Los primeros inmigrantes japoneses arribaron al Perú para trabajar bajo contrato en las haciendas costeñas. Era una mudanza acotada y temporal, patrocinada por los gobiernos de ambos países.
Sin embargo, como suele ocurrir, la realidad termina por imponer su mandato y desbaratar planes. Los japoneses abandonaron las haciendas —por la finalización de sus contratos o huyendo de los abusos— y en su mayoría se trasladaron a Lima, donde abrieron comercios.
El destino de otros fueron las provincias del Perú. Los más aventureros llegaron hasta la selva o Cusco. Uno de ellos fue Michika Kawamura, quien en 1938 dejó el departamento de Arequipa para instalarse en la mítica capital del imperio inca y trabajar en el negocio de un familiar.
PRESIDENTE HASTA EL FINAL
Michika Kawamura echó raíces en Cusco. Formó familia, abrió su propio comercio y fue presidente de la Asociación Peruano Japonesa de la región.
Quien rescata su biografía, edificada con recuerdos personales y de familiares, es su nieto Enrique Kawamura, guía turístico y escritor.
Michika se trasladó a Cusco un año antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Como muchos japoneses en el Perú, tuvo que esconderse de las autoridades que lo perseguían por pertenecer al “bando enemigo”. Se refugió en la “maraña inhóspita” de la selva, dice su nieto. Era alrededor de 1941.
Superado el oscuro episodio de la guerra, el inmigrante japonés labró su vida en una tierra que hizo suya y donde transcurrió el resto de su existencia.
Michika se mudó a Cusco por trabajo, pero bien pudo ser un destino transitorio. ¿Por qué eligió quedarse, qué lo atrajo tanto?
Enrique conjetura una respuesta que podría calzarle a cualquier foráneo que decide plantar su vida allí: “Cusco guarda un misterio y un encanto que hace que personas que no son de acá se enamoren de esta ciudad”.
Cusco atrae a gente que busca conectarse consigo misma, con la naturaleza, algo que no encuentra en las grandes urbes, añade.
“Él encontró su destino acá”, dice sobre su abuelo.
Aunque Michika se sentía cusqueño (adoptó el nombre de Marcial), sus lazos con Japón no se extinguieron o debilitaron. Todo lo contrario.
Enrique recuerda que su abuelo actuaba como una especie de embajador de Japón en Cusco. Era anfitrión de los japoneses que visitaban la ciudad e incluso los alojaba en su casa.
Además, tuvo un rol protagónico en la creación de la APJ en la ciudad y fue su líder durante varios años.
Michika era una persona muy sociable y amigable, y con apego a las relaciones de compadrazgo, de fuerte arraigo en el Perú.
Dueño de una heladería, su círculo social trascendía el ámbito del comercio. Pertenecía a varias cofradías y era amigo de artistas, cineastas y fotógrafos, como el legendario Martín Chambi.
Como buen japonés —evoca su nieto— le gustaba pescar. Lo hacía en lagos, lagunas y el río Vilcanota.
El ocaso no lo alejó de su activa labor institucional y cultural. Cuando murió en 1996, ejercía como presidente honorario de la APJ.
ARMANDO ROMPECABEZAS
Enrique Kawamura está empeñado en rescatar y preservar la historia de los inmigrantes japoneses en Cusco.
En sociedad con otra nikkei cusqueña, la artista plástica Harumi Suenaga, trabaja en la elaboración de un fotolibro que contendrá fotografías de un grupo de familias tradicionales cusqueñas de origen japonés, como los Kawamura y los Suenaga.
A través de amigos, parientes, redes sociales y avisos en medios, Enrique y Harumi han recolectado imágenes en un paciente trabajo que ha sufrido paralizaciones por la pandemia y cuyos frutos esperan ver este año, con la publicación del libro.
Junto con los Kawamura y los Suenaga (dueños de una compañía con más de 60 años de experiencia en el sector automotor), aparecerán los Nouchi (el patriarca fue el primer alcalde de Machu Picchu), los Nishiyama (conocida familia de fotógrafos), los Inugai, los Omura, los Motohashi, los Iwaki, etc.
Además, habrá una línea de tiempo y pies de foto para contextualizar las imágenes y orientar al lector sobre la historia de los inmigrantes japoneses y sus descendientes en Cusco.
Si bien no han ubicado a todas las familias que buscaban (algunas ya no viven en Cusco), en líneas generales han encontrado una acogida positiva.“Nos está sonriendo la ventura”, comenta Enrique en alusión al voluminoso material y el apoyo que han recibido de los nikkei.
Una vez culminada la etapa de recolección, ahora están inmersos en el trabajo de digitalización de las fotos.
“Es todo un compromiso”, dice Enrique sobre la responsabilidad que implica la tarea en la que se han embarcado, una obra concebida en dos direcciones: como un reconocimiento a los issei, un homenaje a los pioneros, y como testimonio para que las generaciones venideras de nikkei conozcan a sus antepasados.
“Estamos tejiendo algo bonito”, declara.
La investigación les ha deparado grandes sorpresas. Por ejemplo, hallar en las fotos de otras familias nikkei a sus propios parientes; en el caso de él, a su abuelo Michika.
Enrique cuenta que incluso a su tía —hija de Michika— la han sorprendido las imágenes en las que este aparece y que ella nunca había visto.
Gracias a estas felices coincidencias sienten que están armando una especie de rompecabezas.
“Me encanta que dentro del caos haya orden”, dice. “Todo va armándose de una manera armónica, eso es lo más maravilloso”.
Enrique y Harumi no tienen que esperar la cosecha para disfrutar de su tarea. El proceso también ofrece satisfacciones. “Mas que un trabajo de investigación es un trabajo de sorpresas, nos vamos dando con ciertas alegrías en el camino”, indica él.
¿Qué los motivó a lanzarse a esta aventura?
Ambos —comenta Enrique— están muy comprometidos con la cultura de sus ancestros. Harumi lo plasma en sus obras de arte, mientras que él, de una manera u otra, lo vuelca en sus ensayos o novelas.
“Obedecemos a pulsiones instintivas que posiblemente estén relacionadas con nuestro ADN”, explica. “Es un llamado, hemos escuchado a nuestros ancestros”.
Enrique siempre se ha sentido atraído por la cultura japonesa, por su espiritualidad y tradiciones, por su acervo milenario.
Para el exdekasegi, que vivió alrededor de ocho años en Japón, el fotolibro es un nuevo hito en su camino de investigador, indisolublemente ligado al país de su abuelo. La historia y los afectos se reunirán en una obra que —si todo marcha bien— este año verá la luz.
© 2022 Enrique Higa Sakuda