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Recuerdos de Hiroshima. 70 años después de la bomba atómica

Manuel Yoneyama recuerda la educación triunfalista que recibía en la escuela en Hiroshima, donde a los estudiantes les machacaban que Japón tenía que ganar sí o sí. Sin embargo, vencer a través de la guerra no tiene sentido, reflexiona. (Foto: ©APJ/José Vidal).

Manuel Yoneyama tenía 16 años cuando la bomba atómica devastó Hiroshima. Era 8:15 a. m. Estaba en casa, con sus papás y hermanos. Recuerda una intensa luz (“como flash de foto”) que cubrió el cielo, y cinco minutos después un estruendo, “¡bum!, sonó duro”.

Vivía a 12 kilómetros de donde cayó la bomba. Todos en su casa resultaron ilesos. Durante un mes, por orden de sus padres, no fue a la ciudad ni a la fábrica militar donde trabajaba.

“Menos mal que ese día estaba de yasumi (descanso)”, dice. Los adolescentes no estudiaban, tenían que compensar el déficit de mano de obra. Los estudios eran un lujo para tiempos de paz. “Todos a la fuerza tenían que trabajar, quisieran o no, era obligatorio”, recuerda.

Expirado el plazo impuesto por sus padres, fue a la ciudad “con miedo y curiosidad”. Hiroshima había sido reducida a escombros. “Todo quemado, todo destrozado”, rememora. Aún no sabía que una bomba atómica había provocado todo. Los detalles de la hecatombe comenzaron a develarse poco a poco.

Hiroshima tras el bombardeo nuclear

Don Manuel, a sus 86 años, aún recuerda el mensaje del emperador Hirohito que anunciaba la rendición de Japón. Sintió alivio, por fin concluía la guerra. Dos o tres meses después, volvió a estudiar. Eran menos, muchos menos. Casi un quinto de los chicos de su escuela murieron por el ataque atómico.

Finalizados sus estudios volvió a trabajar, pero esta vez en la chacra con sus papás. La vida se había normalizado, pero su futuro no estaría allí, sino en el Perú, donde unos tíos lo acogerían como a un hijo. Sin embargo, antes tendría que permanecer casi tres años en Bolivia.

En 1952 el gobierno del Perú no aceptaba inmigrantes japoneses1, así que tuvo que recalar primero en Bolivia y desde ahí gestionar su ingreso al país. Recién en 1955, de manera clandestina y a bordo de un vehículo, cruzó la frontera cubierto por una frazada, atravesando Puno y Arequipa antes de llegar a Lima. Yoneyama-san sonríe a menudo mientras narra su cinematográfico ingreso al Perú, como quien recuerda una aventura juvenil.

En Lima comenzó a trabajar en la bodega de sus tíos y en 1959 se casó.

Desde entonces ha retornado tres veces a Hiroshima. La primera, en 1967. Le sorprendió la rapidez con que se había levantado la ciudad. La transformación era notable. Muchos edificios y construcciones modernas.

70 años después del lanzamiento de la bomba atómica, Yoneyama-san utiliza una sola palabra para definir lo que ocurrió, no solo refiriéndose al letal artefacto que lanzó el Enola Gay, sino a toda la guerra: desastre.

Recuerda la educación triunfalista que recibía en la escuela, donde a los estudiantes les machacaban que Japón tenía que ganar sí o sí, como si la historia le hubiera reservado como destino imponerse por las armas a otros países.

Sin embargo, vencer a través de la guerra no tiene sentido, pues un triunfo obtenido a expensas de vidas humanas está vaciado de significado, reflexiona.

Manuel Yoneyama no es el único miembro de su familia que sobrevivió al bombardeo atómico: tiene una hermana de 90 años que vive en Hiroshima.


“UNA DESGRACIA, UNA OPORTUNIDAD”

Pedro Komatsudani, presidente de Perú Hiroshima Kenjinkai, dice que la radio era el único medio que tenían los inmigrantes japoneses para informarse sobre el avance de la guerra. Y no todos disponían de una, así que se formaban grupos para seguir las noticias.

Como había interferencias, la señal no llegaba con claridad. Había mucha incertidumbre. ¿Era cierto que Japón estaba perdiendo la guerra?

Recuerda que en la colonia japonesa se formaron dos bandos: los kachi-gumi, que se negaban a aceptar la derrota de Japón y sostenían que las informaciones eran manipuladas por los estadounidenses, y los make-gumi, que aceptaban la realidad.

En fin, eso ya quedó atrás.

Los descendientes en el Perú de los inmigrantes de Hiroshima no quieren ser rehenes de la tragedia. “No nos olvidamos de eso, pero tiramos para adelante. Es el espíritu japonés de reconstruir, de ser mejores que antes. Se admira el espíritu emprendedor, no el derrotismo. Una desgracia, una oportunidad”, dice Pedro Komatsudani.

Por su parte, Francisco Okada, expresidente de la Asociación Peruano Japonesa, pide que se recuerde a Hiroshima “no por la desgracia, sino por el avance tecnológico y el crecimiento económico que ha sabido alcanzar después de haber sufrido esta tragedia”, y por “transmitir al mundo ese poder y ese sentimiento de unión, desarrollo y progreso”.

Añade que hay que recordar la tragedia, “pero darle más prioridad a la situación actual como ejemplo de desarrollo hacia la humanidad”.

Francisco Okada, Helena Nakamatsu, Manuel Yoneyama, Pedro Komatsudani, Rosa Araki y Eduardo Yanahura, miembros de Perú Hiroshima Kenjinkai, institución que se fundó en 1920 y fue reactivada en 1955, diez años después del fin de la guerra. (Foto: ©APJ/José Vidal).


LECCIÓN DE VIDA

Asami Kawaguchi tiene 21 años y en 2008 estuvo becada en Hiroshima para conocer in situ la historia de la tierra de sus ancestros y convertirse a su retorno al Perú en una embajadora de la paz.

Asami Kawaguchi (de pie, segunda desde la derecha) estuvo becada en Hiroshima en 2008 (Foto: © Archivo personal Asami Kawaguchi).

“Fue una experiencia única. Yo fui con la idea de ‘qué bacán, voy a ir a Nihon’, pero regresé más con (la idea de) ‘he conocido la historia de la ciudad de donde vienen mis bisabuelos’. Te deja una enseñanza, no tanto como una simple experiencia de viaje, sino más como una lección de vida”.

Asami, que estudia medicina, recuerda que lo que más la impresionó fue que mientras caminaba por las calles de Hiroshima no podía imaginarse que en esa pujante y moderna ciudad hubiera caído una bomba atómica.

“Uno tiene la idea de ‘la bomba atómica, pobrecitos’, pero más que sentir ‘ah, qué pena que les pasó eso’, era ‘ya, les pasó eso, pero siguieron adelante’. Yo regresé con la idea de que no importa lo que pase en la vida, siempre vamos a tener fuerzas para poder seguir adelante”.

“Puede haber una dificultad, pero siempre hay que pensar en salir adelante, no quedarse estancado en ‘pucha, me pasó esto, pobrecita yo’. Para mí eso es lo más importante. No buscar excusas porque no te salió; si no te salió, a la siguiente la haces”, agrega.

Gonzalo Kitayama tiene 17 años y estuvo becado en Hiroshima en 2012. Su experiencia más turbadora fue visitar el Museo de la Paz. Dice que una cosa es lo que te cuentan o has visto en películas, pero otra es estar ahí y descubrir la magnitud de la destrucción.

Recuerda el reloj que se detuvo exactamente a la hora en que cayó la bomba; el triciclo y el casco de un niño de tres años al que la explosión sorprendió mientras montaba su pequeño vehículo2; y, sobre todo, la huella impresa en piedra de una persona que había estado sentada ahí y a quien la bomba desintegró, dejando una sombra como único rastro de su existencia.

Del museo, Asami recuerda las figuras de plástico que representan a los supervivientes, con graves quemaduras en sus cuerpos, deambulando entre las ruinas de la ciudad.

Gonzalo, que estudia administración, destaca el espíritu de lucha de la gente en Hiroshima. “Siempre andan con la cabeza en alto. Te transmiten fuerza, ánimo, te hacen sentir bien”, dice. De su experiencia allá extrajo dos lecciones: seguir para adelante y no guardar rencor.

Notas:

1. Manuel Odría gobernaba el Perú. Durante su periodo (1948-56) fue hostil con los japoneses y se impidió al ciclista Teófilo Toda, hijo de japoneses, representar al Perú en un torneo sudamericano. Pese a tener sus papeles en regla, las autoridades –sin mediar razón– se negaron a entregarle el pasaporte.

2. Su padre lo encontró aún con vida, aferrado al manillar de su compañero de ruedas. Esa misma noche el niño murió y el papá decidió enterrarlo junto con el triciclo en su jardín. 40 años después, exhumó sus restos para enterrarlo en un cementerio y donó el vehículo al museo. 

Exposición “Un mundo sin armas nucleares” se exhibió en agosto en el Centro Cultural Peruano Japonés. (Foto: © APJ/Jaime Takuma).

(Foto: © APJ/Jaime Takuma)

La muestra exhibió también imágenes de la ciudad de Hiroshima luego de su reconstrucción, como parte del mensaje de Perú Hiroshima Kenjinkai de transmitir el sentimiento de unión, desarrollo y progreso. (Foto: © APJ/Jaime Takuma).

 

* Este artículo se publica gracias al convenio entre la Asociación Peruano Japonesa (APJ) y el Proyecto Discover Nikkei. Artículo publicado originalmente en la revista Kaikan Nº 99, y adaptado para Discover Nikkei.

 

© 2015 Texto y fotos Asociación Peruano Japonesa

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Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009


La Asociación Peruano Japonesa (APJ) es una institución sin fines de lucro que congrega y representa a los ciudadanos japoneses residentes en el Perú y a sus descendientes, así como a sus instituciones.

Última actualización en mayo de 2009

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