La calle Américo de Campos es una vía corta y estrecha que comienza en el Largo da Pólvora, cruza la calle Galvão Bueno y, en la esquina con la Rua da Glória, desemboca en la Plaza Almeida Junior. Yo era capaz de hacer su trayecto con los ojos cerrados. O al menos lo era. A la altura de la calle... 1154? Quedaba Misuzu, un restaurante japonés sui generis.
Este restaurante se diferenciaba de los demás restaurantes del barrio oriental por el hecho de que abría su única, pequeña y estrecha puerta con cortinas azules decoradas con ideogramas blancos, de donde pendía una empolvada linterna típica japonesa, sólo después de las 22 horas. ¿Por qué tan tarde? Ahora bien, porque su clientela estaba compuesta por animales de hábitos nocturnos que jamás salían de sus madrigueras antes de esa hora. Era allí donde se reunía la elite de la bohemia de aquellos tiempos, de los años 80, 90: estudiantes, malandros, chicas de programa...
Kembo-san, el propietario, era un buen camarada y los platos de la casa, en especial el yakimeshi (risoto) de frutos de mar, eran simplementemagistrales.Las terrinas humeantes de sopa de soja (missoshiro)con cubos de tofu flotando eran un santo remediopara las resacas mal curadas.
Me dispongo, pues, a narrar aquí un caso interesante, entre los tantos ocurridos en aquel nostálgico punto de encuentro noctámbulo. Caso éste, les aseguro, que no he oído de terceros, teniendo en cuenta el protagonismo justo de este cronista que les escribe.
Como en todo restaurante japonés que se precie, se exigía también en Misuzu que, al entrar y para ocupar su lugar en el tatami, el cliente debía quitarse los zapatos. Algunos se avergonzaban debido a eventuales olores desagradables, otros por eventuales agujeros en las medias.
Ocurre que, para poner fin a una noche con algunos amigos, todos alegres bajo el efecto de incontables cervezas, para variar, nos dirigimos a Misuzu - la obligatoria pit stop para recuperar las baterías agotadas.
Después de saborear un delicioso pescado a la parrilla (Yakizakana) y tomarnosuna ronda más de biiru (cervezas), pedimos la cuenta, pagamos y cada uno se fue a su respectiva casa.
En el descenso de Galvão Bueno, me pareció extraño que mis zapatos estuvieran excesivamente holgados.
"O mis pies se achicaron, o estos zapatos crecieron", dije.
La burla de los que iban conmigo fue general. Me había puesto los zapatos de otro cliente que tal vez estuviera en "aprietos" en aquel momento. Volví a Misuzu y, por suerte, mis zapatos todavía estaban allí, en el estante junto a la puerta de entrada. Corregí discretamente la situación, pero no pude evitar que la historia se propagara rápidamente por el barrio oriental.
Misuzu no existe más. Su memoria, sin embargo, queda registrada en esta crónica sobre el querido barrio de la Libertad.
Nota:
*Honto Ni (en japonés: es verdad)
© 2017 Chico Pascoal
La Favorita de Nima-kai
Cada artículo enviado a esta serie especial de Crónicas Nikkei fue elegible para ser seleccionado como la favorita de la comunidad.
