A través del tiempo me di cuenta de que me llamaban con distintos nombres. Era como hacer girar en un malabarismo de identidades: yo era Enko, Enchan, Yumiko, Emicita, Nenita, Bichito, Yboty, Ojimesama. Aun cuando mi verdadero nombre era Emilia Yumi.
Mi infancia transcurrió en la primera colonia japonesa en el Paraguay, La Colmena, comunidad organizada por mi padre Hisakazu Kasamatsu, quien era funcionario de la Paraguay Takushoku Kumiai (Compañía Colonizadora del Paraguay), cuyos integrantes han tratado de mantener en todo momento la importancia de la cultura japonesa y su repercusión social entre los inmigrantes y sus familias. Crecimos con toda la disciplina y educación de la rigurosa época Meiji, la que persistió a través del tiempo.
Sin embargo, dadas las circunstancias, era necesaria también la integración con los nacionales que vinieron a compartir el área urbana de la colonia. Hubo una compenetración interesante y un bilingüismo galopante con el español, tal vez trilingüismo con el idioma de los indígenas, el guaraní. La mayoría de la población paraguaya se desenvolvía en ese idioma, así que era necesario usarlo en el contrato de los nativos para ser los peones de las chacras, ya que solo hablaban esa lengua.
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Cuando me casé, mi esposo, que era paraguayo, empezó a llamarme Emi. Y me gustó esa forma diminuta de nombrarme y me identifiqué con ese nombre. Tuvimos la ocasión de vivir en Japón por cinco años, cuando mi esposo fue nombrado embajador del Paraguay y, gradualmente, me fui convirtiendo en Emi. Luego partimos para una misión en Washington D.C. por tres años y allí definitivamente me convertí en Emi o su pronunciación en inglés, que era Amy.
Al volver al país seguí con mi nombre Emi y ya nadie podía ignorarlo en las distintas organizaciones a las cuales serví como dirigente. Así como promotora de ikebana, escritora, investigadora, disertante internacional sobre inmigraciones japonesas, literatura y género. El posicionamiento de ese nombre en todos los niveles era ya inminente. Ya nadie me conocía con otro nombre e inclusive cuando me llamaban con mi verdadero nombre yo me daba vuelta diciendo “¿quién es esa?”.
En el mundo actual es tan usual el uso de los diminutivos: En vez de papá llaman ’pa’, a la mamá, ’ma‘. En vez de Lucas: ’Lu’, por Makoto: ‘Mako’, por Stefany: ‘Stefi’. ‘Yeru’ por Yeruti y a Otoosan: ‘Otoo’. Okaasan: ‘Okaa’. Los famosos apodos o personificación por su manera de ser así existen: ‘Gato’, ‘Negro’, ‘Bichito’. ‘Je je’, ‘E.T.’, ‘Mberu’…
En conclusión, el hecho de consustanciarse con un nombre con el que uno se identifica plenamente y estar satisfecha con esa nueva identidad es valorable e identificable dentro de un abanico de posibilidades que surge en la vida.
© 2024 Emi Kasamatsu
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