Esta historia empezó cuando mi esposa y yo nos casamos, eran tiempos difíciles en el Perú, la mayoría seguía yendo a trabajar a Japón. Parecía que nos íbamos a quedar sin nikkei en el país. Yo tenía un negocio de ropa en el centro de la ciudad. La mamá de mi esposa nos ofreció su casa hasta poder establecernos bien, al final nos quedamos muchos años más. Mi esposa era la última de diez hijos, la única mujer. Parece ser que mis suegros estuvieron esperando a que llegara ella, quien se quedó en esa casa para cuidar a sus padres.
Los hermanos mayores de mi esposa, por las edades que tienen, podrían ser sus padres. Era un poco difícil residir en esa casa, yo tenía muchos cuñados, aunque algunos en Japón, además de sobrinos. Imagínense lo valiente que tenía que ser para entrar a esa casa. Hasta hoy, uno de mis cuñados y un sobrino me dicen en broma que yo no conseguí su aprobación. Eso no me preocupaba porque yo me había ganado la simpatía de las cuñadas de mi esposa; además de eso, la casa se ubicaba en terrenos de cultivos, pertenecientes a la hacienda San Agustín del Callao.
La hacienda San Agustín del Callao era muy conocida porque estaba habitado por nikkei. Era, hasta hace poco tiempo, un sitio importante porque sus cultivos abastecían a la ciudad de Lima. El grupo de gente era muy unido, un ejemplo en todo. Yo siento orgullo de pertenecer a ese grupo desde que me casé con una persona de la hacienda. Todos allí eran como una sola familia, se reunían para muchas actividades, como las actividades culturales por el “día de la familia”, las peleas de gallo, juego de gatebol (hasta hoy existe un equipo muy competitivo). También por el futbol en la Asociación Estadio La Unión del distrito de Pueblo Libre en Lima.
Por ser todos como de una sola familia, parecía que yo debía tener la aprobación de todos, sobre todo porque yo venía de la ciudad. Me favoreció el hecho de que mi padre conoció a mi suegra también en una chacra, pero de otro lugar, hacía muchos años atrás.
Esta historia gira alrededor de mi suegra. Ella se llamaba Haruko, todos le decían “oba” (abuela), y yo finalmente terminé llamándola también así. La casa era un lugar al llegaban muchas personas. Ella recibía a todos con los brazos abiertos. Siempre en la cocina, improvisaba preparando “tempura” de todo, de plátano, de cebollita china (cebollín), goya, berenjena, verduras en general.
En esa casa se podía comer infinidad de cosas, mi suegra preparaba muchas comidas, algunas solo para ocasiones especiales, como un dulce llamado “popo”, que es una especie de panqueque con chancaca (masa de azúcar rubia). Otro dulce que preparaba eran unos palitos preparados con harina y huevo y que se freían en aceite.
El “nantu” era hecho con harina de arroz glutinoso y colocado dentro de unas hojas y cocidas a vapor. Cuando los preparaba, ella (la abuela) se quedaba muy cansada, porque tenía que amasar mucho. Para el “oshogatsu” o año nuevo y para las misas de nuestros difuntos, se preparaba el “chawaki” con siete cosas diferentes y siete de cada una de ellas. Los bocaditos salados tenían como relleno carne de cerdo con piel, aderezada con shoyu (salsa de soya) y azúcar. Había también “tofu frito”, “tempura” de camote, de “gobo” (una raíz), vainita, zanahoria. También “kamaboko” (pastel de pescado cocinado a vapor), “chinuku” (una variedad de papa), “kombu” (un tipo de alga), también preparaban sushi. Entre los bocaditos dulces, se encontraban los palitos fritos, el “castera” (bizcochuelo cocido a vapor) y se completaban con algunos “okashi” comprados en el centro de la ciudad. Las nueras venían a ayudar en esos preparativos y algunas veces, ellas traían los platos ya preparados en sus casas.
Mi suegra tenía el don de engreír a cada persona con su comida, sabía que gustaba y hacía lo posible por prepararlo. Si alguien venía de visita, lo preparaba. Ella sabía que me gustaba su “harusame” y me lo preparaba todas las semanas, era una forma de demostrarme cuanto me quería, o eso es lo que quiero creer, porque ella era así con todo el mundo. También me preparaba una especie de tempura hecho de zapallo con harina de arroz glutinoso. No sé si era un dulce okinawense o ella lo había inventado, pero ahora que no está mi suegra, pienso, como creo, que muchos lo pensarán: “oba haruko, (eres) lo maximo”.
© 2017 Roberto Oshiro Teruya
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