuperado el 20 de mayo de 2022)
© 2022 Carlos Uscanga