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El Mabuyá o el Temblor de la Suerte: Algunas Costumbres de mi Oba que ahora son Recuerdos de mi Infancia

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“No barras de noche que te volverás pobre” o “si te cortas las uñas de noche, el diablo va a venir”. O sino, el casi profético “ya va a llover…” que mi oba siempre decía cuando veía que el gato de la casa se lavaba la cara. Éstas y otras frases eran las que comúnmente escuchaba cuando era pequeña.

Ya cuando mi oba nos dejó, poco a poco muchas de estas frases dejaron de resonar en casa, pero aún hay unas pocas (además de otras muchas costumbres y creencias) que continuaron en nuestra memoria, más que nada como recuerdos de mi oba. Como se dice, las viejas costumbres son difíciles de quitar, y así también de difíciles de borrar son las viejas creencias que mi oba trajo de Okinawa. 

Foto tomada a mi oba, vistiendo kimono cuando tenía 18 años de edad. (Esta foto es una ampliación del original, que está cortada en dos partes).

Mi oba vino al Perú en 1918 desde el pueblo de Yonabaru, al sur de Okinawa. Vino junto con mi oji, con quien cruzó el Pacífico para llegar a tierras peruanas, trayendo consigo no solo sus esperanzas y sueños por un mejor futuro, sino también sus creencias y costumbres.

Y así fue como crecí, rodeada de costumbres y creencias japonesas y okinawenses, que las aprendí de mi oba y de mi mamá. A pesar que ha pasado el tiempo, aún las ponemos en práctica, como el tener un butsudan en la casa a pesar de que ya somos católicos o el celebrar el año nuevo con abundante comida japonesa. O quizás, seguir mezclando palabras como “okane” o “gomen” y otras palabras más en japonés cuando nos encontramos con otros nikkei que también hablan español. Y no olvidemos la creencia que nuestros oji y oba siempre nos decían, que si soñábamos con unchi, deberíamos alegrarnos, puesto que significa que íbamos a recibir okane.

Realmente, son varias costumbres que aún practicamos en casa. Aunque muchas veces, sobretodo cuando era niña, no podía compartir con mis amigas del colegio muchas de estas costumbres, porque seguramente no iban a entenderlas, puesto que yo era la única nikkei de todo un salón de 30 niñas.

Mi oba siempre decía: “lo Dojin, en el colegio; lo Nihonjin, en casa”; siendo así la manera como ella resumía la distinción que hacía entre la cultura japonesa, que se practicaba en casa y la cultura peruana, que era en el colegio.

Mientras en casa me enseñaban a hacer distinciones entre una persona y otra (“ese es dojin, ese es nihonjin, ese es ainoko…”), en el colegio me hablaban de la igualdad. Mientras que los papás de mis amigas del colegio las asustaban con “va a venir el cuco y te va a llevar” cada vez que se portaban mal; a mí, en cambio, me asustaban con los obake y algunas otras creencias como el “no silbes de noche que viene el obake” o “no te sientes en la mesa, que te crecerá el oshiri”.

A veces, no sabía si realmente era cierto todo eso o si mi oba me lo decía simplemente para que le haga caso. Felizmente, esta “doble-identidad” (entre lo japonés y lo peruano) no llegó a convertirse en un “choque cultural”, sino más bien, fue una armoniosa convivencia (¿Será que por eso se inventó lo de “ser nikkei”?)

Pero además de todas esas costumbres o creencias, hay otras que ya se perdieron con el tiempo y que ya casi no las practicamos en casa, pero aún permanecen en mi memoria, no tanto como las creencias de mi oba, sino como recuerdos de mi infancia con mi oba.

Mi oba le enseñó a mi mamá una costumbre que me lo hacía cada vez que me ponía alguna ropa nueva. Recuerdo que antes de salir a la calle, mi mamá me cogía un pedazo de la ropa y me llevaba con todo y ropa puesta hacia una pared de mi casa. Con el pedazo de la ropa aún sujeta, ella daba pequeños toques a la pared mientras decía en voz baja: chino miku miku duu gan jyuuku (que en uchinaguchi se traduciría como” ropa nueva, nueva; un cuerpo fuerte”). Y haciendo esto, mi mamá me decía que siempre iba a tener ropa nueva.

Foto que me tomaron cuando tenía 5 años. En el nido (kindergarten) en donde estudiaba, organizaron una fiesta de disfraces y mientras mis amigos fueron vestidos de policías, princesas o payasos, a mi me vistieron con un kimono. Era la primera y última vez que he llevado un kimono.

Nunca le pregunté si realmente era cierto, pero seguro que por la edad que tenía, creo que unos 5 ó 7 años, siempre terminaba por creer en todo lo que me decían los mayores. Siempre creía en lo que mi mamá y mi oba decían. Si ellas me decían que “no va a pasar nada malo” cada vez que tenía miedo, cuando por ejemplo, tenía que ir por primera vez al colegio, o cuando no quería dormir sola, imaginándome en que el obake estaba escondiéndose debajo de mi cama, pues siempre tenían razón. Nada me pasaba y mis miedos infantiles se iban por arte de magia. Y las mamás, y en mi caso, mi mamá y mi oba, siempre sabían como hacernos sentir seguros. Mientras que la mayoría de mis amiguitas recibían la bendición de sus abuelas, mi oba siempre nos daba su protección, antes de salir, pero a su estilo, o mejor dicho, al estilo okinawense.

Mi oba solía mojar un poco la punta de su dedo medio con su saliva y con él nos tocaba la frente, cada vez que iba a salir. Decía que con esa “marca”, me protegería de todo lo malo que pudiera haber en la calle, como si fuera una protección contra el mal de ojo. O cuando lo malo no se podía evitar y por estar correteando por la casa me tropezaba, iba llorando asustada hacia mi oba, quien me repetía casi como si fuera una pequeña rima el “mabuyá, mabuyá utikumisoré; mabuyá, mabuyá utikumisoré y con la que me quitaba ese pequeño susto, mientras me daba pequeños golpecitos en la espalda.

Pero no todo era para tener algo nuevo o ahuyentar lo malo, sino que también recuerdo una creencia de mi oba, que hasta el día de hoy la practicamos y que es, más que un recuerdo, un hábito de familia.   Ella decía que teníamos que limpiar la mesa ni bien termináramos de comer. Esa exigencia no era tanto porque quisiese tener la mesa limpia antes que nos diera flojera, sino más bien, para evitar comer demasiado. Ella decía que si mientras comíamos había un temblor, deberíamos comer siete veces más, puesto que se creía que la buena suerte vendría con él y para que no la perdamos, tendríamos que comer 7 veces para que se repita la suerte. 

Pero, ¿quién podría comer tanto?

Así es que, por eso, teníamos que llevar los platos a la cocina ni bien termináramos de comer y así evitar una tremenda indigestión. Ahora, ni bien terminamos de comer, llevamos los platos directamente a la cocina, pero ya no tanto por creer en el temblor de la buena suerte, sino más bien, porque ya se nos ha hecho una costumbre. 

Realmente, hay tantas creencias (y tradiciones) que mi oba trajo desde Okinawa pero algunas son difíciles de olvidar, no porque continúe practicándolas en casa, sino porque, al igual que las fotos, son los únicos recuerdos que conservo de mi oba.

 

© 2013 Milagros Tsukayama Shinzato

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Acerca del Autor

Sansei, cuyos abuelos paternos y maternos vinieron del pueblo de Yonabaru, Okinawa. Actualmente se desempeña como traductora freelance (inglés/español) y blogger del blog Jiritsu, en donde comparte temas personales y de investigación sobre la inmigración japonesa al Perú y temas relacionados.

Última actualización en diciembre de 2017

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