La identidad es un concepto voluble. Cuando hablamos sobre la “etnicidad” y sus lazos con la identidad, hacemos un delicado malabarismo, buscando el significado de cómo nos sentimos con nosotros mismos y cómo nos ven los demás. La etnicidad múltiple proporciona un modelo convincente sobre esta negociación. Fundamentalmente, la “autenticidad” se reduce a una debate entre los “lazos de sangre” y la “cultura”, entre lo que ven los demás y lo que llevamos en nuestros corazones.
Por ser un chino estadounidense mestizo y un estudiante de postgrado de estudios asiático estadounidenses en UCLA, trato con estas complejidades diariamente tanto en mi vida profesional como personal. Mi posición como “extraño étnico” que investiga las experiencias japonesas me hace vulnerable a las críticas, pero consciente de la naturaleza problemática de términos tales como la “etnicidad” vistos desde un punto de vista constrictivo. También comparto un sentimiento de conexión con muchos amigos y colegas japoneses estadounidenses de etnicidad múltiple. Sin embargo, a pesar de mis sinceros intentos de ser objetivo, en ocasiones descubro que mi “experiencia” es contraria a lo que algunos consideran la “verdad”.
El hecho de conocer a Virgil Westdale, un nisei de 95 años (una etiqueta que utilizo para ubicar históricamente sus conexiones al legado japonés estadounidense), que se autodesigna japonés estadounidense, y veterano de guerra del batallón número 442, me enseñó indirectamente formas nuevas de entender el concepto de la identidad de etnias múltiples y la brecha potencial entre los académicos y los sujetos de investigación. Su manera de conceptualizar la identidad no solo redefinió quién puede ser considerado japonés estadounidense sino que desbarató mis suposiciones sobre el hecho de ser “mestizo”. Este breve resumen de notas de campo explora una experiencia nikkei dinámica así como mis reflexiones sobre la forma en la que mis metas de investigación eclipsaron potencialmente la integridad de mi trabajo.
Escuché hablar a Virgil en USC durante la serie de charlas de la Conferencia Hapa Japón de 2013. Presentado como un relato nikkei pluralista, su historia es especialmente atractiva porque creció relativamente aislado de otros japoneses estadounidenses en el Medio Oeste durante una época en la que había pocos japoneses de etnia múltiple.
Me sentí inmediatamente asombrado por la apariencia física de Virgil. Mi expectativa era ver a un hombre de estatura “promedio” con facciones visiblemente “mestizas” que “parecía japonés”, pero tenía una apariencia distintiva. Si no hubiera sabido que era “mestizo”, hubiese supuesto que era un hombre caucásico de apariencia bastante típica, no muy diferente a mi propio abuelo. Mi incredulidad perduró incluso después de examinar fotos viejas. Virgil, el héroe de guerra mitad japonés, no tenía un aspecto estereotípicamente “mestizo”. Comencé a reflexionar. Aunque no existe una “apariencia japonesa” universal, ¿por qué había yo supuesto que había una “apariencia mestiza”?
Virgil mencionó cómo la ambigüedad física había alentado una perspectiva indiferente hacia su ascendencia japonesa, detallando este tema a través de diversas historias. Se dio cuenta de realmente cuán diferente era físicamente cuando estuvo en Camp Shelby “rodeado por asiáticos” por primera vez. Recordó cómo sus compañeros soldados del batallón 442 lo confundían con un soldado caucásico perdido. Por primera vez, Virgil estuvo cerca, aunque permaneció distante, de otros nisei. Se mantuvo físicamente presente, aunque visible y espiritualmente desapegado.
Las diferencias físicas no fueron lo único que hizo que Virgil se sintiese como un extraño. Al nacer había sido bautizado con el nombre de Virgil Nishimura, no Westdale. Aparte del fenotipo, los nombres proveen una de las maneras más simples de distinguir la etnia, al menos en los documentos. Bastante antes de la guerra, la familia había hablado de cambiar su nombre y “americanizarse”. De adulto, Virgil transliteró su nombre a Westdale (西村, nishi—oeste, mura—pueblo). Al hacerlo, Virgil afirmó conscientemente su identidad como principalmente estadounidense. Pero yo me preguntaba por qué se había sentido obligado a esencialmente borrar lo que quedaba de su “etnicidad”.
Su respuesta era simple. Ese nombre era más fácil de pronunciar y escribir y reflejaba más precisamente la manera en la que se sentía. Hasta que se enlistó en el batallón 442, la única conexión real de Virgil con Japón era su padre. Su familia no aprendió el idioma japonés y poseía muy poco “conocimiento cultural” más allá del uso de los palillos para comer. Cultivaban las mismas verduras, asistían a las mismas escuelas y participaban en los mismos eventos culturales que sus vecinos caucásicos. No había escuela japonesa ni comunidad étnica, y su padre se mostraba abiertamente desinteresado por la “educación cultural”. Aparte del factor de la “raza”, realmente no diferían en nada de los otros estadounidenses. Aunque Virgil reconoce que seguramente fue víctima de la discriminación, esta no fue lo suficientemente significativa como para permanecer en su memoria.
El poder de las palabras de Virgil indica que él es un hombre seguro de sí mismo y de su lugar en el mundo. Uno de sus recuerdos de discriminación fue especialmente convincente. En su juventud, Virgil se entrenó durante varios años para convertirse en piloto. Después del bombardeo de Pearl Harbor, el Departamento de Guerra revocó la licencia de piloto de Virgil porque su ascendencia japonesa lo convertía en una “amenaza”. Básicamente, la racialización de la “mitad” de su ascendencia le arruinó la vida. Aunque lo volvieron a incorporar al Cuerpo de Aeronáutica del Ejército 5 meses después, muy pronto lo obligaron a volver a renunciar a ser piloto y servir en el batallón 442. Virgil nos contó que esta experiencia le desafió el alma. Había sido juzgado dos veces. El perder lo que deseaba en la vida por razones de raza, sin importar que él careciera de vínculos reales con su identidad japonesa fue devastador. A pesar de haber nacido en Estados Unidos, como en el caso de otros nisei, la raza se había convertido en un pretexto para la injusticia.
Me sentí perplejo. ¿Cómo era él capaz de rechazar la categorización racial al tiempo que tenía “conocimiento consciente” de las consecuencias tangibles del racismo? ¿Había hecho la racialización que se sintiera más “japonés”? ¿Se sentiría siempre “en el limbo”?
A pesar de ser indudablemente japonés estadounidense, Virgil nos dijo que la raza y el racismo no lo habían definido. Sirvió orgullosamente en el ejército porque creía en su país. Piloteó aviones porque eran su pasión, y amó a sus compañeros soldados porque eran buena gente. Reconoció que se sentía conectado a la experiencia japonesa estadounidense, que había sido racializado, y que estaba simbólicamente apegado a la nación de su padre, aunque jamás negó sus raíces caucásicas mestizas. Sin embargo, le importaba más ser un ciudadano, soldado, padre, hijo y amigo honesto que las cuestiones políticas de la identidad. La identidad japonesa estaba presente, pero era secundaria.
Virgil incluso conceptualizaba la “etnicidad” de un modo diferente. Con frecuencia utilizaba intercambiablemente los términos de “nacionalidad” y “etnicidad”. Mientras contemplaba su “error”, se me ocurrió una idea: tal vez era así como él entendía el concepto de identidad.
A medida que la charla se acercó a su fin, me di cuenta de que había supuesto que mi conocimiento anterior sobre las experiencias de “etnia múltiple” me otorgaban un conocimiento “legítimo” sobre la vida de Virgil. En lugar de escuchar sus palabras, buscaba constantemente el cómo y el por qué, esperando una respuesta. ¿Acaso estaba yo secuestrando su historia sin considerar el elemento más importante: su propia opinión y conciencia? ¿Era posible que algo tan fundamental como la interpretación personal fuera eclipsada por el pensamiento académico? Aunque no lo había hecho con malicia, había “supuesto” que un hombre que participaba en la Conferencia Hapa Japón, un héroe de guerra del batallón 442 y un representante de las experiencias nisei sería capaz de “demostrar” una identidad específica.
Cuando comenzaron las preguntas y respuestas, se volvió aparente la brecha entre el “pensamiento académico” y la experiencia de vida de Virgil. Mientras jóvenes mentes le disparaban preguntas sobre “el estado”, los paradigmas étnicos, la ecología de la raza y el estado actual de la política de raza de etnia múltiple, Virgil respondió amablemente a cada pregunta cargada con simplicidad, indicando que a él sí le preocupaban tales temas.
Esta brecha entre la manera en la que el público y Virgil conceptualizaban la identidad estaba basada en nuestra expectativa de “aplicabilidad universal”. Lo que aprendemos en las universidades sobre las vidas y teorías étnicas de los nikkei refleja ciertas “realidades”. Pero yo me seguí sintiendo en conflicto. ¿Deberían nuestros puntos de vista académicos alinearse con nuestros sujetos de estudio? ¿Es posible tener la esperanza de incluir todos los puntos de vista? En lugar de tratar de “analizar”, ¿sería mejor para mí simplemente venerar la narrativa, permitiendo que esta guíe mi comprensión? ¿O será que, como académicos, poseemos autoridad para realizar un análisis profundo? Reconozco que la etnicidad no es importante para todos los individuos ni relevante para todas las experiencias, y que la etnicidad múltiple no se conceptualiza de manera universal. Sin embargo, por ser observadores externos, ¿es posible para nosotros detectar dinámicas que tal vez sean imperceptibles para nuestros sujetos, como en el caso de Virgil Westdale? ¿Es este un racismo internalizado? ¿Es necesario el análisis externo para la objetividad?
Durante la cena, después de la charla, aprendí más sobre la profundidad de la narrativa de Virgil. Todavía seguía rondando en mi mente la esperanza de recibir la “respuesta”. Me di cuenta de que sentía deseos de llamarlo Sr. Nishimura, tal vez con la esperanza de que repentinamente anunciara: “Sí, soy un japonés estadounidense mestizo. Aquí está la historia que deseas escuchar”. Esto hubiera facilitado mucho mi investigación, pero ese momento no llegó jamás. Aunque tanto el hombre como la promesa que materializaba “no lograron” alcanzar mis expectativas, tal vez yo no había logrado ver el valor de sus perspectivas contrastantes.
Al final, me he quedado con más preguntas que respuestas. Como investigador, me interesa el análisis. ¿Qué factores generaron su autoimagen positiva? ¿Qué significa para otros su participación en la historia japonesa estadounidense? ¿Son sus puntos de vista sobre el batallón 442 y los Estados Unidos congruentes con otros puntos de vista japoneses estadounidenses? A pesar de su honestidad, ¿existía un caos oculto?
Esta experiencia me ayudó a reconciliarme con asuntos de ética relacionados con mis métodos y nociones preconcebidas sobre las experiencias de etnicidad múltiple. Como académico, soy responsable de analizar narrativas y evitar el prejuicio. Al mismo tiempo, también tengo el deber de descubrir el significado más profundo del contenido para tratar los temas más amplios de la raza, la identidad y la historicidad. ¿Existe una manera constructiva de mantener la integridad de sus puntos de vista, aplicar mi análisis y utilizar nuestras palabras contrastantes? Creo que es mi deber llevar estas historias un paso más allá y darles un propósito así como un mérito, reverenciar el sujeto al tiempo que ofrezco la información que tal vez no sea reconocible para los sujetos mismos.
Mi encuentro con Virgil Westdale me ofreció conocimiento de cómo los puntos de vista académicos y no académicos pueden diferir pero no ser inherentemente contradictorios. Al contrario, pueden informarse mutuamente. Gracias a su resistencia, Virgil poseía una “maestría” inconsciente de su identidad, lo cual ha evitado que viva de acuerdo a lo que los demás esperan de él. Las “narrativas atípicas” proporcionan un conocimiento único sobre el fenómeno de la “etnicidad” dentro de contextos “irregulares”, lo cual es una parte importante de la historia más amplia.
De este modo, la investigación se convierte en un malabarismo que examina las voces a nivel microscópico, toma el valor de sus experiencias, y al mismo tiempo impulsa las metas de la investigación. Es importante reconciliarse con la brecha entre lo que los académicos y los sujetos de investigación consideran “conocimiento”, prestando siempre atención para evitar que la “autoridad académica” pase por alto la importancia de los sujetos en sí mismos. La capacidad indomable de Virgil Westdale de vivir su vida según sus valores me ha puesto en mi lugar. Su historia representa un relato importante dentro de las experiencias de etnicidad múltiple de los nikkei.
© 2013 James Ong
La Favorita de Nima-kai
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