En el mes de octubre de este año, una vez más, Japón ha sido galardonado con un Premio Nobel, esta vez en Medicina. Se trata de Shinya Yamanaka (nacido en Osaka en 1962), quien comparte el premio con el ya ilustre inglés Sir John B. Gurdon. Sus valiosísimos aportes se ubican en el campo de la investigación celular. Las células especializadas que, se creía, nacían con roles predeterminados a desempeñar dentro del organismo, ahora se comprueba que son capaces de cumplir iguales roles en cualquier lugar del organismo en que se las ubique. La medicina humana, dentro de un futuro cercano, será la gran beneficiada con este descubrimiento, tanto en la curación de variadas enfermedades como en la prolongación de la vida.
Este premio Nobel se constituye en el número 20 recibido por la intelectualidad japonesa desde que Japón comenzó a hacer valer su derecho a ganar este galardón. El primer Premio Nobel lo logra Hideki Yukawa en 1949 (Alfred Noble lo instaura en 1895).
Japón comienza tardíamente a formar especialistas de alto nivel capaces de innovar sobre lo ya establecido. Estos afanes solo alcanzan significación después de la segunda mitad del siglo XIX. Recordemos que, antes de eso, Japón vivió en plena paz durante dos siglos y medio y prácticamente aislado del resto del mundo (sakoku), sumergido en una burbuja de autosuficiencia, girando alrededor del cultivo del arroz y respondiendo a una estructura socio-política a cargo de shogunatos fuertemente tradicionalistas. Pero en 1853, bajo la amenaza irrefutable del poder bélico norteamericano, debe integrarse comercialmente al mundo externo y firmar, en 1858, un abusivo tratado comercial. Luego en lo inmediato, bajo condiciones siempre leoninas, debe hacer lo mismo con varios países europeos.
El desconcierto en que cae Japón al sentirse mancillado provoca una dura escisión interna y dos bandos se enfrentan violentamente por diez largos años, los partidarios del shogunato por un lado y del Emperador por el otro. Al volver el consenso en 1868, le corresponde al propio Emperador negociar con Occidente modalidades de integración y comercio bajo condiciones más justas. Sin embargo, termina reconociendo que no sería escuchado mientras Japón fuera catalogado como un país atrasado y dependiente, carente de derechos para exigir igualdad de trato. Pero la voluntad y la valía japonesa se imponen y el Emperador Meiji se fija una misión imposible: ponerse a la par con aquellos países considerados desarrollados dentro de plazos mínimos. A partir de ese momento, Japón entra a una fase febril de cambio hasta convertirse en un país moderno, industrial y con relaciones comerciales y diplomáticas con buena parte del mundo. En no más de cuarenta años recobra su honor, su respeto, su derecho a negociar con mayor justicia y hacer sentir su peso como potencia mundial.
Desde luego que, para llevar a cabo esta odisea revolucionaria, necesitó imponer una educación diferente, para formar al hombre capaz de cubrir las exigencias de la naciente era industrial, pero tratando de no resentir el nacionalismo de siempre. Atrás debieron quedar parte de las políticas formativas tradicionales del hombre – colectivo, de ese hombre carente de diferencias manifiestas, aglutinado dentro de una uniformidad que no pretende superar el nivel medio - superior de sus capacidades. Con eso bastaba para asegurarse un cercano 100% de productores eficientes para un trabajo definido generacionalmente, lograr pleno respeto por los mandatos dados por tradiciones y leyes y obtener las respuestas deseadas frente a imperativos circunstanciales.
Pero, con el salto a la modernidad, aquella minoría superior que inevitablemente se escapaba de la mediana establecida, cobra una relevancia que antes no tenía. Ella pasa a constituirse en un grupo de excepción que cuenta con oportunidades de perfeccionamiento en escuelas de alta exigencia, priorizando las ciencias y las ingenierías. Sus egresados cubren las áreas del diseño, del cálculo y de las investigaciones necesarias para satisfacer las renovadas exigencias tecnológicas y científicas, tanto a nivel interno como externo. De hecho, las demandas que tuvieron estas carreras se hicieron tan manifiestas a partir de las primeras décadas del 900 que las ingenierías dejaron de ser un privilegio y algunos de sus titulados llegaron a América como simples colonos. Chile cuenta con algunos de ellos entre sus pioneros.
NOTA: El presente artículo es una adaptación de otro similar en el aun manuscrito “Nikkei Chilenos: Segunda Mitad del Siglo XX” de Ariel Takeda).
Foto: "Shinya Yamanaka - Biographical". Nobelprize.org. 19 Oct 2012
ttp://www.nobelprize.org/nobel_prizes/medicine/laureates/2012/yamanaka.html
© 2012 Ariel Takeda