En el documental Fall Down Seven Times, Get Up Eight: The Japanese War Brides (Caerse siete veces, levantarse ocho: las novias de guerra japonesas), Hiroko Tolbert dice: “Soy totalmente estadounidense”. Su hija Kathryn responde: “¿Sabes?, suena divertido decir qué tan estadounidense eres, aunque todas las mañanas prepares sopa de miso”. Hiroko suelta una risita. “Bueno, la comida es una historia diferente”, dice. Tanto ella como su hija se ríen. Y así es.
A medida que pasan los años, parece, mi mejor amiga Brenda y yo hablamos frecuentemente sobre comida. Somos hijas de madres japonesas que fueron novias de guerra y de padres estadounidenses que nacieron y crecieron en el Sur. Así como Japón tiene su propia y única gastronomía; también la tenemos nosotros, los sureños, que estamos muy orgullosos de las comidas que consideramos como sureñas, como el pollo frito, la barbacoa, los grelos y el pan de maíz, por nombrar solo algunos.
Mi madre se graduó de la “escuela para novias” de la Cruz Roja Americana en Yokohama. Estas clases fueron creadas para las miles de mujeres japonesas que se casaban con soldados estadounidenses después de la segunda guerra mundial. Las ayudarían a familiarizarse con el estilo de vida americano mientras se preparaban para inmigrar a los Estados Unidos con sus esposos.
Mi madre falleció hace casi 20 años, pero recuerdo que ella me contaba que aprendió a hacer el queque volteado de piña y el pollo frito en la escuela para novias. Después de que ella y mi padre se casaran, ellos pasaron muchos años viviendo en Japón antes de venir a los Estados Unidos. Recordaba la primera vez que invitó a su padre (mi abuelo) a su casa para una comida americana. Mi madre hizo pollo frito para la cena y recordó que mi abuelo, un duro capataz nacido en la era Meiji (1868–1912), confesó que era la mejor comida que él haya probado en su vida. Su abrumadora aprobación hizo a mi madre muy orgullosa y feliz.
Siendo niñas, por nuestra herencia bicultural Hapa, Brenda y yo hemos crecido disfrutando de una mezcla de comidas propiamente americanas, siendo algunas indudablemente sureñas, y japonesas. Ambas recordamos haber comido bastante arroz con huevo. El arroz con huevo es huevo crudo, salsa de soja y una pizca de ajinomoto (GMS) mezclado con arroz caliente y cocido al vapor, creando un tipo de gacha. Lo adorábamos cuando éramos niñas, pero no lo hemos comido en años, probablemente por temor a la salmonela del huevo crudo.
Durante la infancia, nuestras dos madres cocinaban con frecuencia comida americana, consistente en carne y dos guarniciones, para nosotras y nuestros padres. Preparaban luego comida japonesa para ellas. La cena era generalmente gohan (arroz cocido al vapor) y un tipo de pescado cocido (sakana) con encurtidos (tsukemono). En aquellas ocasiones cuando nuestras madres cocinaban comida japonesa para toda la familia, la comida favorita de nuestros padres, y de nosotras también, era, sin lugar a dudas, sukiyaki (carne de res con vegetales y fideos cocidos a fuego lento) en un caldo, cocinado en el centro de la mesa y acompañado de arroz. Los fideos delgados y transparentes eran realmente la mejor parte de la comida cuando éramos niñas. Algunas veces, nos regañaban por coger la mayor parte de los fideos de la sartén y comerlos todos.
Mi madre aprendió cómo preparar alimentos básicos sureños como grelos, pan de maíz y okra frita de un selecto grupo de grandes cocineras sureñas por el lado de la familia de mi papá, entre quienes estaba mi mamaw (abuela) y una larga fila de tías. En la familia de Brenda, su padre fue quien enseñó a su madre cómo cocinar estos mismos platillos.
La celebración de festividades como el Cuatro de Julio a menudo juntaba a las dos culturas, con costillas cocinadas a la parrilla y acompañadas de rollos de huevo al estilo japonés o sushi.
Aunque cualquier restaurante japonés o “blue plate” sureño, que sirve carne tradicional con dos o tres guarniciones, nos permitiría saciar los antojos por cualquiera de las dos cocinas, Brenda y yo coincidimos en que nada supera lo casero. Para nosotras, esto es particularmente evidente en el futomaki. En nuestros hogares, el futomaki de vegetales era el estándar. No recordamos que ninguna de nuestras madres agregaba pescado en los rollos de sushi de alga y arroz con vinagre y azúcar. Con mayor frecuencia, el futomaki casero incluía tortilla de huevo dulce al estilo japonés, espinaca blanqueada, pepino, zanahoria marinada, beni shoga (jengibre) y kanpyo. No sé cómo describir el kanpyo, salvo la manera en la que siempre hemos hecho desde que éramos niñas: “la cosa marrón en el sushi.”
Mi madre era una maestra del futomaki. Era su platillo que preparaba y compartía cada vez que se reunía con sus amigos japoneses para almuerzos o cenas especiales o en las celebraciones de Año Nuevo. Hacía también nigiri sushi, que era mayormente de vegetales, también con espinaca o huevo. En ocasiones muy especiales, cocinaba camarón que colocaba encima de pequeños montones de arroz. Pero el futomaki era su platillo infalible.
Teníamos un beagle cuando yo era una niña. Hubo un año en el que mi madre había preparado una hermosa mesa llena de futomaki y nigiri sushi para una celebración previa a Año Nuevo con sus amigos. Mi madre y yo estábamos en otra parte de la casa, solo para regresar a la cocina y encontrar a nuestro beagle parado en la mesa del comedor comiendo todo el camarón de sus hermosos nigiri sushi. ¡Mi madre estaba furiosa! Nuestro perro sobrevivió… Pero, con las justas.
La madre de Brenda, quien tiene 84, sigue siendo una maestra del futomaki. Hace varios años atrás, el padre de Brenda estaba en el hospital. Brenda y yo pasábamos al hospital para ver cómo estaba, mientras regresábamos a casa desde el trabajo. Su madre llegaba al poco tiempo después. Todos lo visitamos por un rato. Su madre luego se dio cuenta que ella había traído al papá de Brenda una sorpresa en su bolso. ¡Era un futomaki! Envuelto en papel film y papel de aluminio, estaba fresco y el arroz estaba cocido y sazonado perfectamente. Era una adorable sorpresa, que compartimos entre los cuatro. Estaba absolutamente delicioso.
Como niñas y como adultas, Brenda y yo tuvimos varias oportunidades de visitar a Japón con nuestras madres cuando éramos niñas en los años ’70 y como adultas, en los ‘80 y ’90.
Estando con su abuela en Osaka en 1970, Brenda dice que no había comida americana. Ella recuerda haber comido bastante sushi de pepino o kappa maki. Cuando tenía 11, todo era ajeno y extraño. Ella recuerda que estaba entusiasmada cuando su familia decidió ir a un partido de béisbol. Ella esperaba comida de béisbol, como hot-dogs… Lo que ella consiguió, más bien, fue takoyaki o pulpo en un palito.
Cuando su familia fue a Expo ’70 en Osaka, Brenda estaba encantada de saber que el primer Kentucky Fried Chicken en Japón estaba ubicado aquí. Ella devoró el pollo frito y no lo podía creer cuando su familia japonesa no estaba impresionada y no hacía lo mismo.
En 1974, cuando yo tenía 13 años, recuerdo que estaba caminando en el barrio de mi tío en Osaka y descubrí una máquina expendedora que vendía “Cup Noodles” de fideos ramen. Nunca había visto algo así y estaba emocionada de poder meter unos yenes en la máquina y llevar uno a casa para comer. Regresaba a la máquina expendedora casi todos los días durante el tiempo que duró nuestra visita.
No soy la mejor cocinera, pero puedo hacer la receta de mi madre desde cero para el queque volteado de piña y llevar un platillo de frijoles horneados o cacerola de camotes para una reunión familiar o la comida comunitaria de la iglesia; gracias a las recetas compartidas por mis tías sureñas. En lo que a comida japonesa se refiere, puedo preparar curry con la ayuda de los cubos de roux de curry de House Vermont. Además, mi platillo favorito para preparar es uno simple, judías verdes con semillas de sésamo, uno que mi madre preparaba con frecuencia y que la madre de Brenda me ayudó a aprender.
Brenda es la chef entre las dos. Ella prepara un asombroso pollo con aderezo (nos referimos al relleno como aderezo en el Sur) y pasteles de chocolate con precioso, altos y esculpidos merengues. Ella heredó las recetas de su suegra sureña. Brenda prepara también una maravillosa salsa gravy. Durante varios domingos, cuando mi padre estaba bajo cuidados paliativos cerca del final de su vida, Brenda le traía salsa gravy y galletas para animarlo y calmar su alma sureña.
La madre de Brenda le enseñó cómo preparar gyoza y ella, a su vez, enseñó a su esposo y a mí a rellenarlos y doblarlos mientras ella los freía y los cocinaba al vapor en la sartén. Me siento un poco avergonzada de decir que en una “noche de gyoza” en la casa de Brenda habíamos preparado y disfrutado ¡80 sabrosas masas rellenas gyoza entre los tres!
Como adulta en Japón, a mi madre y a mí nos encantaba echar un vistazo a los sótanos de las tiendas por departamentos de todo Tokyo, que ofrece casi todo lo que quisieras comer, desde hermosos obentos (comidas para llevar) de todo tipo hasta magníficas frutas y pasteles. En Osaka, siendo adulta, Brenda desarrolló una debilidad por el okonomiyaki, un delicioso panqueque salado al estilo japonés. Ella dice que es su comida japonesa favorita. Hace poco, la madre de Brenda le preguntó a ella qué comida japonesa le gustaría que le hiciera, mientras todavía tiene fuerza para hacerlo. La respuesta fue, naturalmente, okonomiyaki.
Claramente, la comida es un elemento que sirve para definir a una cultura. Para Brenda y yo, que nos consideramos mitad sureñas y mitad japonesas, ya sea costillas o ramen, pollo frito o futomaki, siempre estaremos listas para decir: “¡vamos a comer!” o “¡itadakimasu!
© 2017 Linda Cooper
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