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Recuerdos pascuales de los nikkei

La memoria está habitada por pasajes tristes y felices que se comunican entre sí. Algunos nikkei se animaron a compartir sus recuerdos de infancia, las costumbres en las fiestas navideñas y las tradiciones familiares. Pertenecientes al taller de pintura “Camino a la felicidad”, del Centro Recreacional para la Tercera Edad Ryoichi Jinnai, de la Asociación Peruano Japonesa, en días previos a la navidad compartieron una tarde con café y panetón en la mesa.

Naoko Yamauchi: “En mi vida hay mucha felicidad”

Naoko Yamauchi viste una camiseta con el logo de Radio Taiso, ese programa de ejercicios matinales por la radio que se practica en las oficinas de Japón antes de empezar a trabajar. Ella es una de las últimas alumnas del taller de pintura, que ahora son parte de su familia, grande y distante, puesto que tres de sus cuatro hermanos viven fuera del Perú (dos en Estados Unidos y uno en Japón).

No se casó, por lo que ahora festeja la Navidad con los sobrinos y con otra familia nikkei que vive en su edificio. Ella dice que sus padres le transmitieron los valores japoneses (la honradez, el cumplimiento y la puntualidad), aunque no hubiera costumbres propias para las fiestas navideñas. Para el Año Nuevo sí: platos con chancho, kombu y el sushi eran infaltables.

“En mi vida hay mucha felicidad”, dice Naoko, quien fue modista, trabajó dos años en Japón y que comparte el taller con una amiga que es como su hermana: Rosa Nakasone, con la que estudió en el colegio estatal República de Brasil, en Barrios Altos, y con quien también hace los ejercicios de Radio Taiso. “Nuestros padres se conocieron en Japón y nosotras somos amigas desde el colegio, cuando escuchábamos las radionovelas”.

Rosa Nakasona y Naoko Yamauchi son amigas desde el colegio. Se consideran hermanas.


Rosa Nakasone: “Mis padres siempre estaban trabajando”

Rosa Nakasone estudió enfermería y trabajó en el Hospital Rebagliati desde sus inicios. Casada, con tres hijos y seis nietos (aunque dos de ellos viven en Canadá), cuenta que en Navidad su familia es un “batallón”, lo celebran todos juntos cantando villancicos, rezando una oración y adorando al niño Dios. “Mi hermana es la Mamá Noela que lleva los regalos”, comenta.

Son tiempos felices y prósperos, a diferencia de lo que le tocó pasar cuando era niña. Rosa recuerda que la bodega que su padre tenía en el centro de Lima, en la avenida Grau, fue saqueada debido a que el Perú anunció su apoyo a Estados Unidos declarándole la guerra al Japón. “Unos vecinos nos acogieron, tuvimos que dormir y comer en el colegio Lima Nikko que cerró sus puertas”, dice Rosa, quien perteneció a la promoción 21, la cual no pudo graduarse.

“No había calor familiar. Mis padres siempre estaban trabajando, no había domingos. Recuerdo que yo solita me matriculaba en el colegio. Tampoco asistían a las reuniones con los profesores”, dice Rosa, comentando también que como no había dinero, por Navidad les regalaban un par de patines para los tres hermanos. “Nos turnábamos, cada uno daba una vuelta”, dice.

Fernando Yogui: “La navidad debe ser una fiesta espiritual”

Fernando Yogui Teruya estudió lengua y literatura pero se dedica a la pintura desde hace varios años como profesor y alumno. En su juventud, fue jugador de fútbol, deporte que lo llevó a recordar distintas provincias del Perú. Hoy, a punto de cumplir 68 años el mismo día que la Navidad, ha encontrado en el taller de pintura un espacio mágico y familiar, “creador de juventud y que a la edad que tenemos logra transformar nuestro espíritu”.

De izquierda a derecha: María Teresa Fukushima, Víctor Oshiro y Fernando Yogui, compañeros del taller Camino a la felicidad".

Nació en el distrito del Rímac, pero muy pronto sus padres se mudaron a Magdalena, en donde tuvo un barrio en el que conoció a jugadores profesionales peruanos de éxito, como Ramón Mifflin, Roberto Chale y Héctor Bailetti. “Jugábamos en el oratorio, donde había cancha de fútbol, y frente a la glorieta. Ahí estábamos toda la noche hasta que el vigilante nos botaba”, dice entre risas.

La infancia de Fernando fue feliz, aunque no hubiera dinero. “Mi padre vino de Japón con estudios secundarios completos, algo que no fue común entre los inmigrantes. Le habían ofrecido un buen empleo pero al final no se lo dieron”.

“Nuestra Navidad era a la peruana, bien criolla, con chocolate y panetón. A veces se hacía un chanchito asado y listo”, dice Fernando, quien recuerda que el primer regalo que recibió fue una pistola de caucho que le regaló su padrino. “Mi papá me la quito de inmediato”, dice riendo. Ahora, con su esposa que es una católica ferviente, opina que la Navidad se ha convertido en una fiesta muy comercial cuando debería ser espiritual. “Hay que celebrarla de forma sencilla”, remarca.

Dice que el hecho de que la Navidad y su cumpleaños fueran en la misma fecha no cambió nada, salvo que a veces pensaba que nadie se acordaba que también era su día.

Graciela Nakachi: “En Japón se celebra más el Año Nuevo que la Navidad”

Graciela Nakachi con uno de sus trabajos producidos en el taller de pintura, donde encuentra un espacio de relajamiento y amistad.

Masae Nakachi, o la doctora Graciela Nakachi, como la conocen en el ámbito profesional, cuenta que pasó cuatro años en Japón junto a su esposo, el doctor Roberto Shimabuku, cuando él hacía sus estudios de doctorado. En Komagani nació su afición por la pintura que cultiva hasta hoy en sus tiempos libres y fue allá donde también experimentó las fiestas de fin de año de una manera distinta.

“Allá no se celebra la Navidad pero sí el Año Nuevo. En el san-ga-nichi (los tres primeros días del año) ninguna tienda abre, todos se dedican a visitar a sus familiares. A los que van llegando de visita se les invita el obento, que ya está preparado en las vísperas, para no tener que cocinar”, cuenta Graciela, quien festejaba la Navidad cocinando para su esposo.

“Hay tiendas donde puedes comprar todo por porciones o ya listo”, dice la doctora que enseñó español en Japón. Cuando era niña, su padre, Masao Nakachi, quien inició el taller de pintura en el que ahora participa, solía preparar la cena navideña, mezcla de peruano y japonés. Luego le siguió su hermano. Mientras hacía guardia en el Hospital del Niño, la doctora aprendió algunas costumbres de Año Nuevo peruanas, como comer doce uvas o colocar un vaso de agua cristalina para que reciba los primeros rayos de luz del nuevo año.

Año Nuevo en Japón

María Teresa Fukushima y Víctor Oshiro también participan en el anecdotario pascual. La primera, una poetisa, que realizó distintos trabajos (periodismo, locución, traducción, etc.) y que vivió en Japón durante muchos años, comenta que una de las costumbres que más recuerda es la visita a los templos budistas al empezar el año para pedir buenos deseos. Es el hatsumōde.

“El primer día se pasa en familia, los días anteriores se reúnen con los amigos”, cuenta María Teresa. A esas fiestas se les llama las bonenkai, en las que se despide el año con los colegas, compañeros de estudios y amigos. “Pero no se vive con la misma algarabía que en Perú”, agrega. Víctor estuvo cuatro años en Japón, y la tradición que más recuerda es que en Año Nuevo se comen los fideos soba, un símbolo de larga vida.

“También se ve el árbol de Navidad, pero no mucho más”, dice Víctor, a diferencia de Perú, en que es la fiesta más esperada y con más tradiciones, del panetón que comparten ellos en el taller de pintura, a los regalos, el nacimiento y la comida. Una decoración usual son las luces navideñas. En Japón, lo que se suele colgar en Año Nuevo son la cuerda sagrada y una ofrenda de mochi y naranja amarga. “En casa, para las tradiciones somos 50% peruanos y 50% japoneses, pero en Navidad somos más peruanos”.

 

© 2015 Javier Garcia Wong-Kit

Año Nuevo Navidad Oshogatsu Perú tradiciones vacaciones
Acerca del Autor

Javier García Wong-Kit es periodista, docente y director de la revista Otros Tiempos. Es autor de Tentaciones narrativas (Redactum, 2014) y De mis cuarenta (ebook, 2021). Escribe para Kaikan, la revista de la Asociación Peruano Japonesa. 

Última actualización en abril de 2022

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