Ya llevo casi un mes en Tingo María, una ciudad en la región de Huánuco. Tingo María está ubicada en el corazón del Perú, donde la sierra y la selva se encuentran y donde me reconecté con mis raíces nikkei, sin tener contacto con otros nikkei y teniendo a un alemán como esposo.
Hace más o menos un año, tomé la decisión de “romper la burbuja”, “salir de mi zona de confort” o, como varios nikkei hemos dicho alguna vez, “salir de la colonia”. A mis 40, sentía que si seguía más tiempo “metida en la colonia” (refiriéndome por “colonia” a la colectividad nikkei, como decían los issei), me iba a estancar.
Hasta ese momento, yo seguía llamando okane al dinero o gohan a la comida (estando en Perú) y celebraba el Oshogatsu poniendo flores amarillas en el Butsudan (altar japonés) para atraer la buena suerte en Año Nuevo.
Además de eso, casi el 100% de mis amigos y contactos que tenía en Facebook eran nikkei, yo trabajaba para un periódico nikkei (y si hacía trabajos freelance para extranjeros, éstos eran japoneses), escribía un blog sobre cultura japonesa y nikkei (donde hasta ahora sigo posteando) y lo que sabía de inglés y alemán (porque me gradué de la universidad con esos idiomas), los aplicaba para seguir leyendo sobre cultura japonesa y nikkei. ¡Incluso en el amor, siempre me atrajeron solo nikkei o japoneses!

Todo este ostracismo autoimpuesto vino por influencia de mi abuela. Su mentalidad, influenciada principalmente por la Segunda Guerra Mundial, hacía que ella viera lo dojin como algo negativo, usando el término dojin, ya en desuso, para todo lo que no fuera japonés o nikkei. Esa manera de pensar que tenía mi oba me acompañó casi toda mi vida, hasta que llegué a esa edad en la que me cuestioné “¿Qué he hecho hasta ahora?”.
He conocido a nikkei que arrastran esa “mentalidad de issei”, pero solo cuando les conviene. Te dicen que “hay que trabajar por kimochi (sentimiento) y no por la plata”, haciéndote sentir mal si preguntas por el pago de las horas extras o cuándo te van a depositar el sueldo en caso de retrasos. O que aún ven “diferencias” entre un dojin y un nikkei, atribuyendo todo lo positivo a este último. Y si quieres tener pareja, piensan que “es mejor que sea nikkei”, para una mejor conexión.
Hasta ese momento, yo trabajaba mayormente por kimochi y la pregunta infaltable al conocer gente dentro de la colonia era “¿de qué sonjin eres?” (¡como si nuestra conexión dependiera básicamente del lugar de origen de nuestros abuelos o bisabuelos!)... Hasta que decidí salir de la colonia.
Honestamente, dejar atrás esa “mentalidad de issei” fue difícil, porque me enseñó a ser resiliente en la vida y que “si me caía 7 veces, tenía que levantarme 8” (nanakorobi yaoki), pero al mismo tiempo, me condicionaba a tener miedo al fracaso y seguir en mi zona de confort (lo que frena el crecimiento personal) y vivir solo para los demás y olvidarme de quién soy.
Y siendo mujer, sentía que esa mentalidad limitaba mi vida personal y profesional. Tuve que dejar a un lado mis propios sueños para cuidar a los adultos mayores de la casa, ya que eso era “la tarea de la mujer” y perder oportunidades solo porque “nihonjin no hace eso”, como decía oba.
Mi abuela, quien nació antes de las dos guerras mundiales, me crió durante mi infancia y aprendí de ella casi todas las costumbres de Okinawa, incluso aquellas obsoletas, como recitar el mabuya, para que el alma regrese al cuerpo después de un gran susto, y el chinomiku, que repetía mi mamá cuando estrenábamos ropa nueva; pero me transmitió también sus prejuicios.
Pero con la muerte de mi mamá, fui dejando atrás esa mentalidad de issei. Ella pidió que la recordáramos en nuestros corazones y no en el butsudan, sobre todo pensando en mí, ya que me correspondía llevar el butsudan de la familia. “No quiero ser una carga para ti, incluso después de mi partida”, nos dijo, recordando que son 33 años haciendo ochato (ofrendas de té), misas de aniversario, comida especial en Obon y Oshogatsu, etc.
Recién a los 40, comencé a preocuparme más en mí y ver todas las oportunidades que me había negado por pensar como mi abuela issei, tanto en el trabajo como en el amor.
Creo que hubo un momento en que cuestioné mis raíces nikkeis y decidí alejarme de la colonia. No pasó mucho tiempo, cuando conocí a mi esposo y fue él quien me reconectó con la colonia siendo él alemán.
Rainer y yo hemos visto a otras parejas mixtas en Hamburgo y en Lima, pero fue en Tingo María, la selva del Perú, donde encontré a otras parejas como nosotros con las que sentí una mayor conexión, no porque las esposas sean peruanas, sino porque los esposos europeos me recuerdan a los primeros issei.
Para estas parejas y para nosotros, la comunicación ha sido el mayor reto. En mi caso, mi alemán no es fluido, mi esposo Rainer apenas está empezando con el español y, a veces, ni siquiera nos entendemos en inglés; por lo que terminamos mezclando alemán, inglés y algunas palabras en español. “I want pollo essen” (quiero comer pollo, en inglés-español-alemán).
Esto me recuerda cuando oba decía “¡Gohan!, así frío, no rico”, para avisarnos que el almuerzo ya estaba listo o sino, “Asa kara metido en obenjo… Eso pasa por gachimaya” (desde la mañana está metido en el baño… Eso pasa por glotón), cuando nos regañaba en japonés-español-uchinaguchi por excedernos con la comida.

A veces tengo la impresión de que Rainer piensa que lo estoy insultando cuando se me escapan algunas palabras en japonés, ya que nunca me ha preguntado qué significa cuando le grito por ejemplo “¡chotto matte!”, cada vez que arranca la moto y yo apenas me estoy acomodando detrás de él. Eso sí, cuando discutimos, cada quien se defiende en su idioma nativo, ya que el español es más rico en expresiones y el alemán suena más duro y cortante.
“El secreto para una buena convivencia, es no entender siempre lo que el otro dice”, me lo confesaron varias peruanas que están casadas con europeos y que actualmente viven en Tingo María.
Esta táctica me hace recordar a mi oba, que a menudo fingía que no escuchaba al oji cuando discutían. Siempre pensé que el silencio de oba era por sumisión, pero luego entendí que ella aplicaba la frase “a palabras necias, oídos sordos”.
Así como mis abuelos, muchos de estos alemanes que viven actualmente en Tingo María llegaron al Perú buscando un mejor destino. Aquí encontraron el amor, formaron familias y se han adaptado a la vida local pero sin perder sus propias costumbres, tal y como hicieron los primeros issei.
Una de las costumbres que trajeron es el Frühschoppen, que los alemanes celebran los domingos para beber cerveza y conversar. Desde que nos enteramos que celebran uno en Tingo María, Rainer y yo participamos a menudo, ya que es una de las pocas oportunidades que tiene él de conversar con otros alemanes, mientras yo aprovecho para conocer a sus esposas y compartir experiencias (“¿cómo es convivir con un alemán?”).

Aunque no tengan el mismo propósito, el Frühschoppen me recuerda a los tanomoshi o panderos. De los pocos tanomoshi a los que he asistido en Lima, recuerdo que se organizaban una vez al mes en un restaurante (porque era lo más práctico, ya que nadie quería ofrecer su casa) y el 99% de los asistentes eran nesan (en el argot nikkei, señoras de edad madura). La conexión que encuentro entre el Frühschoppen y el tanomoshi es que ambos brindan una oportunidad para socializar y siempre ofrecen comida (sobre todo cerveza, en el caso del Frühschoppen).
Oba siempre decía “hay que estar cerca de la colonia”, pero ahora que estoy casada con Rainer, mi otra “colonia” es la comunidad alemana que vive en Tingo María. Esta comunidad me recuerda tanto a los primeros issei, que fue inevitable reconectarme con mis raíces nikkei.

Aquí hemos conocido a Ulrich, que prepara cervezas artesanales, y a Anselm, que hace vinos; además de Thomas, dueño de un restaurante en la ciudad de Tingo María. Al igual que algunos issei, pusieron en práctica en Tingo María lo que sabían hacer en Alemania. En Lima, por ejemplo, los Tsukazan (que es la pronunciación en uchinaguchi del apellido Tsukayama) preparaban y vendían vinagre en el distrito de Magdalena, posiblemente siguiendo los pasos de la familia en Okinawa que fabricaba awamori (licor de Okinawa) antes de la Segunda Guerra Mundial.
También hemos intercambiado saludos o tenemos alguna referencia de otros europeos, que han venido de Inglaterra, Polonia, España y Francia, además de Estados Unidos, y que llevan años viviendo en Tingo María junto con sus esposas peruanas.
Muchos de ellos llegaron al Perú cuando el terrorismo en la selva ya había sido controlado, digamos, a finales de los años 90 y siguientes, y cuando la coca dejó de ser el cultivo predominante de Tingo María, para dar paso al cacao y al café. Al igual que muchos issei, muchos de estos alemanes comenzaron trabajando la tierra con machete en mano, cultivando cacao o café; pero a diferencia de los primeros, trajeron consigo todos sus ahorros.

Muchos compraron tierras para vivir y cultivar al llegar a Tingo María. El dinero que heredaron de sus padres, que juntaron de los años que trabajaron en una cómoda oficina en Alemania o todo el dinero que tenían ahorrado para su jubilación, lo tienen invertido en la tierra donde ahora viven. Querían vivir lejos del estrés de las grandes ciudades, coincidieron todos, al igual que una japonesa que se enamoró de la vida sencilla y natural de Tingo María pero que tuvo que regresar a Japón, prometiendo que volvería para quedarse definitivamente. Ahora está trabajando para ahorrar y cumplir este sueño.
Pero no es la primera vez que vienen alemanes a Tingo María. A mediados del siglo XIX, el gobierno peruano promovió la inmigración alemana a la selva peruana y el primer grupo de colonos llegó a Tingo María en 1853. Por aquella época, se consideraba a los europeos como una “raza superior” y por ello, serían los más aptos para “mejorar la raza” y sacar del atraso en la que se encontraba en ese entonces la Amazonía1.
Otro destino de esta inmigración alemana fue Tingo María. Uno de los alemanes más conocidos de la región es Hans Victor Langemak Michelsen, quien fundó Aucayacu en 1948, ubicada a una hora de Tingo María, y fue su primer alcalde.
Pero no solo hay alemanes en Tingo María, también debe haber nikkeis, solo que aún no he visto a ninguno o no he podido reconocerlos en la calle. Me dijeron que en Huánuco, la ciudad principal de la región del mismo nombre, hay familias nikkei como los Arakaki y los Shinsato, siendo los primeros conocidos por vender la mejor salchipapa según los lugareños, y entre los Shinsato, destaca Lucila Shinsato, que fue política y expresidenta del Consejo Transitorio de Administración Regional Huánuco (CTAR Huánuco).
Varios tingaleses migraron a las grandes ciudades en los años 80 para huir de la violencia terrorista, según contó una de las esposas, lo que podría explicar la poca visibilidad de la comunidad nikkei en Tingo María. Citando a la autora Isabelle Lausent-Herrera para retroceder en la historia, la presencia japonesa en Huánuco y Tingo María fue discreta.

En el Facebook “Tingo María, Ayer y Siempre” podemos ver fotografías de peruanos japoneses que vivían en Tingo María entre 1930 y 1950. Según la misma fuente, los japoneses que llegaron a Tingo María formaron parte de la segunda oleada migratoria de japoneses al Perú, que ocurrió principalmente entre las décadas de 1920 y 1930.
Hasta vi una foto de un grupo de japoneses comiendo alrededor de una mesa de madera, que se parece mucho a una que tomé en unos de los Frühschoppen.
Hasta ahora no tengo duda de que la comunidad alemana me hace recordar a los primeros issei, con sus diferentes similitudes.
Incluso cuando Rainer y yo mandamos a traducir los papeles para casarnos, la traductora nos recordó que los alemanes y los japoneses comparten un pasado en común forjado durante la Segunda Guerra Mundial. A lo que nosotros respondimos “¡con razón cuando discutimos, ninguno quiere perder!”. Pero fuera de bromas, siento que Rainer y yo no solo tenemos una conexión emocional e histórica, sino también una conexión vivencial. Él fue quien me reconectó con mis raíces, que creí haber cortado antes de conocerlo.
Nota:
1. Vásquez Monge, Eduardo. La inmigración alemana y austriaca al Perú en el siglo XIX. 2009.
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