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Los 17 desaparecidos de la colectividad japonesa (Parte I): Visibilizar la historia

Decir 17 entre 30.000 puede resultar una cifra insignificante. Pero no lo es si de lo que se habla son de personas desaparecidas, en un contexto político como el de los años 70 en la Argentina cuando primero el accionar de grupos parapoliciales en tiempos democráticos y luego la dictadura militar llevaron adelante un plan de exterminio que tuvo en la desaparición forzada de personas, su forma más violenta de represión institucionalizada. ¿Qué buscaban? Personas que pensaran distinto y esta situación, que parece inverosímil en los tiempos actuales, hay que ubicarlo en un tiempo posterior al de la Guerra Fría, en un mundo dividido entre capitalistas y comunistas.

“Sólo quien conoce la tragedia entenderá que el término desaparecido es la peor pesadilla para una familia… ¿Estará vivo, viva? ¿Ya estará muerto?... Y si lo está ¿Dónde está? Y miles de preguntas más”. Estos interrogantes se hacía el profesor de la Universidad Iberoamericana de México y de la UNAM, Martín Iñiguez Ramos -especialista además en temas migratorios-, en uno de los prólogos del libro “No sabían que somos semillas”, que relata las historias de los 17 desaparecidos de la colectividad japonesa en la Argentina -donde sólo uno de ellos tiene nacionalidad japonesa-.  

El tema es un eslabón más de las tantas historias recogidas en todos estos años -la de los estudiantes que luchaban por el boleto estudiantil en la ciudad de La Plata; también la de aquellos jóvenes que concurrían al Colegio Nacional de Buenos Aires, uno de los más emblemáticos del país; o las más recientes historias de la desaparición de los integrantes de un equipo de rugby, el La Plata Rugby Club-. Pero la de los 17 nikkei cobra su importancia por tratarse de una comunidad silenciosa (un documental sobre el tema se titula, precisamente “Silencio Roto”), poco relacionada con hechos de trascendencia política, y que en sus inicios como comunidad se estableció en los alrededores de la Gran Ciudad, en zonas menos pobladas entonces para dedicarse al cultivo de las verduras y flores. Mientras un puñado de esos primeros inmigrantes comenzaron a instalar las primeras tintorerías.

Entre los 17 desaparecidos de la colectividad japonesa hubo estudiantes secundarios, universitarios, obreros, militantes políticos. Sus historias permanecían ocultas, aún con el regreso de la democracia y cuando el entonces presidente de los argentinos, Raúl Alfonsín, tomó una decisión sin precedentes e histórica: llevar a juicio a los responsables del plan encubierto bajo la llamada Doctrina de Seguridad Nacional (objetivo que legitimó la toma del poder de las Fuerzas Armadas y permitió la violación de los derechos humanos). Sin embargo, dos mujeres, María Antonia Higa, hermana del periodista nikkei desaparecido el 17 de mayo de 1977, Juan Carlos Higa, y Eduviges Beba Bresolín, esposa de Oscar Takashi Oshiro, abogado laboralista desaparecido el 21 de abril de 1977, fueron las primeras en juntarse e iniciar una serie de reclamos ante los juzgados, organismos de derechos humanos, dependencias oficiales y embajadas, con escasa suerte. 

Foto de estudiante de arquitectura de Amelia Ana Higa

Sin embargo, en esta búsqueda casi solitaria al principio, Mary y Beba se fueron encontrando en el camino con más integrantes de familias japonesas que buscaban a sus hijos y hermanos desaparecidos. Fue así, que más nombres se sumaron a la lista: Juan Alberto Asato (obrero), Katsuya Higa (docente universitario y militante político), Juan Takara (contador), Jorge Oshiro (estudiante y militante social), Juan Alberto Cardozo Higa, Carlos Nakandakare (estudiante), Amelia Ana Higa (estudiante universitario y militante política), Carlos Ishikawa (militante político), Emilio Yoshimiya, los hermanos Norma Inés (estudiante secundaria) y Esteban Matsuyama (estudiante universitario), Julio Gushiken (obrero y militante político), Carlos Horacio Gushiken (militante político), Ricardo Dakuyaku (estudiante universitario) y Jorge Nakamura (militante social).

“El destino de cualquier puerto es mejor que el propio, cualquier campo es mejor que el propio, cualquier ciudad es mejor que la propia. Eran tiempos duros en donde solo quedaba la dignidad de un traje y un vestido que se deterioraba por meses en la bodega de un barco a vapor”, escribía el periodista Alí Mustafa, hijo de inmigrantes árabes que así como la japonesa, la italiana o la española terminó conformando la sociedad argentina, que alguien describió como: “hija de los barcos”. El comentario no es antojadizo y  sirve para comprender por qué para los hijos de esos inmigrantes -japoneses incluidos- que habían emigrado de países en guerra, la integración a la sociedad mayor constituía todo un desafío, y para algunos también, un compromiso social y político.

Jose Chelque, compañero de Jorge Nakamura, desaparecido un 6 de mayo de 1978, recordaba así su relación con él siendo estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires, el centro educativo público más prestigioso de aquellos años en la Argentina y de donde surgían los futuros dirigentes políticos del país: “Jorge tenía la necesidad de demostrar su argentinidad. Algunos lo llamaban Shigueki, y entiendo que sería su nombre en japonés y él reaccionaba corrigiendo: Jorge, como si hubiera algo inapropiado, algo que entrara en competencia o conflicto con su identidad argentina. Quienes lo llamaban Shigueki no lo hacían con ánimo agresivo, lo hacían de la misma forma que a mí me llamaban por mi nombre en hebreo, Ioshua. Había algo fascinante en el descubrimiento de que algunos de nosotros teníamos una impronta cultural  singular, menos frecuente que la mayoritaria. El caso de Jorge siempre me pesa porque no puedo dejar de pensar que quizá se sintió obligado a arriesgar, más de la cuenta, creo yo, y más que otros, para ganarse una identidad mayoritaria que le parecía esquiva”.

Como lo destaca este testimonio, la historia de Jorge Nakamura y los dieciséis desaparecidos nikkei, perteneció a una generación de jóvenes que ya no tenía en el horizonte el objetivo de sus padres que era el de volver, algún día, a la tierra de sus orígenes, Japón, porque el tiempo de ellos era “aquí y ahora”, donde habían nacido y los ecos de las consignas del Mayo Francés (“La libertad no se pide, se toma” o “Seamos realistas, pidamos lo imposible”), la guerra en Vietnam o la muerte del Che Guevara golpeaban como una ola rompiente sobre la marea de jóvenes que se solidarizaban con las luchas obreras y creían en la realización de un Hombre Nuevo y con ello, la del sueño de alcanzar un Mundo Mejor…  

Escribía Norma Inés Matsuyama, cuando al igual que Jorge Nakamura concurría al Colegio Nacional de Buenos Aires, pero unos años después: “… Mil novecientos setenta y cuarto nace conmigo, en esta misma aurora, abrigado por una verdad, mi verdad, la que tanto busqué y, por fin, creo haberla hallado”. Militaba en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), de tracción peronista*, y tenía 19 años  y un embarazo de ocho meses, cuando el 8 de abril de 1977 murió, junto a su pareja Eduardo Testa, también militante de la UES, en un enfrentamiento con personal armado que dependía del Ejército Argentino y de la Fuerza Aérea.  

En ese contexto de país, la colectividad japonesa en la Argentina era ajena, en su gran mayoría, a los acontecimientos que ocurrían en el país. Luis Gushiken, hermano de Carlos Horacio Gushiken, a quien sus familiares dejan de ver por última vez en febrero de 1978, y cuyos restos fueron recuperados por el Equipo Argentino de Antropología Forense, a mediados del año 2002, reflexionaba así sobre aquellos momentos vividos:  “Ellos vivieron adelantados a su tiempo. Era un tiempo donde compartir ideas y enfrentar al poder se había puesto peligroso y cualquier oposición era vista como una desobediencia o una falta a la autoridad. Eso lo podías percibir hasta adentro de tu propia casa, más en una familia inmigrante japonesa, que venía de atravesar un régimen militarista y se había acostumbrado a vivir bajo una fuerte disciplina. Yo mismo, como hijo mayor, me dedicaba a cumplir con mi trabajo en la quinta de mis padres y no me interesaba la política. Y lo que reivindico de mi hermano hoy, es su derecho a vivir por un ideal. Su coraje para pelear por una sociedad más justa tenía tanto valor como el sacrificio que hizo nuestra familia para salir adelante”.

Maria Higa pionera en la formacion de los falires nikken en una marcha

Próximo capítulo: el significado de recuperar los restos de los desaparecidos. Los casos de las dos familias Gushiken >>

 

*El movimiento peronista fue un partido político de masas que nació a partir de la aparición en la escena política del General Juan Domingo Perón, un militar al promediar los años 40 en su cargo como titular de la secretaría de Trabajo y Previsión Social, impulsó medidas para favorecer a los sectores obreros. Esto le hizo ganar una enorme adhesión de los sectores populares y una gran enemistad con el sector empresarial. Fue tres veces presidente de los argentinos, hecho nunca repetido en la historia argentina.

 

© 2016 Juan Andrés Asato

Argentina fuerzas armadas dictaduras militares
Sobre esta serie

En la época de la dictadura militar argentina miles de argentinos desaparecieron. También desaparecieron nikkeis que pelearon por un ideal. Fueron 17 nikkeis, 17 historias guardadas en la memoria. El periodista Andres Asato, quien investigara el tema junto a los familiares nikkeis, nos cuenta estas historias.

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Acerca del Autor

Juan Andrés Asato nació en Ramos Mejía. Es periodista egresado de la Escuela Superior de Periodismo del Instituto Grafotécnico, de Buenos Aires. Realizó un diplomado sobre Historia Universal “Los cambios de fin de siglo” en la Universidad Iberoamericana de México e inició su carrera periodística en el diario de la colectividad japonesa en la Argentina, La Plata Hochi. Fue redactor en la sección deportes del Diario La Razón y columnista de fútbol en las revistas Soccer Digest, World Soccer Digest y Soccer Magazine de Japón. En la actualidad se desempeña en distintos medios gráficos de la Argentina, entre ellos el Diario La Nación y la Revista ISALUD, y es columnista en el programa radial Vamos Que Venimos, que se transmite por streaming en www.larz.com.ar 

Última actualización en julio de 2016

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