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Las gyozas queridas de Bachan

 Ilustración: Sandra Legendless

No tengo muchos recuerdos vívidos de mi infancia, pero recuerdo bien aquel día. No sé cuántos años tenía. Bachan reunió a varias madres, incluida la mía, su nuera, para lo que hoy yo llamaría un workshop de gyozas. Las gyozas de Bachan eran famosas entre familiares y amigos, una presencia garantizada en la mesa cada vez que visitábamos a los abuelos en Mogi das Cruzes, que queda a una hora de la ciudad de San Pablo, donde vivo desde los dos años de edad. Eran las mejores gyozas del mundo pues eran las únicas que conocía y comía, al principio, desconfiada del relleno, pero, enseguida, rendida a su sabor único e inconfundible.

Aquel día en particular, las mujeres se pusieron delantales y se reunieron en la cocina, alrededor de la espaciosa mesa de cuatro sitios, para aprender a preparar el relleno de carne – Bachan mezclaba carne de vaca y de cerdo molidas en la misma proporción junto con acelga o repollo, un poco de nirá y varios condimentos: sal, ajo, jengibre, aceite de sésamo, shoyu, etc. –, cómo colocar el relleno en la masa para cerrarla con los repulgues tan característicos de los pastelitos de origen chino, y también los trucos para freír de manera tal que la carne de adentro se cocinara por completo. Nosotros, los niños jugábamos en la huerta, llena de flores y árboles, esquivábamos las cañas de bambú que sostenían el tendedero y corríamos tras los perros que ladraban.

Como la preparación de las gyozas demora y es trabajosa, no la hacíamos en casa, ni siquiera después de la clase de Bachan. Cada vez que la visitábamos o ella venía a vernos, nos regalaba gyozas congeladas sólo para freír y comer. Ella me enseñó, cuando yo aún era niña, que mezclar shoyu con un poco de jugo de limón exprimido daba una muy buena salsa para acompañar. En un restaurante japonés o chino, yo nunca pedía gyozas porque tenía las de mi Bachan. Era realmente una nietita mimada. Aún hoy... aún hoy, a casi dos años de su partida, es muy raro comer gyozas fuera de casa.

Cuando yo ya era adulta, a los veinte o veintiún años, Bachan me enseñó a preparar gyozas. Estábamos aquí en casa, era un caluroso fin de semana de diciembre, teníamos las cortinas abiertas de par en par para iluminar todo el departamento. Mi prima pequeña por parte de mi madre, que, en ese momento, tenía cinco, casi seis años, estaba de visita ese día y también aprendió a rellenar y a hacer el repulgue de las gyozas que aún ni había probado. Si me esfuerzo y miro durante un rato la mesa donde estábamos todas reunidas, Bachan, mi madre, mi primita y yo, tal vez logre verlas allí rellenando pastelitos. Como si el tiempo se hubiera detenido.

Puedo sentir, hasta el día de hoy, la textura de la masa fría en la palma de mi mano caliente, la agilidad que no tenía en mis dedos cortos para formar los repulgues como origami, en un proceso artesanal y casi artístico, el aroma tan característico del jengibre y del nirá en el relleno crudo. El peculiar sonido del pastelito dorándose y, luego, del agua hirviendo que cubre el fondo de la sartén para darle el debido tiempo a la carne para que se cocinara. La mordida de la corteza crujiente y del relleno suave. Insistía en siempre comer gyozas con un par de hashi en lugar de con cuchillo y tenedor.

Mi otra prima, por parte de mi padre y apenas cuatro años menor, también nieta de Bachan, aprendió paso a paso la preparación de las gyozas cuando aún era adolescente y más corajuda, o porque vivía más lejos, en Minas Gerais, y no veía a Bachan tan a menudo, preparaba gyozas en casa y guardaba la receta de memoria, que hoy compartimos. Yo aquí en San Pablo, ella ahora en Sabae, en la provincia de Fukui, Japón.

Bachan, japonesa que llegó a Brasil de niña, le gustaba darles a sus hijos, nietos y sobrinos las comidas que sabía que les gustaban. También sabía que ella era la única que podía prepararlas tan bien. En mi caso, no eran sólo las gyozas, sino también el kare y el inarizushi. Yo, acostumbrada a comer gohan blanco con alubias cariocas en casa, me deleitaba con su comida japonesa auténticamente casera y deliciosa, completamente fuera de la rutina. Si salíamos a comer, Bachan y yo, ella siempre elegía comida brasileña. O fast food.

Estoy segura de que Bachan pensaba que yo estaba un poco loca, incluso reprensible, a veces. Se asombraba al verme en la cocina lavando la vajilla o incluso preparando alguna comida sin delantal, que siempre me olvido de ponerme. A veces, venía a mi rescate y lo ataba alrededor de mi cuerpo rollizo. Otras, simplemente se reía o fruncía el ceño en una expresión divertida de disgusto. Corría delante de mí para colgar la ropa en el tendedero tan pronto como salía de la lavadora porque no le gustaba cómo la tendía yo. Me preguntaba sin contemplaciones si me había peinado el cabello mientras me preparaba para salir de casa para una cita. Me reía y huía por la tangente y todavía sonrío al recordarlo, porque no, no me peinaba. Pero le gustaba pasear conmigo, tomar el metro, probar comida nueva en el patio de comidas del shopping y tomar un helado de camino a casa.

Miro hacia atrás con nostalgia y emoción porque escucho sus palabras de aliento, con su voz cantada en un portugués embarullado: “¡Marina! ¡No llores!". Así me dice, aun hoy... aun hoy, a casi dos años de su partida, que todo está bien. Y yo, aun con los ojos llorosos, puedo vislumbrar a las mujeres de mi familia, de las más diversas edades y generaciones, algunas lejos, otras, cerca. Las veo a todas juntas como aquel día distante de mi infancia, alrededor de una mesa en una cocina, unas con delantal y otras no; yo, desde luego, no, preparando alguna comida juntas pero, sobre todo, las queridas gyozas que Bachan se empeñaba en enseñar a todas, y hablando de trivialidades, riendo, sonriendo, disfrutando de un tiempo precioso que, si vuelve, es en forma de recuerdo. En el sabor tan característico, único y delicioso de las gyozas de Bachan.

 

© 2021 Marina Yukawa

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Sobre esta serie

La tema de la 10.° edición de Crónicas Nikkei—Generaciones Nikkei: Conectando a Familias y Comunidadesda una mirada a las relaciones intergeneracionales en las comunidades nikkei de todo el mundo, con especial atención a las nuevas generaciones más jóvenes de nikkei y cómo ellos se conectan (o no) con sus raíces y con las generaciones mayores.  

Les habíamos pedido historias relacionadas con las generaciones nikkei desde mayo hasta septiembre de 2021, y la votación concluyó el 8 de noviembre. Hemos recibido 31 historias (3 en español, 21 en inglés, 2 en japonés y 7 en portugués) provenientes de Australia, Brasil, Canadá, los Estados Unidos, Japón, Nueva Zelanda y Perú. Algunas historias fueron enviadas en múltiples idiomas.

Habíamos pedido a nuestro Comité Editorial que elija a sus favoritas. También nuestra comunidad Nima-kai votó por las historias que disfrutaron. ¡Aquí, presentamos las elecciones favoritas de los Comités Editoriales y la comunidad Nima-kai! (*Las traducciones de las historias elegidas están actualmente en proceso.)

La Favorita del Comité Editorial

 La elegida por Nima-Kai:

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* Esta serie es presentado en asociación con: 

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Acerca del Autor

Marina Yukawa es escritora y periodista. Nacida en 1994 en la provincia de Saitama, Japón, es brasileña y vive en la ciudad de San Pablo desde los dos años. Graduada en Periodismo por la ECA-USP en 2017, presentó como trabajo de fin de curso el reportaje “Sorrisos Amarelos” [“Sonrisas Amarillas”], publicado como libro en 2020 por la Editora Viseu. También se dedica a la escritura de ficción y sus cuentos “Setas que voam de dia” [“Flechas que vuelan de día”] y “Abutre” [“Buitre”] fueron seleccionados en un concurso y publicados en la colección “Isto não é Direito” [“Esto no es Derecho”] del IBAP (Editora Terra Redonda, 2021). (Foto por Artur Ivo)

Última actualización en octubre de 2022

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