En casa crecí teniendo presente que por parte de mamá somos descendientes japoneses y por papá somos peruanos netos, por así decirlo. Mi abuelo Beni, que era peruano neto, también incrementó palabras a su léxico y aún recuerdo con mucho cariño cuando me llamaba para tomar ocha o me preguntaba por el gohan del día.
Cuando mi oba me llevaba a visitar a sus hermanos ella siempre se refería a ellos como niisan u oneesan y los saludaba con un beso en la mejilla y ellos la llamaban Toki. Yo no entendía esas palabras y por que la llamaban así si su nombre es Victoria. A veces me quedaba mirándoles y escuchándoles lo que hablaban, de vez en cuando saltaba una que otra palabra que no entendía. Después me dijo que ese era su nombre en japonés. Pese a eso, mi oba no llegó a aprender el japonés…
Cuando íbamos de visita al cementerio, ella me decía: “a mi papa le gustaba mucho el kiku”. Kiku? Qué será eso? Y veía que pedía las flores pomposas blancas y amarillas, ahh, el crisantemo. En la lápida de mi bisabuelo veía unos dibujos que no entendía, al lado de su nombre escrito en español, Kyuma Shiraishi, al igual que la lápida de su esposa, Lucia Castro Piñas que tenían coronitas de flores de papel colgadas. Mi oba me contaba que eran las coronitas que dejaban los de la asociación nikkei de Huancayo.
Si me preguntan de dónde es la familia de mi oba, diría que sus papás se establecieron en Huancayo, donde nació ella y la mayoría de sus hermanos, aunque su papá vino de Ehime y su mamá de Chupaca. Una mezcla singular.
Mi ojii Kyuma fue una persona seria y llegó al Perú con tan solo 14 años. Sabrá Dios por las cosas que habrá pasado y qué decisión lo llevó para irse a un país tan lejano, además de haber sido hijo único. Yo lo siento como una leyenda, un misterio, una persona a la que me hubiese encantado conocer y poder haber conversado en su lengua materna, la cual hoy en día es la lengua materna de sus descendientes que nacieron y crecieron en Japón.
En las anécdotas de mi oba, me cuenta de la adaptación de su papá a la cultura peruana y la implementación de su cultura japonesa con su esposa. Esta fusión única a la cual me gusta llamar “cultura Shiraishi-Castro”, con la cual crecimos y hoy forma parte de nuestros días.
En una de sus tantas historias me cuenta de los undokai que hacían con la colonia japonesa, el natto que preparaba Kyuma y lo dejaba envuelto en periódicos para que se fermentara entre el colchón de su cama o el sushi que preparaba y que tanto le gustaba a su Lucy querida. La vidriería que tenían como negocio familiar en la calle Ayacucho, la cual fue también administrada por sus hermanos mayores, o la época difícil que pasaron durante la Segunda Guerra mundial, al recordarla se le caen las lágrimas.
Hace unos 20 años atrás, mi oba junto a mi abuelo, viajaron por primera vez a Japón, a la tierra que vio nacer a su papá Kyuma. Para ese entonces, todos sus hijos ya estaban establecidos allá y la llevaron a conocer Matsuyama en Ehime-Ken, el pueblo de Kyuma Shiraishi. Recuerdo que había disfrutado mucho conocer un país del cual solo sabía por fotos, o porque su papá le contó cuando era joven.
Años después, llegamos los nietos a tierras niponas. Mis abuelos ya llevaban un tiempo viviendo allá con mis papás y cerca de sus otros hijos. Ya se habían adaptado a esta cultura nueva y tan exquisita, adoptando nuevas costumbres, pero teniendo presente la cultura peruana. Crecimos en esta mezcla de culturas, mi oba en Perú con su papá japonés y su mamá peruana, y nosotros en Japón, con nuestras raíces nikkei -peruanas. Mis hermanos y primos que nacieron en Japón dicen: “Soy peruano nacido en Japón”. Un término muy singular, creo.
Doy gracias por tener sangre japonesa, por haber heredado el gen aventurero de mi ojii Kyuba, el cual me llevó por muchos lugares, y por haberme dado la oportunidad de crecer en su tierra y conservar esta fusión de culturas que toda nuestra familia lleva, con la cual seguimos creciendo y seguirá en la siguientes generaciones.