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Kikue Harada, una obaachan de armas tomar

“¿Para qué?”, pregunta varias veces Kikue Harada. No se explica por qué tanto revuelo a su alrededor, por qué alguien quiere entrevistarla. Como si llegar a los 103 años de edad en buen estado de salud, lúcida y en pie, fuera normal y no un logro al alcance de unos cuantos elegidos.

Solo cuando nota que ha sobrevivido a cuatro emperadores de Japón y sus respectivos periodos (los nombra sin titubear: Meiji, Taisho, Showa y Heisei) se asombra de su longevidad. Por lo demás, parece tomar su siglo y pico de vida como un mero dato estadístico. Hasta que sus nietas le recuerdan que en septiembre cumplirá 104 años. “¿Tanto?”, pregunta como si a ella misma le costara creerlo.

La obaachan Kikue Harada nació en Fukuoka, Japón en 1910. Llegó al Perú en 1923. Rumbo a los 104 años.

CHISPA A FLOR DE LABIOS

Kikue nació el 20 de septiembre de 1910 en Fukuoka. Cuando tenía tres años, sus padres migraron al Perú, donde se establecieron en Cañete (al sur de Lima). Sus dos hermanos y ella permanecieron en Japón bajo el cuidado de sus abuelos. En 1923, su papá retornó a Fukuoka para llevar a sus tres hijos a Cañete.

Comenzó a trabajar en la tienda que sus papás tenían en la hacienda Unanue. Al principio le costó aclimatarse por su desconocimiento del español, pero poco a poco aprendió a hablarlo e incluso a leerlo y escribirlo.

Con su esposo Moshichi y Delia.

En 1929 se casó con Moshichi Harada. Tuvieron cinco hijos. La mayor, Delia, vive con ella. Está a su lado durante la entrevista. De pronto se voltea y la mira. “¿Tú cuántos años tienes?”, le pregunta. “81”, responde su hija. “¿Tantos tienes?”, ironiza la obaachan. La casa se llena de risas.

Su nieta Diany también es blanco de su afilado humor. Cuando era niña, su abuela la cuidaba. Los roles se han invertido. “Ahora tú estás pagando”, le dice la obaachan. Un día, Diany, jugando, extendió una mano y le pidió: “Dame propina por cuidarte”. “Que Dios te lo pague”, respondió su abuela.

Una vez la “mató”. Como a veces la confunde con una de sus bisnietas, la nieta le aclaró: “Yo soy Diany”. “No, Diany ya está muerta”, replicó.

Las chanzas van de ida y vuelta. “No hace nada, por eso vive tanto”, bromea la nieta. “Ah, sí”, asiente la abuela, siguiéndole la corriente.

MUJER DE LUCHA

“¿A quién está buscando?”, le pregunta la obaachan a Óscar, el fotógrafo, que apunta con su cámara al álbum familiar, abierto sobre un sofá, para registrar imágenes del pasado. Quizá cansada de ser el centro de la atención de todos, se desentiende de la conversación grupal y enfoca su mirada en Óscar y en el álbum que narra su vida en fotos.

Con Delia.

La mayoría de imágenes son de Cañete. Padres, hermanos, hijos. La vida condujo a sus hermanos (tuvo seis, cuatro nacieron en el Perú) por caminos dispares. La Segunda Guerra Mundial la separó de dos de ellos: uno murió como kamizake y otro fue deportado a Estados Unidos.

Se casó tres veces: por lo civil, por lo religioso y al estilo japonés. Por lo religioso porque sus padrinos de bautismo lo exigieron. Moshichi no estaba bautizado, así que el mismo sacerdote que los casó lo bautizó. Todo el mismo día.

Kikue Harada con sus hijos Nori (en brazos), Aurora y Delia.

Cuando sus hijos eran chicos, Kikue era una madre con mano de hierro. “Muy recta, demasiado recta”, recuerda Delia. No les daba permiso para salir así nomás. El papá, en cambio, era tranquilo y benévolo.

Kikue enviudó cuando tenía 43 años. “Trabajó duro para sacarnos adelante, con una tienda. Ha sido muy luchadora”, resalta su hija mayor.

Como abuela también ha sido estricta. Diany recuerda que cuando retornaba tarde a casa su obaachan la estaba esperando. “Yo no puedo dormir hasta que todos estén en la casa”, le decía.

Gloria, otra de sus nietas, añora la comida que le preparaba cuando era chica y cuenta que su abuela siempre estaba pendiente de ella, de lo que hacía, de su vida.

De sus cinco hijos, tres han fallecido. Le cuesta aceptar que hayan partido primero. “Kamisama no me quiere llevar todavía”, dice a veces con tristeza. Todas las mañanas ora ante el butsudan y se despide en las noches.

Kikue Harada tiene nueve nietos, ocho bisnietos, una tataranieta y otra en camino.

Cinco generaciones. La obaachan Kikue con su hija Delia, su nieta Delia Benigna, su bisnieta Beny y su tataranieta Sachie.

TRONCO FUERTE

En 1989 retornó por primera vez a Japón, 66 años después de emigrar. No se acostumbró. Quería una silla para comer, una cama para dormir, tantas cosas que pertenecían a su vida en el Perú. Japón ya no era su hogar.

Hace unos 20 años inició una nueva etapa en su vida cuando comenzó a ir al Centro Jinnai. Ahora va todos los miércoles. “La engríen bastante”, asegura Delia.

Es madre, abuela, bisabuela y tatarabuela.

La obaachan habla poco (“hay que jalarle la lengua”, dice Diany), pero cuando lo hace su voz transmite firmeza. Se sienta derecha, no se desparrama vencida por los años. En toda su vida solo una vez ha estado en un hospital. Tenía 94 años, se resbaló y sufrió una fisura de cadera.

“Es fuerte, tronco antiguo”, dice Delia. Sube y baja los cuatro pisos que separan el departamento familiar de la calle. Come mucho pescado y fruta. Siempre busca mantenerse activa. Cuando está echada en la cama, mueve las piernas, arriba y abajo. Cuando está sentada, ejercita los brazos.

Le encanta jugar solitario. Es lo primero que hace en las mañanas después de desayunar. Antes jugaba póquer. Y hacía trampa, revelan entre risas su hija y sus nietas. También jugaba monopolio y bingo. Y hasta hace tres años se entretenía con el pupiletras de Ojo.

Delia cuenta que su mamá siempre ha tenido genio fuerte. Ahora ya no tanto, se ha ablandado. “Es bien tranquila, no fastidia”, complementa Diany.

A la obaachan no le gusta que le tomen fotos. “Toma shashin cuando está jovencita”, reclama. Además, quiere irse a descansar. Le hemos quitado hora y media. Sin embargo, accede a que la fotografíen e incluso se anima a sonreír un poquito.

Rodeada por sus nietas Diany y Gloria y su hija Delia.

* Este artículo se publica gracias al convenio entre la Asociación Peruano Japonesa (APJ) y el Proyecto Discover Nikkei. Artículo publicado originalmente en la revista Kaikan Nº 87, y adaptado para Discover Nikkei.

 

© 2014 Texto: Asociación Peruano Japonesa; © 2014 Fotos: Asociación Peruano Japonesa / Oscar Chambi

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About the Authors

Enrique Higa is a Peruvian Sansei (third generation, or grandchild of Japanese immigrants), journalist and Lima-based correspondent for the International Press, a Spanish-language weekly published in Japan.

Updated August 2009


The Japanese Peruvian Association (Asociación Peruano Japonesa, APJ) is a nonprofit organization that brings together and represents Japanese citizens who live in Peru and their descendants, as well as their institutions.

Updated May 2009

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