Recuerdo que estaba jugando después de un almuerzo preparado con especial esmero, cuando mi okasan se acercó y me toco el hombro: “¿ves a ese hombre que está ahí? Él va a ser tu esposo”. Me pareció guapo.
Tu ojichan fue un hombre maravilloso, cayó varias veces pero siempre tuvo la fuerza y el valor para levantarse y reinventarse. Un hombre de honor, descendiente de samuráis y uno de los pocos japoneses de su época que obtuvo un título de Negocios en la Universidad de Waseda.
¿Sabías que él fue el primero de la colonia japonesa peruana en viajar a los Estados Unidos de América para traer elevadores hidráulicos para nuestro segundo autoservicio? Yo lo recuerdo como si fuera ayer porque ese viaje lo cambió. Regresó con otra visión acerca de la vida, con otras prioridades, pensaba dejar los grifos y la contabilidad a tus tíos y retirarse para disfrutar de sus nietos.
¿Sabías que cuando pasó su fatídico accidente automovilístico estábamos por irnos a vivir al distrito de San Isidro? No muchos japoneses vivían allí pero lo escogió así porque era céntrico, con vías directas cercanas a los negocios, y no tan lejos de las otras casas familiares. El plan era comprar una cuadra completa y construir tres casas, una en cada esquina, así la que quedara libre serviría para ser utilizada como un estacionamiento familiar. También había pensado en que tuviera dos accesos de entrada y salida, para estar juntos pero manteniendo una independencia. Tendríamos muchos jardines con altos árboles y en el centro un parque con juegos para disfrutar de los nietos y de la vejez juntos.
Físicamente no te pareces a él pero yo veo algo de él en ti. Pienso que si se hubiesen conocido se habrían llevado bien, seguramente te habría mandado al exterior para estudiar y yo te habría extrañado por un tiempo; eso hubiese estado bien porque compensaríamos ese tiempo cuando nos reencontráramos. Además, tu oka era su engreída, su última hija, así que ya tenías una ventaja por adelantado; eso y también el de ser la última nieta. Siempre siéntete orgullosa de nuestra familia.
Así me contaba mi obachan cómo conoció a mi ojichan. Para mí es difícil imaginar un matrimonio por acuerdos familiares entre futuros hijos prometidos antes siquiera de haber nacido. Casarte siendo casi una niña y emprender un viaje en barco de tres meses cruzando más de un océano, dejando detrás a las personas que amas e iniciando una nueva propia familia, con los bolsillos llenos de fe, confianza y esperanza con destino a un nuevo continente de desconocida cultura. Teniendo dieciséis años y con un esposo de diecinueve, hay que ser muy valiente para abordar un barco, una nueva vida y apostar por todo o nada.
Nunca darse por vencido y el honor fueron su impulso. El amor, la admiración, el respeto y mi gran familia el resultado. Señei, Senka, Sugako, Senko, Nobujiro, Senjin, Jumi y Eiko. Tuvieron ocho hijos que les dieron nietos, bisnietos y tataranietos en vida. Uno falleció siendo un niño, otro a sus quince años, luchando en la Segunda Guerra Mundial; tres regresaron a Nihon para vivir con la abuela materna cuando pasaron su peor situación económica en Perú, por los saqueos y abusos que se cometieron en ese momento. A casi todos los llegué a conocer, cada uno distinto al otro pero parecidos, siempre pude reconocer algo de mis abuelos en ellos, una impronta que no se ve pero se percibe.
Cáete siete veces, levántate ocho. Han pasado cien años desde el inicio de esta historia pero nada ha cambiado. Shintzu Yagi y Fumi Kuniyoshi de Yagi, muy agradecida por ser parte de su valiente e inspiradora historia. Gracias por esta herencia.
© 2018 Noriko Takey Yagi
La Favorita de Nima-kai
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