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La música en el Tenis AELU

Entre los participantes. Juan Kanashiro, Luis Iguchi y Pedro Aritomi.

Volver a mis recuerdos es agradecerle a la vida en un trayecto de sana felicidad. Es sentir que los años que se fueron siempre viven palpitando sobre el final de un ‘tie break’ o acompañarme con la TV en un partido de tenis. Mi mente siempre estará entre el bullicio de mis compañeros y el recuerdo de tantas lindas y encantadoras jugadoras en el Tenis AELU.

La música. Aquella que gravitó en la amistad de los años noventa y a principios de este siglo. Al escuchar sus notas musicales simplemente vuelven los rostros y los nombres de tantos amigos y amigas que hoy, al poner una música en el WhatsApp, es llenar de energía el corazón y poblar la mente de tantas imágenes que nos envuelven los recuerdos. Y simplemente me digo: “Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien”.

“Volver”. Siempre será la palabra a repetir. Y tantas veces “Volver” es repetir el mismo lenguaje sobre el pasadizo principal que da a la primera cancha. Encontrar sobre la pared la amplia pizarra donde poner nuestra tarjeta y llenar de amigos los campos de tenis poblados de amistad. Alguien nos sugirió un día comprar un aparato musical y lo hicimos con la velocidad de un “paso doble”. Y ahí, el recuerdo de Dorita, de Aniya y Vicky de Matsunaka nos llena de orgullo y también de pesar.

Dorita sentía que el baile español tenía una vital importancia en su vida y muchas veces con su carisma musical nos insinuaba la danza de los “Siete velos”. Aquello que muy dulcemente hacía dormir a su esposo, Julio Aniya. O el baile con que nos encantaba Vicky, con la música de Los Churumbeles de España, en una plegaria de aquel derrumbe musical y solo si los años fueran el comienzo de una vida sin terminar.

El vals criollo fue el pergamino de aquellos años, tener la guitarra colgada sobre la pared era como si la respuesta siempre estuviera de nuestro lado. El requinto de Lucho Fukushima y la vibración de Aurelio Nakasone con Diomedes Vargas, Fermín Uehara y JUAN ‘El Chorri’ Villaverde tenían esa magia de poner al recordado vals “El plebeyo” en aquel lugar donde el pisco y la cerveza eran una grata compañía.

El tema era que, al término de un partido de dobles, el sonido de las vibrantes cuerdas, rompían el letargo de una hermosa tarde en las canchas rojas del AELU. Ahí donde cada sábado nuestro amigo Armando de Dios nos regalaba, a corazón vibrante, las íntimas fiestas en su piano portátil o en su esplendoroso acordeón donde el tango muchas veces era una repetición de volver a nuestros años de infancia y, sin querer, sentir que la vida se nos iba “cuesta abajo”.

Armando DeDios al Piano, Luis Fukushima, Luis Iguchi, Señora de Armando, Olga de Kuriyama y Don Richard Fukushima. Año 1995.

Era magia, nos decían, cuando Pedrito Aritomi, jabón en mano, entraba a la ducha y soltaba su voz sonora en repetición de un hermoso bolero. “Solamente una vez”. Y, sin duda, el compositor Agustín Lara le seguía la corriente en su elegante piano. Aquello era al término de su partido de tenis, y la figura principal latía de emoción entre el agua caliente y el retumbar de su voz. De la ducha saltaba a los micrófonos como una sensación de pez en el agua. Y ahí en un dúo, trío o cuarteto. El sentimiento de un huayno nos recordaba a su querido Huancayo cuando, trepando los recuerdos y llorando la nostalgia, “Caminito de Huancayo” era el zapateo en una noche de fiesta que recién comenzaba.

Y el huayno, que fue el himno de nuestra infancia y juventud, buscaba florecer en cada golpe de nuestra atolondrada raqueta. Bien decían que cuando se juntan los paisanos, la tierra tiembla, el arpa nos acompaña en el ensueño de un hermoso paisaje. Las letras de “El picaflor tarmeño” hacían llenar de orgullo a Daniel Kuriyama y su simpática esposa Olguita. El tejado huancaíno estaba más poblado en el recinto de nuestro querido Tenis AELU. Paquito Miyadi, Rosita de Mayeshiro, Pedrito Aritomi y, resaltando las quebradas andinas de nuestras “Peñas criollas del café con leche”, Raúl Yshiyama. Yo, como único jaujino, temblaba de emoción al sentir que el huayno “Jauja” era la repetición constante en cada lujo de nuestro cancionero que sentía florecer a cada momento que nos juntábamos en el Hall de nuestro Tenis AELU.

Nunca llegué a aprender el idioma japonés, pero sus canciones las sentía en el latir de mi sangre por las venas. Don Richard Fukushima fue el querido maestro que, en cada tarde que llegaba al Tenis AELU, su primera acción era introducir su cassette en el aparato musical y “Ame ni saku hana” nos hacía el ingreso a nuestra infancia y juventud con el calor de nuestros padres y sus amigos. Por aquellos años, de principios de los noventa, varios iseis nos acompañaban en las canchas de Tenis. Don Saburo Hanawa, Ernesto Ychikawa y Naito San. Todos ellos fueron los que dejaron las huellas de sus enseñanzas en mi querida generación de tenistas.

De izquierda a derecha. Luis Iguchi, Olga de Kuriyama, Shino de Hiraoka, Pedro Aritomi, Isabel Moromi y Don Richard Fukushima. CONCURSO de LA CANCIÓN JAPONESA en el AELU.

Sin duda que los karaokes también los visitábamos y ahí resaltaban Carlos Kembo Yagui, Aurelio Nakasone, Pedrito Aritomi, Memo Oka, Juan Kanashiro, Eduardo Oka, Carlos Tagami y Jorge Yano. Las visitas a aquellos lugares no bajaban de dos veces por semana y muchas veces nos acompañaban las damas del tenis AELU, quienes nos demostraban que el canto era la pasión más grande en noches de clarísima luna. Rosita Kanashiro, Betty de Takeshita, Key de Agarie, Shino de Hiraoka, Isabel Moromi, Olguita de Kuriyama, Brunella Marcial, Nancy Galla, Rosita de Kanashiro, Nancy de Miyasato, Rosario de Takaesu, Jenny Taba, Silvia Muroya, Nancy de Sano, Michan de Fukuhara, Alicia Higa, Rosita de Yamashita y Mónica Toyama nos demostraban que las canciones tenían el ritmo apasionado que la vida les había regalado: el canto era una forma de apaciguar los momentos que el estado físico del deporte nos había derrumbado. Quien agarraba el micrófono hacía de él, el grato sentimiento de buscar el momento inolvidable con el que cada uno vive la música.

Acompañar el deporte con el arte de cantar. Es un lindo mensaje a las nuevas generaciones. El tenis alimenta el estado físico de la persona y el canto hace que la nube de la tranquilidad, nos restaure para otro día de trabajo. Hoy, poco a poco, las actividades en todos los géneros van volviendo. Y la vida es aquella sensación que nunca debemos de perder. El deporte, el canto y la amistad. Depende de cada uno de nosotros. Y ahí estaremos, como el signo prendido de una luz cuando la música nos altere el pensamiento y la voz se deje escuchar en el cálido lenguaje de una recordada y vieja canción de nuestra vida.

 

© 2022 Luis Iguchi Iguchi

música Perú
Acerca del Autor

Luis Iguchi Iguchi nació en Lima, en 1940. Fue colaborador de los diarios Perú Shimpo y Prensa Nikkei. También colaboró con las revistas Nikko, Superación, Puente y El Nisei. Fue presidente fundador del Club Nisei Jauja en 1958 y miembro fundador de la Compañía de Bomberos Jauja N° 1 en 1959. Falleció el 7 de noviembre de 2023.

Última actualización en diciembre de 2023

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