El 11 de marzo de 2011, todos fuimos testigos del triple desastre: humano, material y nuclear que se derivó por el terremoto de la región del Pacífico en la parte de Tōhoku de Japón con una magnitud de 9.1 en la escala de Richter. Muchos de nosotros fuimos testigos, en tiempo real, de la devastación del movimiento telúrico y de los tsunamis. No sería exagerado afirmar que fue uno de los desastres más documentados debido a la amplia red de la telecomunicación digital que, a pesar de su colapso temporal, permitió a todos los usuarios, con un móvil o teléfono celular, grabar los eventos de que eran testigos y transmitirlos en sus redes sociales.
En una escala diferente, el Gran Terremoto de Kantō del 1 de septiembre de 1923, que tuvo una intensidad de 8.2 en la escala de Richter, generó (no sólo por el sismo y sus réplicas, sino también por los innumerables incendios) una ola de destrucción que devastó, principalmente, a Tokio y a Yokohama, así como otras ciudades cercanas. A pesar del daño de la infraestructura, el mundo se pudo enterar con gran detalle a través de los amplios despachos de noticias de The Associeted Press (fundada en Estados Unidos en 1846) reproducidas por los periódicos del mundo.
A través de ese medio, los lectores pudieron seguir la profundidad del daño de esa conflagración y el número de decesos estimados tan sólo un día después. Lo anterior se complementaba con la información (inicialmente escasa) que podía llegar a los Ministerios o secretarías de Relaciones Exteriores sobre el estado de sus representantes diplomáticos y consulares en Japón, o de las mismas embajadas o legaciones ubicadas en ese país asiático.
A México, al igual que en muchos países de América Latina, la información llegó inmediatamente. Los diarios nacionales llenaron sus primeras planas sobre el colosal desastre que enfrentaba Japón en esos momentos. Las muestras de solidaridad se presentaron a través de aportaciones monetarias de los gobiernos, la organización de colectas entre la población y expresiones de simpatía de la gente que acudía a las diversas representaciones diplomáticas.
El gobierno de Álvaro Obregón anunciaba, en los medios escritos, el 8 de septiembre de 1923, la aportación de 50 mil pesos oro e instruía al secretario de Relaciones Exteriores, Aarón Sáenz, que consultara con el ministro Furuya Shigetsuma, acreditado en la capital mexicana, para que indicara el medio para hacer llegar esa aportación a Tokio. La reacción fue inmediata de la administración obregonista, pero también de las expresiones de la sociedad mexicana.
Se organizaron dentro de la comunidad residente de japoneses diversas campañas de apoyo. Por mencionar un caso, Jesús Minakata, empresario de Jalisco y presidente de la Asociación de Japoneses en ese estado de la República, recibía las aportaciones.
Esas acciones se replicaron en otras partes del país. También contribuyeron diversas personas que deseaban apoyar al pueblo japonés ante esa tragedia y acudían directamente a las oficinas diplomáticas de Japón en México para entregar aportaciones cuyo total, de acuerdo con información del gobierno japonés, sumaba 2 mil 326 pesos.1 Asimismo, es de notar que la prensa japonesa, para el 15 de septiembre,2 cubría la noticia de que México era una de las naciones que había apoyado a Japón y para el 20 de noviembre ya estaba contabilizado el apoyo financiero enviado.
Respecto a la gran respuesta de los mexicanos para solidarizarse con la tragedia que vivía el pueblo japonés, el diario El Demócrata refería lo siguiente en una nota:
“Y además de esa ayuda oficial, todas nuestras clases sociales se han apresurado a responder al llamamiento que la fraternidad humana hace en estos momentos a todos los hombres bien nacidos; registrándose en los últimos días casos de personas que han llevado a la legación su simpatías y sus auxilios”.3
Es decir, hubo dos canales cuantificables de contribución: el propiamente gubernamental y a través de los diversos miembros de la sociedad mexicana. No obstante, se puede agregar un tercero a través del envío de dinero (hoy la llamamos remesas) que miembros de la comunidad japonesa pudieran haber enviado (por diversos medios) a sus familiares.
Para 1930, el gobierno de Tokio contabilizó 137,850 yenes totales aportados por México, siendo el tercero después de Perú, con 198,864 yenes, y Brasil, con 306,193 yenes. Lo interesante del caso brasileño es que las aportaciones en especie (alimentos y bienes manufacturados) fueron mayores a los recursos monetarios enviados. En cambio, en Perú el proceso fue inverso, ya que su ayuda financiera fue mayor a las contribuciones en especie. Es interesante que los periódicos referían que Colombia4 había mandado madera, pero en los datos oficiales no fueron contabilizados, a diferencia de las aportaciones de otros países como Argentina, Chile (9,230 yenes, donados por la Asociación de Productores de Salitre), Bolivia, Cuba y Panamá. (Véase Tabla 1).
Es todavía un tema abierto de investigación conocer el número de decesos de latinoamericanos (incluyendo los issei naturalizados o nissei) durante el Gran Terremoto de Kanto. En muy recientes investigaciones, encontramos el hecho de que tres miembros de una familia mexicana, quizá la única en esa época sin contar la de los miembros del servicio exterior de México acreditados en Japón, fallecieron.
Ellas eran: María Soledad Enrique, María Rosa Enrique y María Luisa Enrique, cuyo padre, Joaquín Roberto Guadalupe Enrique Cerecero, había sido cónsul en Yokohama y después del término de su responsabilidad diplomática, obtuvo un contrato en un despacho de comercio exterior. La tragedia de la familia Enrique fue desconocida por muchos años.
Por lo general, las frecuentes muestras de simpatía de la sociedad mexicana generaron el amplio agradecimiento de Japón. El ministro Furuya lo expresaba con el siguiente comunicado publicado en la prensa mexicana:
“El gobierno japonés ha girado instrucciones telegráficas a esta legación, en el sentido de que se haga del conocimiento del pueblo japonés y pueblo mexicano, el profundo agradecimiento de su Majestad el Emperador… con motivo de la simpatía y ayuda recibidas… en ocasión de los terremotos ocurridos en el mes de septiembre último… fue tomada por cada una de las aludidas cámaras, una resolución en el sentido de expresar una profunda gratitud a México y demás naciones extranjeras”.5
Después de oficializar las relaciones diplomáticas bilaterales entre México y Japón en 1888, ante un hecho lamentable y trágico como el vivido en Japón en 1923, la respuesta inmediata del gobierno, y en particular del pueblo mexicano, fue la primera muestra de amplia simpatía hacia Japón en momentos dramáticos después de la ola de destrucción derivada por el sismo que asoló la región de Kantō.
Si bien Japón era visible como actor emergente en el Pacífico y los diarios mexicanos reproducían diversas noticias sobre las fricciones con Estados Unidos, temas sobre la política y cultura japonesa, o incluso en la convivencia con los miembros de la comunidad japonesa, se podían conocer sus tradiciones y forma de vida; la información inmediata y masiva de las agencias de noticias sobre el Gran Terremoto amplió, sin lugar a dudas, su conocimiento sobre Japón en todos los segmentos de la sociedad mexicana.
Los agradecimientos del gobierno japonés derivaron también en la condecoración al presidente mexicano, Álvaro Obregón, la misma que fue recibida el 23 de noviembre de 1924. Asimismo, un par de meses antes, por medio del ministro Furuya, notificaba al canciller Aarón Sáez que la comunidad japonesa radicada en el país había decidido suspender el proceso de reclamaciones por los daños materiales causados a sus propiedades durante diferentes momentos de la Revolución Mexicana (1910-1920).
Es relevante también añadir, que en el marco del Tratado de Comercio y Navegación firmado el 8 de octubre de 1924 entre los dos países, se incluía en el artículo XXV la renuncia de ambos gobiernos en caso de cualquier reclamación de sus ciudadanos por motivo de alguna insurrección o guerra civil.
Asimismo, apuntaba el diplomático que Tokio apoyaba esa iniciativa, indicando que había sido instruido a persuadir a los residentes japoneses que no lo han hecho, a renunciar a sus reclamaciones en trámite. Las razones esgrimidas se centraron en la cordialidad demostrada por la sociedad mexicana a los residentes de origen japonés a lo largo del territorio nacional y, en lo particular, por el apoyo demostrado hacia el pueblo japonés durante el sismo de 1923.6
A 100 años del Gran Terremoto de Kanto de 1923 puede considerarse que fue el precedente de las constantes y frecuentes expresiones de apoyo que ha habido entre Japón y América Latina frente a los desastres naturales. En el caso particular de México, en los terremotos del 19 de septiembre de 1985 y 2017, sumando además las muestras de solidaridad latinoamericana en el ya citado terremoto en Tōhoku del 2011. Es decir, se forjó un vínculo, poco documentado, entre los lazos de amistad existentes hoy día y en el futuro.
Notas:
1. “各国 義金”, 『国民新聞』 20 de noviembre de 1923.
2. “全世界が延 べた救ひの手”, 『神戸又新日報』 15 de septiembre de 1923.
3. “Durante 6 días el Japón ha…”, El Demócrata, 8 de septiembre de 1923, p.7.
4. “既に二百万円 : 紐育だけで集まった”, 『大阪朝日新聞』 8 de Septiembre de 1923
5. “Las cámaras japonesas expresan su agradecimiento al pueblo mexicano”, El Mundo, 18 de diciembre de 1923, p. 1.
6. “Comunicación del Ministro Shigetsuma Furuya al Secretario de Relaciones Exteriores, Aarón Sáez”, 3 de septiembre de 1924, Archivo Histórico del Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón.
© 2023 Carlos Uscanga