Las relaciones internacionales
A comienzos de febrero, el Presidente Fujimori viaja a Canadá para encontrarse con el Primer Ministro de Japón Ryutaro Hashimoto. En Canadá la nieve caía suavemente sobre los mandatarios al descender de sus respectivos aviones. En la televisión se les vio despedirse con una serena sonrisa y un apretón de mano. El Presidente Clinton de los Estados Unidos lo recibe en la Casa Blanca y por primera vez le estrecha su mano. La ex-Primer Ministro Margaret Thatcher habla con el Presidente en Inglaterra. El Papa Juan Pablo II lo recibe en el Vaticano.
Se conformó una Comisión de Garantes que negociaría por el Gobierno con los terroristas a favor de una salida pacífica para todos. En la comisión estaban el Ministro de Educación, el Embajador de Canadá, Monseñor Cipriani como representante del Vaticano, y, como observadores el Embajador del Japón en México y un representante de la Cruz Roja. Se escogió la casa para las negociaciones y una forma segura de transporte para trasladar a los terroristas.
Las imágenes seguían en nuestros televisores y en nuestras vidas. Día tras día se observaba el ir y venir del carro blanco de la Comisión de Garantes, la entrada y salida de los médicos, de los carritos con comida que llevaba la Cruz Roja. Pasaron semanas y el hastío y el tedio hicieron abandonar sus puestos a la mayoría de los corresponsales. Pero, los periodistas japoneses seguían allí con sus cámaras, sillas y sombrillas, pacientemente comiendo su obento (refrigerio) obtenidos del restaurante Nakachi, leyendo libros, esperando que algo sucediera. Pero, nada parecía suceder. . . .
Las negociaciones se prolongaron demasiado tiempo. No había avances ni salidas. Si alguna vez los terroristas tuvieron un objetivo, este perdió trascendencia. Se hablaba de la liberación de algunos terroristas presos y de buscar asilo en Cuba o Santo Domingo.

De los rumores al súbito desenlace
Así pasaban los días. . . En el país y en el mundo entero cada uno volvió a su rutina diaria, aunque siempre pendientes de las noticias. De vez en cuando sucedía algo. Se hablaba de posibles incursiones militares, de túneles, de aditamentos de espionaje. Después del rescate se supo que habían traído en secreto a un grupo de mineros de la Sierra para cavar los túneles, uno especialmente que llegaba hasta el centro de la sala de la residencia. La música estridente a través de altoparlantes y las marchas de los tanques en las cercanías de la residencia parecían haber servido para apagar el ruido del trabajo que realizaban.

Un día de abril los acontecimientos empezaron a precipitarse. Los terroristas restringieron las visitas de los médicos sin dar razones, y pusieron a todos los rehenes en el segundo piso. Se mostró una foto en la que un representante de la Cruz Roja departía cordialmente con los terroristas y, se suponía que teniendo que ser neutral, les pasaba información vital para el éxito del rescate. Se expulsó del país al joven de la Cruz Roja en medio de un total hermetismo.
Una de las cosas más importantes que se había logrado saber era que todas las tardes a la 3 p.m. los terroristas se despojaban de sus chalecos y de sus armas y jugaban un partido de fulbito. Lo hacían todos los días, mientras los rehenes tomaban la siesta en el segundo piso.
En la tarde del 22 de abril, a las 3:17 p.m., de improviso se inicia el rescate en la residencia del Embajador de Japón.
El último día
Atravesaba el Campo de Marte dirigiéndome a pie al consultorio en Mariscal Miller. Eran cerca de las 3 p.m. del 22 de abril. Era el cumpleaños de Roberto. El pasto se sentía suave bajo mis pies, el tibio sol del atardecer y la brisa hacían de la caminata un paseo agradable después del trabajo en el hospital. Habían pocas personas en las calles.
A los pocos minutos, la tranquilidad que había reinado en las calles se transformó en excitación. Un helicóptero sobrevolaba encima de nosotros. La gente apuraba el paso.
– “¡Los militares están tomando la residencia . . . !”– escuché gritar a alguien a lo lejos.
Al llegar al consultorio, encontré a todos los médicos y pacientes mirando la televisión. En la pantalla del televisor escuchábamos la voz de la reportera que, con voz nerviosa y eufórica, trataba de llamar la atención de su estación central. Mirábamos incrédulos lo que estaba pasando.
Se vio una gran explosión en la pared lateral de la residencia. Del gran boquete, entre el humo y el polvo, veíamos salir corriendo a varios soldados que se dirigían a ingresar a la residencia. Poco antes se había escuchado una explosión mayor en el interior de la residencia. Esta explosión había agarrado desprevenidos en medio de la sala a los terroristas que jugaban fulbito.
Otro grupo de soldados salía de entre los arbustos y árboles del jardín frontal, por el otro costado, portando escaleras para subir por las ventanas y hacia los techos. Una explosión hace volar la puerta principal dejando entrar a los soldados que ingresan disparando sin titubear.
Sobre la residencia unos soldados tuvieron que abrir un boquete en uno de los techos arrojando granadas de humo y disparando hacia adentro. Esto duró bastantes minutos haciéndonos preguntar qué podría estar sucediendo. Por el techo lograron escapar muchos rehenes.
Por la escalera que da a la terraza subía otro grupo de soldados quedándose parapetados en posición de espera. Súbitamente la puerta que da a la terraza se abría de golpe. Se escuchaba el tiroteo incesante. Varios rehenes salían “rampando” con dificultad, y, nos parecía a todos, sin la rapidez suficiente, tropezando con los soldados parados en las escaleras que trataban de ayudarlos y apurarlos a bajar para alcanzar la seguridad del jardín. Unos se arrastraban escaleras abajo, uno bajaba en shorts con el pantalón en las manos. El Canciller Tudela llegaba a las escaleras sangrando del hombro y de la pierna. Se sienta sobre el suelo del jardín recostado contra la pared y, a salvo ya de las balas, recibe los primeros auxilios.
Salían tres camillas. Los soldados salían corriendo llevando al Canciller en una camilla, quien levanta la mano con el pulgar hacia arriba en señal de que todo había salido bien para el en ese momento. En las otras dos camillas salen el Comandante Valer y el Teniente Jiménez con los brazos inermes colgando al costado de la camilla. Fueron los únicos dos militares que cayeron durante el fuego cruzado.
Finalmente, un soldado en el techo desprende con energía y decisión la bandera roja del asta y la tira hacia abajo. Los soldados en las escaleras levantan los brazos en señal de triunfo. La toma de la residencia había terminado. Habían transcurrido sólo veinte minutos. Para nosotros. . . casi un siglo.
© 2025 Graciela Nakachi Morimoto