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Historias para recordar: Los Okuyama. Cuatro generaciones de una familia nikkei en el Perú

La familia Okuyama es una de las pocas familias nikkei en el Perú que tienen la fortuna de contar con un issei en casa. Motome Okuyama cumplió 101 años el 7 de noviembre de 2015 en plena forma: canta, escribe, cocina, juega gateball, cose, sale de compras sola y es capaz de interpretar 64 canciones de memoria.

Su dinamismo y versatilidad parecen provenir de una fuente de vitalidad que no agotan los años. Ya son 76 los que lleva en el Perú. Llegó en agosto de 1939 en el Heiyo Maru. Al mes siguiente, estalló la Segunda Guerra Mundial. Japón ya estaba en guerra con China y en el Perú se expandía el sentimiento antijaponés. Tiempos difíciles.

Kajyu y Motome Okuyama. Kajyu llegó al Perú en 1918 y luego retornó en 1939 junto con su esposa Motome. (Foto: Archivo familia Okuyama). 

Motome nació en Yamanashi, la misma prefectura de la que era originario su esposo Kajyu. Él había migrado al Perú mucho antes (en 1918) y formado familia, pero enviudó. Retornó a Japón en busca de esposa, se casó con Motome y cuando arribaron al Perú en 1939 llevaban en brazos a su hija mayor Mercedes, de menos de medio año de nacida.

Si el año en que comenzó la guerra fue duro, el que siguió fue peor. El 13 de mayo de 1940, los negocios japoneses fueron víctimas de saqueos en un clima de hostilidad que escalaba con el avance de la guerra. Como el Perú estaba alineado con Estados Unidos, los japoneses pertenecían al bando enemigo. Los Okuyama, que tenían dos tiendas de productos japoneses importados en el Mercado Central, cerraron sus locales antes de que la turba llegara. La fachada sufrió daños, pero la policía llegó a tiempo y los revoltosos no se llevaron nada.

Apenas once días después, un terremoto sacudió al país. Una fábrica de fideos que Kajyu tenía en el Callao se desplomó. Sin embargo, lo que más recuerda la obaachan es que algunos peruanos decían que Dios estaba castigándolos por haber maltratado a los japoneses.

Kajyu estaba en la lista negra de japoneses para ser deportados a campos de internamiento en Estados Unidos. Fue detenido, pero se salvó gracias a contactos de alto nivel.

Los negocios de los Okuyama no salieron indemnes de la guerra, pero Kajyu, tenaz emprendedor y pionero en la importación de bicicletas Mister de Japón, logró sobreponerse y prosperar.


DISCRETO Y GENEROSO

Sus hijos lo recuerdan como un hombre discreto y callado que rehuía la figuración pública. Tan discreto que, por ejemplo, la familia se enteraba de que había realizado una donación a un colegio leyendo el diario Perú Shimpo.

Cuando falleció, una señora que nadie en la familia conocía se presentó en el velorio para expresar su pésame y agradecimiento. Ese día, toda la familia se enteró de que cuando la mujer enviudó y se quedó sin dinero para costear la educación de su hijo en el colegio La Victoria, Kajyu la apoyó. “Era generoso, no le gustaba llamar la atención”, dice su hija Mercedes.

Su hija Carmen, que ha sido presidenta de la Asociación Femenina Peruano Japonesa (Fujinkai), recuerda que su padre donó al colegio La Unión el tanque de agua y lo hizo cercar.

“Vendía bastantes bicicletas y daba dinero a La Victoria”, interviene la obaachan. También hizo aportes al colegio José Gálvez. La educación era importante para él, pues en la escuela se comienza a forjar el futuro de los niños.

En casa, Mercedes lo recuerda como un padre autoritario y de fuerte carácter. Lo que ordenaba se acataba sin chistar. Sin embargo, la hija menor, Patricia, a quien Mercedes lleva 15 años, dice que con ella no era tan estricto. Los años fueron flexibilizando al papá; el mundo en el que había criado a sus hijos mayores ya no era aquel en que crecían los menores.

Como solían hacer los japoneses en esos tiempos, educaba con el ejemplo, no con palabras.

Su hijo Kaichi recuerda que cuando ocurría un accidente o un percance de cualquier tipo, no era la clase de hombre que, enfadado, levantaba el dedo para señalar culpables y sentenciar, sino que se preocupaba por el estado o la salud de los involucrados. Kaichi siempre tiene eso presente y lo ha transmitido a sus hijos.

Carmen evoca otra faceta de su papá: sensei de historia. “Aprendimos historia del Perú con él”, dice. Cuando necesitaban información sobre el gobierno de Augusto Leguía o el asesinato de Luis Sánchez Cerro, recurrían a él como fuente privilegiada que fue testigo directo de los hechos.

La última palabra sobre Kajyu la tiene la obaachan, que destaca dos cualidades de su esposo: “Bien buena gente” y “negociante”.


“CHIQUITA, PERO PODEROSA”

Motome Okuyama es la matriarca de la familia. Tiene 101 años y una vitalidad que no agotan los años. (Foto: APJ/ Erika Kitsuta).

La reconstrucción de la historia de la familia Okuyama en el Perú, que abarca casi cien años, es una tarea conjunta en la que todos enlazan sus recuerdos, los comparten, se complementan, se corrigen, ríen o se sorprenden, porque hay aspectos de la vida de la obaachan y su esposo que algunos de sus descendientes, sobre todo los nietos y bisnietos, desconocían.

Toda la atención está focalizada en la obaachan. Ella es la historia de la familia. Se podría definirla de muchas formas, pero quizá ninguna le haga tanta justicia como la que su hija Carmen comparte con todos: “Superobaachan”.

“Chiquita, pero poderosa”, añade Kaichi entre risas. “Es un milagro que sea única”, dice Patricia.

Sus hijos coinciden en destacar su espíritu independiente. “Ella dice ‘yo puedo’ y lo hace”, apunta Kaichi, que cuenta que a veces su mamá sale sola y toma un taxi hasta el Centro Cultural Peruano Japonés o se va a pie hasta el supermercado Metro.

“Abro la refrigeradora, qué cosa tiene, ah, eso falta, entonces solita voy a comprar”, dice la obaachan.

Carmen resalta que el afán de su mamá por no depender de nadie, por valerse por sí misma, la mantiene activa y en buen estado de salud. “Es un ejemplo que tenemos nosotros en casa. Eso es vivir, con calidad de vida”.

La obaachan, que en su diario registra todo lo que le ocurre, suele decir que si su mente trabaja no va a sufrir de demencia senil.

Los lunes asiste al Centro Recreacional Ryoichi Jinnai de la APJ (donde personas de la tercera edad se reúnen para realizar actividades y socializar) y lleva una intensa vida social. “Demasiado, más que todos”, dicen sus hijos riéndose.

Su naturaleza polifacética es envidiable: ganó un concurso internacional de karaoke en Nagoya, representó al Perú en torneos de gateball en Brasil, Hawái y Corea del Sur, e hizo teatro en Fujinkai durante veinte años, llegando incluso a escribir guiones.

La admiración que sus hijos sienten por ella se manifiesta no solo en palabras, sino también en el énfasis con que las pronuncian, en las miradas, en las sonrisas, en la complicidad afectiva que generan e irradian al resto. Pero hubo alguien que los superaba.

“Mi papá era fan número uno de mi mamá”, dice Mercedes. Kajyu alentaba a Motome a cantar, a participar en concursos, a actuar, y la apoyó cuando fue presidenta de Fujinkai, consciente de la responsabilidad que implicaba su cargo.

La obaachan siempre piensa en los demás. Su hijo Pedro revela que a cada uno de sus nietos y bisnietos entrega en su cumpleaños un sobre con dinero. Su hija Nelly hace hincapié en lo detallista que es, no deja nada librado al azar. El sobre per se es un obsequio. No utiliza un corriente sobre blanco, sino un envoltorio con diseño, adorno, un origami, cualquier detalle que lo haga especial.

A pesar de que sus nietos ya son adultos y trabajan, su abuela nunca olvida darles su sobre.

“Todo los meses cien soles, se necesita mucha plata”, dice la obaachan sonriendo.

“Mi obaachan es un superejemplo para todos nosotros, es un apoyo tenerla como abuelita”, dice su nieta Midori.

“Una recibe su cariño, te hace sentir como si todavía fueras una niña, te hace sentir que alguien se preocupa por ti. Siempre está pendiente, llamándote. Te recibe con la comida que te gusta, te hace sentir como si fuera otra mamá que tienes”, apunta su nieta Nancy.

Aunque en el tránsito de una generación a otra ciertas enseñanzas se diluyen o modifican, hay otras innegociables, que se mantienen incólumes en la familia Okuyama. La principal es el respeto a los mayores.

Siempre pedir por favor y después agradecer, añade Carmen.

Una costumbre que ha calado en la familia Okuyama desde los abuelos y que los nietos practican es llegar siempre con algo cuando van de visita a una casa. “Nunca llegar con las manos vacías”, dice Gerardo, uno de los nietos.

Aunque en la mayoría de hogares nikkei no se ha transmitido el idioma japonés, aún se mantiene la costumbre de emplear algunas palabras en nihongo en la comunicación cotidiana. Cuando uno es niño, sin embargo, habituado a escuchar ciertos términos en japonés en casa, a veces no percibe la diferencia entre una lengua y otra, y los usa en el colegio creyendo que son palabras en español, originando confusiones que después se convierten en simpáticas anécdotas. Eso ocurrió con uno de los bisnietos de la obaachan, que en el nido dijo “makura” para referirse a la almohada.

Otra costumbre que mantienen son las reuniones familiares. Hay citas infaltables en el calendario: Día de la Madre, el cumpleaños de la obaachan, Navidad y Año Nuevo. Y ocasiones como esta, una entrevista para contar la historia de la familia, son una oportunidad para reforzar lazos a través de historias que se recuerdan no con tristeza por lo que ya no existe, sino con alegría por lo compartido.

       DATOS 

  • Siete son los hijos de Kajyu y Motome Okuyama: Mercedes, Carmen, Kaichi, Rosa, Pedro, Nelly y Patricia. Con su primera esposa, Kajyu tuvo tres hijos. Una de ellas fue adoptada por un tío, y los dos restantes, Teruo y Kengo, consideran a Motome como su mamá. Ambos fueron llevados por su papá a Japón, donde permanecieron durante la guerra. Años después retornaron al Perú y se integraron a la familia. 
  • Kajyu fue destinado a la hacienda Esquivel (Huaral) cuando recién llegó al Perú. No tardó en independizarse para dedicarse al comercio, incursionando en una gran variedad de rubros, sobre todo en la importación de productos japoneses. Él se encargaba del suministro de alimentos –como el kamaboko– en los eventos de la colonia japonesa.
  • Motome y Carmen forman el primer caso de mamá e hija presidentas de Fujinkai.
  • Kajyu fue condecorado por el gobierno de Japón y recibió un reconocimiento del Ministerio de Educación de Perú.
  • Motome también ha sido condecorada por el gobierno japonés. Cuando la entonces princesa Sayako vino al Perú en 1999 con motivo del centenario de la inmigración japonesa al Perú, ella habló en representación de los issei durante una recepción ofrecida en su honor.      

 

* Este artículo se publica gracias al convenio entre la Asociación Peruano Japonesa (APJ) y el Proyecto Discover Nikkei. Artículo publicado originalmente en la revista Kaikan Nº 101, y adaptado para Discover Nikkei.

 

© 2015 Texto y fotos: Asociación Peruano Japonesa

familias migración Perú
Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009


La Asociación Peruano Japonesa (APJ) es una institución sin fines de lucro que congrega y representa a los ciudadanos japoneses residentes en el Perú y a sus descendientes, así como a sus instituciones.

Última actualización en mayo de 2009

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