Al igual que regresar tras un largo viaje, lanzarme al tatami en el dojo es uno de los momentos más relajantes que espero luego de una larga jornada de trabajo. Una ola de excitación emerge cuando cambio mi gi, entro al dojo, me calzo mi zori y me inclino al entrar. En este momento, es como si todos los problemas del día desaparecieran y lo que queda es la mente calma, limpia y listo para aprender.
Cuando empezamos a entrar en calor, una energía corre por mis venas y mi cuerpo se prepara para el uchi komi (práctica sin tirarse). Esta parte de la práctica se necesita mucha energía que me quedo sin aliento cuando llega el momento del randori (práctica libre), pero los 3 minutos pasan volando antes de saber si la práctica ya terminó. Nos ponemos en línea frente al sensei (instructor) quien da las órdenes “Seiza. Mokuso. Ya-mei. Sensei ni rei. Shomen. Rei.” (Arrodillarse. Meditación. Cortar meditación. Saludo al sensei. Inclinarse frente a (la foto de) Jigoro Kano. Cuando salgo de la esterilla excitación y rejuvenecimiento. Estoy contento de estar en casa.
A medida que crecí, el judo fue mi salvación. Aquí me escapé de los diferentes problemas que me tenía que enfrentar. Me gustaba estar en el mat y el judo me ayudó. Aprender las técnicas del sensei fue fácil. El desafío era ejecutar la técnica en el randori o en el torneo. Como los demás deportes competitivos, perder una pelear no es nada bueno pero hay 2 maneras de perder. Puedes irte amargado y frustrado por no haber ganado o aprender de los errores y practicar para ser mejor. Hay una historia que mi amiga Jarrod, solía contar. Durante varios años, su padre cuando era joven perdía los torneos. Algunos veían esto como la antesala para abandonar el deporte, su padre siguió compitiendo y de repente empezó a ganar cada competencia. Hay 2 lecciones en esta historia: nunca rendirse y la segunda lección: no es cuestión de ganar o perder, es qué sacas de la competencia para la próxima vez. Esto me ayudó para lidiar con los diferentes problemas.
Judo también me mantuvo conectado con mi herencia japonesa. En el mat, aprendí a contar y algunas palabras en japonés. Fuera del mat, había celebraciones y demostraciones en varios eventos en Chicago. Recuerdo hacer mochi en el Kagami Biraki que se realizaba anualmente (Ceremonia de apertura para la primera práctica de Año Nuevo) y demostraciones en el Jardín Botánico. Pude hacer amistades fácilmente por ser miembro del club de judo, también. Cada uno de nosotros tiene sus fortalezas y debilidades y confiamos mutuamente. Porque judo es una constante situación de dar y recibir. La amistad entre los judokas es muy cercana y me di cuenta que mis amigos de más años y de confianza son los que me encontré a través del judo.
Judo es el mundo para mí y se lo debo todo a mi mamá. Ella fue judoka y sabía los beneficios que mi hermana y yo podíamos sacar por ser un deporte que tiene renombre dentro de la comunidad. Ella nos introdujo a mi hermana Stephanie y a mí, a la edad de 5 y 8 respectivamente y fue la que más nos alentó. Fue coach en todas las competencias. A los 11 años, me ayudó a entrenar para las Olimpíadas Junior. Cada mañana de ese verano, corría 4,15 millas conmigo. Un mes antes de la competencia, me mandó a un campo de judo y mientras yo no ganaba una medalla, ganaba una de las mejores competencias de mi vida. Nunca voy a olvidar esa experiencia vivida durante ese verano.
Aún recuerdo la primera vez que me encontré con los amigos judokas de mi mamá, Doug y Dean, en el festival de Ginza haciendo teriyaki de pollo en el Templo Budista de Midwest en el Old Town de Chicago. Cuando pienso sobre aquel día, recuerdo ese primer encuentro con Doug, donde el aire espeso se mezclaba con el humo del pollo a la brasa, el aroma a shoyu quemando sobre el fuego. Era un día caluroso de agosto pero la gente hacía fila para saborear los mejores teriyaki que había comido en mi vida. Recuerdo la sonrisa de Doug. Lo saludé mientras mi boca esperaba ansioso ese trozo de pollo servido sobre el arroz blanco. En ese momento, lo único que sabía de este señor era que estaba encargado del pollo que en un instante me lo iba a devorar. Un mes después, se convirtió en mi sensei, dando a mi hermana y a mí las primeras lecciones de caída. Después de esa noche de práctica, me enamoré.
Practiqué judo más de la mitad de mi vida. Finalmente acepté ser promovido a shodan (primer grado cinturón negro). Tener cinturón negro es una indicación de ser experto. Tener el cinturón negro es aprender los secretos más internos del judo. Pero el único secreto para tener éxito en judo es algo que aprendí con el cinturón blanco. Ir a la práctica, practicar duro con todo tu corazón. Si la casa es donde tú tienes el corazón, entones el mío se puede encontrar en cualquier lugar donde haya un mat con sudor, trabajo duro, judokas y mi mamá, sino en el mat conmigo, ensenándome desde todos los costados.
Nota: Empecé a practicar Judo en 1993 en la Academia de Judo Tohkon en Chicago, IL. 2 años después formé parte de Tenri Judo Dojo. Practico en los 2 lugares. Cuando estaba en la Universidad de Illinois, Urbana –Champaign, practicaba en Illinois Judo Club.
*Este artículo fue publicado en Voices of Chicago por Chicago Japanese American Historical Society.
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