Mi nombre es Jumko Ogata y hasta hace más o menos un año no conocía el término nikkei. Mi abuela me había contado desde chica historias sobre su papá, un inmigrante llamado Jimpei Ogata (al bautizarse en la fe católica incluyó el nombre Mariano), que había llegado a trabajar en minas de carbón, pero que, al vivir día tras día condiciones infrahumanas en las profundidades de la tierra, había decidido huir en busca de una mejor vida.
Tras algunos años llegó a Otatitlán, Veracruz, también llamado el Santuario del Cristo Negro, y conoció a Lupe Aguilar, una joven huérfana con la cual se casó y formó una familia con siete hijos. Sin embargo, él nunca quiso enseñarles japonés a sus hijos, y tampoco hablaba acerca de las tradiciones y la familia que dejó atrás. Sabíamos poco de él, pequeños detalles que mi abuela y sus hermanos escuchaban de las conversaciones que tenía con sus amigos, o que a veces le contaba a mi bisabuela. El día que nació mi abuela, él la llevó al registro civil y al regresar mi bisabuela le preguntó:
– Mariano, ¿cómo le pusiste a la niña?
– Namiko…así llamarse novia que dejé en Japón.
– ¡Qué atrevido! De veras…
A lo que él contestó: “¿pero por qué se molesta, señora? Si eso pasó hace muchos años, nunca la voy a volver a ver…”.
El único legado de Japón que dejó a sus descendientes fue una lista: nombres japoneses para que sus hijos y los hijos de sus hijos tuvieran algo de su lugar de origen. De esa lista salió el nombre de mi tía, Jumko Gabriela y, en su honor, el mío: Jumko, a secas. Toda mi infancia, mi nombre y apellido eran lo único que distinguían mi herencia japonesa, puesto que no sabía el idioma, las tradiciones me eran desconocidas e incluso físicamente era imposible dilucidar esa parte de mis ancestros.
No fue hasta la universidad que decidí investigar más al respecto, al introducirme en el campo de la Historia adquirí las habilidades para buscar más sobre su vida y las condiciones bajo las cuales llegó al país. Tras algunas lecturas de los especialistas en el tema encontré información que tal vez me sería útil: en el Archivo General de la Nación se encontraban los registros de todos los extranjeros residentes en México desde finales del siglo XIX y lo más probable era que existieran, bajo resguardo, documentos suyos. Busqué en la base de datos del archivo y, en efecto, había un documento que coincidía con sus datos, solo faltaba ir en persona a consultarlo.
Hice la cita y llegué poco tiempo después, sin saber si el temblor en las manos se debía al viento frío de invierno de la mañana o a los nervios que sentía por saber más de él. El registro se me hizo interminable; pasar algunos filtros, dejar identificaciones varias, guardar la mochila en un casillero designado…por fin estaba en el área de consulta, y me pidieron que me sentara en lo que sacaban mi documento.
– Jumko Ogata… sí, mire, aquí está, por favor revise que sea el correcto y puede pasar a las mesas de consulta…
Tomé el sobre pequeño que me extendieron con guantes de látex para evitar maltratar aquel papel tan viejo y lo abrí sin saber qué esperar. Lo primero que vi fueron dos fotos de un hombre de perfil, tal fue mi sorpresa ante el hecho inesperado que sentí un nudo en la garganta, agradecí torpemente al trabajador del archivo y me senté en las mesas de consulta, tratando de aguantar las lágrimas en medio de esa sala enorme, sabiendo que tenía una parte fundamental de mi historia en un sobre frente a mí.
Cuando ya estaba un poco más tranquila abrí de nuevo el sobre y leí todo cuidadosamente; era un solo folio en el que decía que Mariano Jimpei Ogata, originario de Miyako, Okinawa, había llegado al puerto de Salina Cruz, Oaxaca, el 17 de junio de 1907, medía 1.59, tenía ojos color café y usaba bigote…había algunos otros datos generales, las dos fotografías que había visto y justo abajo, su firma, escrito con su puño y letra.
Y en un momento todo lo que me había contado mi abuela cobró un nuevo sentido, puesto que ahora no solo eran historias sobre un lejano antepasado, tenía una cara a la cual asignarle todo; el hombre que veía carretillas de moribundos salir de las minas, el que casi fue fusilado durante la Revolución por pura casualidad, el hombre desnutrido que salió de prisión tras ser encarcelado por ser japonés durante la Segunda Guerra Mundial, y fue entonces que sabía que quería seguir estudiando el tema, y hacer mi tesis al respecto.
Seguí haciendo trabajo de archivo e historia oral para recopilar las experiencias de otros nikkei como yo, ya que mi bisabuelo no fue el único japonés que llegó a Otatitlán, y poder así ayudar a más personas a conocer su herencia y las historias de sus antepasados, aunque ellos mismos se hayan mostrado herméticos sobre sus historias.
Yo me siento nikkei cuando escribo las historias de aquellos que no las pudieron contar, al registrar los recuerdos que de ellos tenían sus hijos y sus nietos, para que no se les olvide, al menos dentro de su propia familia.
© 2018 Jumko Ogata Aguilar
La Favorita de Nima-kai
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