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“Oye, chino”. Yo no soy chino

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Foto de todos los que iniciábamos el colegio.

Mi familia vivía en Barrios Altos, un barrio populoso de Lima, Perú. Nos gustaba estar en la tienda siendo niños, teníamos una bodega, el contacto con la gente era poco, pensábamos solo en jugar, esperar que mamá se desocupe y tener su atención, no teníamos la noción de que nosotros éramos de otra raza, otros rasgos, que había gente buena y gente mala.

Los tres hijos hemos ido a una escuela muy cerca de la casa, donde recibimos una especie de preparación para ir al colegio, un kindergarten, un jardín de infancia, que se encontraba a media cuadra de casa. Quedaba al fondo de una quinta, en la misma donde el señor de las aceitunas, que le vendía a mi papá para la bodega, tenía su depósito. En “la escuelita” se pagaba, tuvimos contacto con algunos de los vecinos de nuestra edad, ellos también tenían la misma posibilidad que nosotros. Se puede decir que el barrio se dividía en personas que tenían una buena posición económica, los cuales querían para sus hijos una buena educación, en muchos casos de paga, los otros se adecuaban a lo que tenían.

En el jardín de infancia nos encontramos con los más “pudientes” del barrio, mis padres habían decidido que tengamos la menor relación con los del barrio, pero eso era casi inevitable, seguro querían protegernos, darnos una educación que sea la mejor posible, quizás más allá de sus posibilidades. No sé cómo me empecé a dar cuenta, pero a mis padres les decían: “oye, chino, dame una cerveza”, “china, dame un kilo de azúcar”, frases como esas, muchas veces sin ningún respeto, tuteando; también veía que había gente muy respetuosa, además que mi papá también se bromeaba con muchos de los que venían a la tienda. El problema generalmente venía cuando las personas tomaban licor, quizás muy alegres al principio, pero a medida que hacía efecto el alcohol, algunos cambiaban de personalidad.

Personas que eran muy correctas, las desconocíamos. Su lenguaje cambiaba y hasta se volvían violentos para no pagar su cuenta. Al pasar los años, me doy cuenta de que mi papá trataba de adecuarse a las personas, bromeando, en algunos casos entrando en el mismo juego, poniendo apodos, se fue adaptando al barrio. Por mi parte, cuando empecé a ir al jardín de infancia, me di cuenta de que a mí también me llamaban ‘chino’. Me molestaba porque se burlaban porque mi apariencia era distinta por los rasgos físicos. Yo no veía las diferencias, pero mi mamá me las explicó:

—Tus abuelos son japoneses, nosotros hemos nacido en el Perú, pero como somos diferentes nos dicen ‘chinos’.

—Entonces chinos y japoneses son iguales.

—No, pero aquí las personas no hacen diferencias, nos dicen por igual.

—Mamá, ¿es malo ser ‘chino’?

—No, pero a cada uno se les debe llamar como corresponde.

Foto con mi primer profesor y algunos compañeros de estudios.

A partir de ese momento, tuve que soportar, como todos los nikkeis, en algunos casos, burlas de la gente, insultos, hasta llegar a molestarme. Hasta los amigos nos hacían muchas bromas pesadas. Al principio me molestaba, sobre todo cuando mi papá no decía nada, pero la tendencia antes de todo para los orientales, era agachar la cabeza y no reclamar. Esto estaba influenciado porque el Perú era aliado de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, lo que nos convertía en los enemigos, los malos de la película.

Como me dice un amigo que es tusan, que también me hizo ver que el tiempo nos dio la revancha, han pasado los años, Japón y China han desarrollado tanto que son la admiración mundial, los ojos muchas veces están puestos en ellos, así que todo lo relacionado a lo oriental está de moda, es un referente, indirectamente nos vemos favorecidos. Esto fue aprovechado por un personaje de la colonia nikkei peruana para poder incursionar en política, como varios lo hicieron. Hay que reconocer que esto lo calificaba con muchas cualidades atribuidas a los japoneses, incluso ahí polarizó a la política nacional, reviviendo ideas racistas entre las personas.

En el colegio me molestaba mucho que me digan ‘chino’, siempre lo aclaraba al que me lo decía, claro que a veces no se podía, porque era una persona mayor o porque era más grande que yo. Recuerdo que en el colegio salió una publicidad por TV del chicle Tumix, en ella hacían una representación de un chicle (su cabeza en forma de chicle), vestido como con una especie de yukata (vestimenta tradicional japonés hecha de algodón). Le habían puesto dos rayas de ojos, hablando con su maestro, como lo hacían en la serie Kung Fu, lo llamaba mi pequeño saltamontes, así que por eso fui punto de burlas y bromas de todos mis compañeros de clase durante un buen tiempo.

Años después, lo recuerdo con una sonrisa y me hace mucha gracia. Tengo un amigo que me dejó de llamar ‘chino’ y de ahí hasta el día de hoy me dice ‘japonés’. Claro que tampoco lo era, si nací en el Perú, era peruano. Con el tiempo lo fui tomando más a la ligera, comprendí que algunos lo decían de cariño, además que ya no éramos tan niños, aunque en la calle te cruzas con uno de esos que siempre trata de insultarte.

Ahora pienso que si bien es cierto que a cada persona se le debe decir por lo que es, al final tampoco éramos japoneses, el término exacto es “Nikkei”, pero que nos digan ‘chino’ lo sentía como un insulto, sumado a que siempre había muchos que decían que deberíamos odiar a los chinos, lo mismo que le decían a los que son tusan, que deberían odiar a los japoneses. Esta enemistad viene desde épocas antiguas, por los antecedentes de la guerra y el afán expansionista que tenía Japón hasta la Segunda Guerra Mundial, debemos reconocer que los viejos sí tenían ese prejuicio desde ambos lados. Somos parte de otra generación, tengo muy buenos amigos que son tusan, nuestro origen viene de la China, al ser okinawenses, si analizamos todas nuestras costumbres, la mayoría proviene de la China.

Soy “Nikkei”, ni chino, ni japonés, en nuestro caso somos peruanos de nacimiento, amamos a la tierra que acogió a nuestros abuelos, con raíces japonesas pero orgulloso de ellas.

 

*Este es un artículo que publiqué en mi blog De Todo Un Poco, el 25 de Junio de 2018.

 

© 2018 Roberto Oshiro Teruya

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Las historias en la serie Crónicas Nikkei han explorado las diversas maneras en que los nikkei expresan su cultura única, ya sea a través de la comida, el idioma, la familia o la tradición. En esta oportunidad, estamos ahondando más a fondo, ¡hasta llegar a nuestras raíces!

Les pedimos historias desde mayo hasta septiembre de 2018. Todas las 35 historias (22 en inglés, 1 en japonés, 8 en español y 4 en portugués) que recibimos desde Argentina, Brasil, Canadá, Cuba, Japón, México, Perú y los Estados Unidos. 

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Acerca del Autor

Roberto Oshiro Teruya es peruano de 53 años, de tercera generación (sansei); las familias de sus padres, Seijo Oshiro y Shizue Teruya, procedían de Tomigusuku y Yonabaru, respectivamente, ambos en Okinawa. Reside en Lima, la capital del Perú, y se dedica al comercio, en un local de venta de ropa en el centro de la ciudad. Está casado con la señora Jenny Nakasone y tienen dos hijos, Mayumi (23) y Akio (14). Su interés es seguir conservando las costumbres inculcadas por sus abuelos, como la comida, el butsudan y que sus hijos las sigan conservando.

Última actualización en junho de 2017

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