Todo arte está hecho de vida, pero no toda vida está hecha de arte. El peruano Carlos Runcie Tanaka1 (Lima, 1958) ha logrado ensamblar en una sola pieza lo real y lo imaginado, lo humano y lo divino, el cuerpo y el espíritu, en una obra que empezó en los años ochenta, cuando decidió renunciar a la carrera de Filosofía para entregarse, junto a la arcilla y el fuego, a la cerámica.
Y no ha sido fácil. Sus primeros maestros fueron los del Taller El Pingüino del distrito de Miraflores, dirigido por Mariano Llosa, Pedro Mongrut y Jody Krafsur Nolan. Tenía poco más de 20 años y quería ser compositor y cantante, pero dejó que sus manos hablaran en aquellas piezas cocidas a alta temperatura que luego vendía en la calle, en la esquina de las avenidas Larco y Benavides, cuando la policía municipal no se lo impedía.
Luego vino el silencio y la voz. Viajó a Japón para ser el deshi, el aprendiz, del ceramista Tsukimura Masahiko, en las montañas de Ogaya, donde tuvo un aprendizaje totalmente oriental y reflexivo. “Talar árboles, cortar la leña, amasar la arcilla… No leíamos libros, él había estudiado filosofía y creo que por eso tuvimos mucha empatía”, dice Carlos, quien luego pasó a ser aprendiz invitado de Shimaoka Tatsuzo por breve tiempo antes de viajar a Italia.
Había ganado una beca de la OEA y el gobierno italiano para seguir un curso en el Instituto Estatal de Arte de la Cerámica y la Porcelana de Sesto Fiorentino, en Florencia, donde se hizo más elocuente (se quedó seis años), como ahora que, sentado en su casa museo, deja circular la voz gruesa, repleta de memoria, del hombre de 56 años que a la mitad de la edad que tiene hoy decidió volver al Perú y abrir un taller que funciona en este mismo y silencioso lugar.
Un cuadro del artista Jorge Eduardo Eielson da la bienvenida antes de ingresar a la sala, donde conviven las pinturas de otros amigos y su cerámica utilitaria (bomboneras-cajas de sueños, vasijas, platos-bandejas), sus nubes (esferas de vidrio del tamaño de un mapamundi) y piezas que se ensamblarán en otras obras de un artista que enalteció la cerámica y que en los años siguientes exploraría con la instalación y otras formas.
Quemando facetas
En su primera etapa, la cerámica de Runcie Tanaka se inspiró en las culturas prehispánicas, esas que congeniaban con su alma (“los Sechín, los Chavín, fueron pueblos guerreros y castas sacerdotales”) y que conoció gracias a un profesor del colegio Markham que los llevaba a los museos. “Mientras mis amigos jugaban fútbol, yo coleccionaba huacos y ceramios”, dice antes de contarme su siguiente faceta.
Era 1987, y el artista llevó sus cerámicas al desierto de Punta Hermosa, 40 kilómetros al sur de Lima, para sembrarlas en la arena. Allí, el fotógrafo Javier Silva las retrató bajo el último haz de sol de la tarde. Desierto al Sur de Lima fue el nombre que le dio a esta intervención en el paisaje que luego daría lugar a una de sus primeras individuales que se montó en la Galería Trilce, “pero ahí no había vida. ¿Dónde está la vida?”, se pregunta Carlos dejando libres sus manos de artesano.
Tiempo después, en 1994, mientras corría olas en Pasamayo, casi se ahoga. Se vio devuelto por el mar, rodeado de cangrejos que venían hacia él, y pensó en sus abuelos inmigrantes (el británico y el japonés) que también acabaron varados en esta costa con la que él se identifica. Recordó entonces que ese mismo año había visto en Cerro Azul, 130 kilómetros al sur, cientos de pequeños cangrejos disecados por el sol al pie del obelisco que conmemoraba la inmigración japonesa al Perú. En ese crustáceo2 de lento andar encontró el símbolo del tiempo, del desplazamiento, del paso de la vida, y lo llevó a su cerámica.
Es entonces que vuelve a hacer la conexión con el Japón, país que había visitado entre 1979 y 1980, buscando una excusa para reencontrarse con sus raíces, y donde recibiría los fundamentos que le permitieron hacer de este oficio una forma de vida. Su casa, museo y taller, es un homenaje a ese temple oriental. Aquí no se trabaja con música, aunque Carlos tenga un piano en su sala, y se siguen ciertas normas de orden y disciplina. “A quienes quieren trabajar y estudiar aquí lo primero que hago es sugerir leer algunos libros básicos para un ceramista, lo cual muchos no soportan…”.
Separados de la sala por un jardín lleno de cactus redondos (echinocactus grusonii, más conocidos como asiento de suegra), tres ayudantes llevan una vida de monasterio aunque dialogan con el maestro, quien pide opiniones y aportes. “Ustedes van a ser mejores que yo”, les repite mientras muestra cómo cada pieza tiene un acabado único, una veta distinta, una combinación variada de colores y formas. “Sin ellos no podría haber realizado tantos objetos de cerámica… imagínate, estaría postrado en una silla de ruedas”.
El grito del artista
Hay en el hablar de Carlos Runcie Tanaka una ronquera de quien no alza la voz, pero cuyo arte ha tenido que gritar para hacerse oír entre escultores y pintores. Primero fue en México, donde gracias a una beca pudo trabajar varios meses en el taller del ceramista escultor Hugo Velásquez en Cuernavaca para montar la instalación Cerámica/Paisaje de Tezontle, en 1991, en la galería Tonalli del DF. “Un gran espacio de aproximadamente 1,200 metros cuadrados que llené con 12 toneladas de piedra volcánica roja y mis piezas apoyadas sobre piedras”.
Tres años después, en Lima y con un bigote a lo Pedro Infante, una cinta delgada sobre el labio superior, llenaría una sala de 1,500 metros cuadrados del Museo de la Nación (la individual Desplazamientos): obeliscos, vasijas de interior turquesa asemejando el agua, piedras horadadas, y otras piezas que constituyeron “un acto de desafío a las oscilaciones del arte”, como escribió Silvio de Ferrari Lercari para el diario Expreso.
“Venía con la experiencia de presentar trabajos en varias bienales, ya había crecido…”, dice el artesano e instalador que opina que hoy los artistas son como atletas preparados para grandes exigencias. Muestras constantes, ferias internacionales de arte y becas para competir con talentos de todo el mundo. “En los ochenta y noventa pocos peruanos teníamos oportunidad de exponer fuera del país y entre ellos, recuerdo que estábamos Moico Yaker y yo. A finales de la década del noventa y a partir del año 2000 empezó otra generación”.
El último grito de esas décadas llegó con el secuestro en la Residencia del Embajador Japonés, en 1997, del que Runcie Tanaka salió a los 10 días, solo para contemplar las piezas de cerámica (entre ellas, las manos que había empezado a tornear) que tenía de rehenes en su taller, igual como estuvo él. Así nació La Espera y luego Tiempo detenido y una frase que escribió al volver a casa y que iba a convertirse en su plegaria personal: “No es lo que piensas, no es lo que ves, no lo que sientes, no lo que no ves, no es lo que dices, no lo que tocas, no es lo que oyes…”.
Las piezas rotas
“Las palabras vuelven a mí”, dice Runcie Tanaka mientras yo bebo agua de un vaso con tres patas. Escribe en las esferas y sobre la arcilla los textos de poetas y amigos (Eielson y Blanca Varela) y el rezo que en 2001 se convierte en La misma plegaria, una instalación de esferas oscuras, a la que le seguiría un periodo en el que participó en diversas exposiciones colectivas y un par de individuales más en las que exploró con la fotografía, el sillar, el origami, los sonidos, las plumas, los videos.
El paréntesis se cierra con Sumballein. Exhibida en el Museo de Arte de San Marcos, en 2006, un Carlos todavía de bigote pero con la cabeza rapada, presentó más de 2,000 piezas rotas que él había reintegrado empleando la misma cerámica y quemas sucesivas en el horno a gas, dejando costuras sobre la superficie en lo que el curador Gustavo Buntinx3 definió como “una obra vinculada con los quiebres y las reconstrucciones de nuestro país”.
La antología rota partió de una idea que ahora resume como “no dejar morir el objeto”. Esas mismas piezas nos rodean en la casa museo. No ha querido desprenderse de ellas. Vasijas con heridas de guerra, bandejas reintegradas que parecen tortugas prehistóricas, bomboneras con cicatrices como la de su brazo izquierdo, de donde le extrajeron tres arterias cuando su corazón también se quebró.
Con Sumballein, parecía haber llegado a la cima, pero descubrió que esta no estaba llena de rosas. “La cerámica es una suerte de pariente pobre de la escultura”, dice ya sin la bronca que en esos años lo llevaron a luchar para que se valorara el trabajo de quienes, como él, se dedican a un arte que se practica desde los orígenes del Perú. “Te estrellas con la realidad”, dice un Carlos sin bigote, acelerado todavía pero que ha aprendido a tomar las cosas con calma.
El artista reintegrado
Casi se ahoga, salió de un secuestro y en 2008 superó dos operaciones al corazón. Un año antes, a 10 días de presentar la individual Solo nubes, compuesta por las esferas de vidrio que, a diferencia de la cerámica, le permitían atravesar el volumen por la transparencia, su padre falleció. “A mi papá le encantaban estas esferas por la luz, la muestra estaba dedicada a él. Casi cancelo el proyecto pero al final decidí hacerle un homenaje y puse un video con fotografías de nubes que tomó su padre, el fotógrafo Walter O. Runcie”.
Y cantó. “Both sides now”, de Joni Mitchell, cuya letra dice “ahora veo las nubes desde ambos lados”. Fue un luto muy duro, al que le siguió su última individual, Into White, en 2010, donde casi no había cerámica; todo lo dominaba la transparencia y el brillo de los cangrejos de cristal. El arte está hecho de vida, por eso Carlos continúa creando, mostrando su trabajo en el extranjero, participando en salas de exhibición como la que le ha ofrecido la galería Enlace4 de forma permanente.
“Estamos trabajando varios proyectos interesantes que ya no son muestras grandes, pero a los que les tengo mucho cariño”. Uno de los últimos se llamó Vínculos, y se exhibió en la primera edición de la feria Perú Arte Contemporáneo (PArC), en 2013. Cintas de colores rodeaban un árbol y se elevaban hasta formar una corona festiva que enlazaba al Museo de Arte Contemporáneo. Un Carlos Runcie “rarísimo, radiante, juguetón”, de bigote entrecano y sonrisa fresca.
Mientras reúno los últimos fragmentos de la conversación con el artesano, el artista, el instalador, el sobreviviente, el guerrero del arte; recuerdo su última batalla, la pieza que le falta a una obra que seguirá cociéndose en los hornos de alta temperatura de su casa museo: la idea de apoyar a los colegas y lograr la creación de una escuela dedicada al aprendizaje de la cerámica en el Perú, esta es una misión y una deuda con el país que quiere impulsar; una manera de retribuirle al arte lo que este le dio a su vida.
Notas:
1. Su biografia (Español / Inglés)
2. Entrevista en Descubura a los Nikkei
3. SUMBALLEIN: ANTOLOGÍA ROTA DE CARLOS RUNCIE TANAKA (1978 – 1996)
4. Catálogo
© 2015 Javier Garcia Wong-Kit